lunes, 15 de septiembre de 2014


        
                   U N A  C A R R E R A  T R A D I C I O N A L

Hay familias exigentes con sus hijos, a los cuales   van acondicionando dentro del proceso de su formación, inculcándoles determinadas tendencias o motivándoles con ejemplos históricos o familiares, para que estudien un arte o una carrera.  En algunos casos esta influencia produce los frutos esperados, como en las familias  donde existe una tradición de profesionales, por ejemplo, un abogado como cabeza de familia, donde predomina la costumbre de que el primer hijo varón seria inducido a estudiar abogacía.  Es una tendencia que en determinadas comunidades –por primera vez la observo en la Urbanización La Trinidad, sitio donde vivo,-- se  ha mantenido por generaciones y en algunos casos esta tradición tiene su reminiscencia, en algunos casos desde dos a tres siglos anteriores y se pretende que se mantenga en el porvenir.  Así mismo, puede referirse a cualquier profesión: un ingeniero, un médico, un profesor, etc.
Pero a veces se presenta el rebelde, el hijo que acepta la tradición pero no quiere formar parte de ella y no   estudia la carrera sugerida  por el padre y se inscribe en otra diferente así tenga que irse de la casa.
Una situación parecida se le presentó a la Familia Rojas Prieto de la Urbanización La Trinidad.
El abogado Crisanto Rojas, un vecino bastante callado y austero, no quería aceptar la posición de su hijo mayor, Roberto, de 18 años de edad, que se negaba a estudiar Abogacía pese a que la familia tiene la tradicional de un abogado (el hijo mayor) desde los finales del siglo XIX.  Roberto fue sincero con su padre cuando le razonó:
--¿Cómo estudio algo que no me gusta, que no me atrae, que me parece una actividad fastidiosa y, me perdonas, aunque te haya llenado a ti, papá, pero no a mí?
         El padre no aceptaba este argumento por demás poderoso pues no quería romper la tradición familiar,  Roberto era su primer hijo y, como él lo había hecho, debía estudiar Abogacía –Claro, no consideró que en su juventud todavía se obedecía, casi a rajatablas, las indicaciones o los deseos de los padres--.   Al observar las posiciones  encontradas, Eugenia, la madre, quiso mediar en la discusión.  Como solución salomónica propuso que Roberto estudiara Abogacía y otra carrera de su elección pues –conociendo la inteligencia de su hijo, que le produjo excelentes calificaciones y reconocimientos en el bachillerato--  sabía que él podía hacerlo, que se graduara de abogado y de la otra carrera que habría de elegir.  Para que el estudio no resultara tan fuerte, dependiendo de que fuera un trimestre o semestre, según sea el uso en la universidad, él podía inscribirse en dos materias en Abogacía y una materia en la otra carrera o viceversa.  Tardaría más tiempo en graduarse en una u otra profesión pero resolvería el dilema familiar.
         Roberto contempló a sus padres con desolada mirada.  Crisanto,  por su parte, meditaba sobre la propuesta de su esposa, sin respaldarla de un todo.  La reunión se había hecho esa noche en la sala de la casa, luego de que Eugenia observara la resistencia del hijo a la recomendación-propuesta del padre se había tornado problemática y quería evitar un estallido y una consecuencia negativa para la familia. (La reunión era también una tradición familiar y se utilizaba cuando existían criterios encontrados sobre un determinado asunto  y era necesario llegar a un acuerdo).
         La primera reacción de Roberto fue descartar la proposición de la madre por la  lógica razón de que ello significaría un trabajo innecesario para él, trabajo que no rendiría ningún beneficio (en el caso de la Abogacía pues, según creía en ese momento, nunca la ejercería) y le restaba un tiempo precioso que podía dedicar al campo de la Economía que había elegido estudiar.  Sin embargo, adoraba a sus padres y siempre se esmeró por complacerlos.  La idea, de aceptarla, significaba que debía graduarse en dos carreras,  no simular estudiar en una y consagrarse por entero a la otra pues el hacerlo sería deshonesto y sus padres no merecían este trato. Así mismo, y era lo que más le disgustaba, resultaría que no se graduaría en 4 años como era su anhelo, sino en 6 o tal vez 8 años.
 Pero la propuesta de la madre era un principio de solución de un asunto cuya controversia lo tenía angustiado.  Debía pensarlo con detenimiento.  Llegó al convencimiento de que debía estudiar los dos pensa  de estudios y ver las materias que tenían en cada semestre (en la Universidad Central de Venezuela se estudia por semestres).  Pidió a sus padres que le dieran tiempo para estudiar la propuesta y sus posibilidades y que se reunirían de nuevo el martes en la noche.
