sábado, 20 de octubre de 2018

El diapasón de los chaguaramos - cuento





          El hombre se sentó, colocó el revólver sobre la mesa y la cacha brilló con el resplandor del sol de la mañana.  Mostraba en el rostro el cansancio del largo camino.  También la satisfacción de haber llegado.  Trigueño, exhibía una barba de varios días, ojos escrutadores, frente ancha y pelo negro.  Las estrías alrededorde los ojos, las fuertes líneas que resaltaban los pómulos y la nariz arrugada delataban el paso del tiempo.  Era el único cliente del establecimiento.  Pidió un ron.
--Busco a Rigoberto Flores.  Me dijeron que era muy conocido aquí en Guayana --dijo al mesonero que se acercaba con la bebida a su mesa.
--Mala cosa esa --le respondió Cheché, el mesonero, algo temeroso, mirando el arma.
--¿Por qué? ¿Por qué Rigoberto Flores es un hombre peligroso? ¿Quién que trabaja con drogas nolo es? --continuó el frastero ávido de establcer conversación.
          Tiempo atrás, mientras mantenía el cordón umbilical que lo unía a Nivaldo, Cheché visitaba al pueblo con frecuencia.  Pero últimamente cambió de parecer no sólo porque había logrado establecerse definitivamente en las inmediaciones de San Félix sino también porque había visto con alarma como el tráfico de la droga colombiana se había apoderado de Nivaldo.  Terminó por convencer a la familia y se la trajo a Guayana.
          Ahora recordaba con precisión.  No sabía el nombre del visitante pero si que era uno de los "ricos" de Nivaldo. Sonrió mientras continuaba su camino hacia la mesa donde se hallaba el forastero.  Recordó que el comercio del pueblo, mucho después de la diáspora que originó su estancamiento, cuando muchas de sus familias acomodadas partieron hacia otras ciudades del país, se había perfilado dos tipos de comerciantes prósperos: los que surgían de familias italianas establecidas en Nivaldo (emigrantes del principio del siglo XX) o de aquellos campesinos que habían hecho fortuna en la explotación del cacao y que, como consecuncia de una evolución lógica, se habían trasladado al pueblo para cimentar o ampliar su riqueza. Con la ironía que lo caracteriza, la gente de Nivaldo los identificó como "rico emigrante" o "rico campestre" sin dejar de mostrar respeto por sus ejecutorias.  El visitante era un rico campestre.
--Viene de lejos el amigo --comentó el mesonero intentando mantener la conversación.
--De Nivaldo, en la costa norte de Sucre. Un pueblo de emociones sencillas que últimamente los traficantes de la droga han perturbado --comentó el viajero con cierta tristeza --Vengo de una calle, la calle Zea, donde sus chaguaramos la alegran a toda hora del día, en todo tiempo --evocó con gesto dulce en el rostro, el único gesto dulce que mostró mientras estuvo en el lugar: sus ojos veían a los chaguaramos, alineados en la isleta de la calle, pregonando su libertad al viento.
--Conozco al pueblo. Hace tiempo que no voy por esos lares --dijo el mesonero. Habló con precaución al asaltarlo la premonición de que era mejor no mencionar su procedencia pues ello daría lugar a un nexo que podría ser peligroso, dadas las circunstancias, para el visitante o para él. Procedió a tomar el vaso con la bebida de la bandeja y quedó en suspenso unos segundos (el brazo quieto, la mirada soñadora) luego de escuchar su propia evocación. Después colocó el vaso sobre la mesa.
          Cheché había conocido a Rigoberto en Puerto Ordaz, Sabía de sus andanzas con traficantes de la droga al servir de intermediario en Puerto La Cruz y la costa de Paria. Allí había hecho su fortuna, particularmente en Paria donde estableció un  puente por mar, via Trinidad, haciaEuropa.  Ello lo obligó a fijar una residencia temporal en Nivaldo y a relacionarse con el comercio local como distribuidor de productos alimenticios procedentes del centro del país.
Cheché recordó cuando estableció aquel restaurant, en la carretera San Félix-Upata con un socio. Al principio les fue bien. Luego el negocio comenzó a tambalear por evidente mala administración. Decidió quedarse solo, invirtió todos sus ahorros y compró la parte del socio. Pero el restaurant sólo tenía vida los fines de semana.  Entonces observó qu predominaban durante la semana los parroquianos interesados en ingerir licor. Como tenía la patente correspondiente, cambió la naturaleza del negocio y lo convirtió en una taberna de paso. No obstante, el negocio continuó dando pérdidas. Fue cuando apareció Rigoberto: estaba interesado en establecerse en Guayana para ampliar su actividad legal (Era su intención aunque no la pregonaba a los cuatro vientos). Le propuso comprarle la taberna a Cheché.  Éste se vio ante un dilema. El negocio era la inversión de sus ahorros luego de trabajar años en la empresa minera de Ciudad Piar con la intención de lograr el sueño de su vida: un negocio propio. No obstante las cosas no habían salido como  él lo imaginara y estaba a punto de quedar en la ruina. Rigoberto le propuso comprar la taberna con la condición de que él, Rigoberto fuera el tabernero y Cheché atendiera a los clientes y manejara el negocio cuando Rigoberto no se hallaba en el lugar. Luego de pensarlo mucho, Cheché decidió vender. Depositó el dinero de la venta en un banco y se fijó la disposición de mantenerse en el trabajo mientras no peligrara su vida. Rigoberto continuó en sus andanzas: se ausentaba solo o con algún miembro de su grupo por varios días y luego aparecía en la taberna sin ningún comentario, como si nada hubiese sucedido. Construyó una casa cerca de la taberna donde vivía con sus acólitos. Así estaban las cosas cuando se presentó el forastero.
--He atado cabos y sé que Rigoberto y yo tenemos una cuenta que saldar. --comentó el visitante y manoseó el revólver (frio y deslumbrante sobre el mantel de hule) para ilustrar la intención de sus palabras.
          El tabernero, escudado tras unos Ray-ban oscuros, escuchó en silencio el alegato del forastero mientras escrutaba con discernimiento el rostro del cliente y buscaba en su memoria dónde y cómo se habían visto, si acaso ello sucedió.
          Rigoberto provenía del Táchira donde se relacionaba con otros traficantes de Colombia y Perú. En una ocasión tuvo que huir cuando una operación delictiva fue delatada. Este incidente le enseñó a ser precabido y a planificar mejor sus pasos. Rigobeto a Oriente como parte de un plan elaborado en San Cristóbal que establecía a Puerto La Cruz como centro de operaciones para sacar la droga hacia Europa. Recordó sus andanzas por Paria. Había organizado todo un procedimiento para trasladar la droga desde Puerto La Cruz hasta Marianacario, una playa al lado de Nivaldo y desde allí hasta Trinidad. A dicha playa llegaban de noche lanchas rápidas de los traficantes, dejaban los alijos de droga y, de inmediato, regresaban a Puerto La Cruz. Rigoberto y su grupo armaron una rústica cabaña, cerca de la playa, donde almacenaron los alijos. Al sitio lo vigilaban constantemente. Para evitar complicaciones no tenían contacto con los campesinos de las inmediaciones.  Dsde allí, una vez a la semana,preferentemente durante la noche, partía la droga, en lanchas rápidas hasta un lugar, también camuflajeado, cerca de Puerto España. La movilización se hacía con tanta eficiencia que sólo en una ocasión y en alta mar, las barcas ilegales fueron detectadas por las rápidas de la Guardia Nacional pero lograron escapar mar adentro.  Al saberlo, Rigoberto se puso muy nervioso e informó a sus socios en Puerto La Cruz que era necesario suspender temporalmente los traslados. Los socios aceptaron pero propusieron, como medida de diversión, que tratara de distribuir la droga que quedaba en Nivaldo. Rigoberto aceptó.
--Tenga cuidado el amigo pues ese hombre siempre anda con guardaespaldas salvo cuando se encuentra en su negocio. Entonces se halla solo pero lo protege un arsenal. Además, es certero en el disparo. Eso dicen --Cheché construía un engranaje de insinuaciones con miras a impedir una posible tragedia.
--Yo también lo soy --respondió el visitante con gallardía. pero también con pleno conocimiento de causa. Luego, utilizando una pronunciación cultivada y un lenguaje que insinuaba la posesión de de cierto nivel educativo, concluyó-- Entiendo que el negocio de lasdrogras suele producir esa defensa pretoriana que usted menciona pero no es otra cosa quela manera de expresar el miedo que él deriva de las consecuencias de sus actos.
--Precaución, algunos le dicen --insistió el camarero como un esfuerzo más para evitar la confrontación. Luego se sintió mal al percatarse que, de repente, la temperatura subía en el lugar.
--Usted le pone el rótulo que más le convenga, amigo --sonrió el visitante sin ánimo de controversia-- pero la verdad es que ello no esconde la realidad --después, mostrando en su rostro el cansancio del viaje, solicitó-- Tráigame otro trago, por favor.
          Fue cuando el tabernero lo precisó. Lo había conocido en Nivaldo, en una de las tantas transacciones de productos alimenticios que él traía al pueblo. Había admirado su corrección tanto en las compras al mayor como en la venta al detal de diversos productos. Tenía un hijo, un tarambana, que era su debilidad. El joven no había terminado el bachillerato y aunque ayudaba al padre en el negocio, sólo se preocupaba por las fiestas y los amorios. Formaba parte de la patota de jóvenes que, en vehículos de doble tracción al pueblo de noche, en especial los fines de semana cuando despegaban de la vuelta del cementerio o de la boca del pueblo y recalaban en las inmediaciones de la Plaza Bolívar; los frenos y los gritos los delataban: cruzaban con alta velocidad las estrechas calles del pueblo y luego penetraban en la Avenida Bermúdez con velocidad temeraria y el largo frenazo salpicado de gritos y ebrias risas los detenian frente a la Plaza Sucre o la playa. Rigoberto se enteró queel chico y su grupo consumían drogas. En una de las fiestas en que ambos coincidieron Rigoberto le propuso quese encargara de la dstribución de ladroga en el pueblo. Luego de cierta vacilación (¿acaso pensó en el peligro que corría o en su padre?), el joven aceptó.  Quizás vio la posibilidad de obtener buenas porciones de crack o marihuana para su consumo sin costo alguno, cuetión que hasta ese momento le costaba la erogación de mucho dinero y más de una discusión con su padre. Ahora la tendría a su disposición y hastaun beneficio económico lo cual lo llevaría a independisarse, su sueño dorado. El negocio prosperó por un tempo para Rigoberto y el joven. Masla venta de droga, particularmente de crack, estaba generando problemas en el pueblo y las autoridades (locales y nacionales) comenzaron a tomar medidas. Rigoberto decidió entonces retirarse cuando sucedió el incidente que originó la muerte del joven. En una fieta en que ambos coincdieron aquél, luego de una ddiscusión con la novia ingirió una sobredosis de crack y en plena fiesta comenzó a convulsionar. Rigoberto se retiró de la reunión y esa misma noche, al enterarse de la muerte del chico, abandonó Nivaldo.     
           El mesonero se trasadó al bar; sirvió la bebida solicitada sin dejar de observar con preocupación la actitud sigilosa y premeditada del tabernero. Veía el peligro que se avecinaba y algo le decía que su papel era evitar una posible trifulca en el lugar. Luego regresó, pensativo a la mesa donde se hallaba el cliente y depositó la bebida solicitada.  Los dos hombres, uno sentado saboreando su bebida y después parado para examinar mejor el lugar; el otro, caminando hacia elmostrdor, nervioso, con supreocupación incrementada-- percibieronla profusiónde luz mañanera que entraba por puertas y ventanas.
           Entonces todo sucedió con excesiva rapidez: sonó un disparo, luego otro y otro. ¿Un intercambio de disparos? ¿Quién llevó la mejor parte?, se preguntó el mesonero.  De seguidas sintió la pesadez de un cuerpoque caía, como alguien que se desploma sobre un parapeto--  breves momentos después que el visitante descubriera en el tabernero a Rigoberto Flores y que éste recordara la última vez que se vieron la noch del incidente en que el joven moría convulsionado por la droga mientras él trataba de alejarse del pueblo.
           El mesonero, ya con la decisión de retirarse de este tipo de trabajo, apenado por haber callado y haber fallado, había observado primero como el hombre se había desplomado sobre la mesa y luego el derrumbe del tabernero sobre el mostrador. 

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