         Crisanto, quien todavía no aceptaba la propuesta de Eugenia pero deseaba arribar a un consenso, estuvo de acuerdo en diferir el asunto para el martes.
         Al día siguiente Roberto se trasladó a la U,C.V. y obtuvo los pensa de estudios del primer año de Abogacía y de Economía  Habló con los profesores de ambas facultades sobre la posibilidad de estudiar dos carreras a la vez.  Los profesores consideraron unánimamente  que sería mucho trabajo pero que se podía hacer, que todo dependía de la capacidad y la dedicación del estudiante.  Sobre la posibilidad de estudiar una o dos materias por semestre creían que se podía hacer pero recomendaban que el estudiante hiciera la solicitud correspondiente.
         En la reunión que tuvieron el martes en la noche, Roberto aceptó la propuesta de la madre sujeta a la aprobación de la solicitud que hiciera en la universidad.
--Pero hijo –sugirió Crisanto--, ¿no sería más prudente que estudiaras una carrera primero y la otra después y así no estarías tan presionado en los estudios?
--No, a menos que usted acepte que estudie primero Economía.
--Bueno… ¿Por qué no primero Abogacía?
--¿Se da cuenta?  De todas maneras yo creo que puedo estudiar las dos a la vez  si me permiten en la universidad escoger materias en ambas facultades, por ejemplo, una o dos materias en el primer semestre en una facultad y  una materia en el primer semestre de la otra facultad o viceversa.  A así sucesiva y alternativamente.
--Bien,  yo creo que va a ver humo blanco –Comentó Eugenia.
--Todavía no.  Hay  que esperar la respuesta de la U.C.V. –respondió Roberto.
         Y no le faltaba razón en ser precavido.  Su padre le había enseñado que era arriesgado contar los pollos antes de nacer.   Sobre la posibilidad de estudiar dos carreras a la vez, aunque seguía inclinado hacia Economía, veía ahora que el ser abogado podía interesarle también al permitirle la protección de sus intereses y sus posibilidades como Economista.
         Todo hacía pensar que el destino estaba definido, independientemente que llegara a estudiar una o dos carreras en la universidad.  Evidentemente no le temía al destino final pues se sentía satisfecho y dispuesto a cumplir la instrucción de la Universidad, cualquiera ella que fuese, pues entendía que sabría adaptarse y confiaba que al final lograría estudiar lo que inicialmente se había propuesto.
         Era la primera vez, que yo tuviera conocimiento, que se presentaba un dilema de esta naturaleza en la Urbanización La Trinidad, donde vivo, pues la mayoría de las familias que la poblaban tenían una procedencia más humilde y solo algunas –como la familia Rojas Prieto— provenían de la clase media (o de un nivel más alto) de la sociedad caraqueña.  Ello no era óbice, por supuesto,  para que  se escenificara la posibilidad de una ruptura  en una tradición familiar que, aunque no se tradujera en una catástrofe social, podría tener sus implicaciones sentimentales o de otra índole  que podría condicionar los deseos o la estructura interior de una familia honorable.
Sin embargo, yo entendí la posición de Roberto y deseé de todo corazón que cualquiera que fuese el resultado final de su diatriba, éste no afectara negativamente la armonía de la familia Rojas Pietro.  Pienso, no obstante, que este tipo de tradición es difícil de seguir en los tiempos presentes y en una ciudad como Caracas de constante y permanente  movilidad social pero igual puede suceder en cualquier otro lugar de América o del mundo donde la preocupación por el ascenso personal sea una variable que predomine entre los jóvenes

miércoles, 10 de septiembre de 2014

                                      UN RECUERDO DE JULIO CORTAZAR

          Estamos en el año de la celebración del centenario del nacimiento de Julio Cortázar.  No puedo contarme entre los escritores amigos de este extraordinario narrador argentino pero si uno de los miles lectores de sus fantásticos y admirados cuentos.  Porque la fama como creador se la debe Cortázar no tanto a sus novelas como a sus cuentos.  Su fama se fue construyendo a medida que fueron apareciendo sus originales relatos y llegó el momento que sus lectores  americanos estábamos a la espera de la aparición de su nuevo libro de cuentos para buscarlo afanosamente en las librerías para luego maravillarnos con las nuevas e inesperadas fantasías que ellos brindaban.          
         Me pasa con Julio Cortázar algo que no me sucede  con otros creadores: no  he leído toda su literatura (aunque dudo que uno llegue a leer todo lo escrito por un autor), pero si todos sus cuentos. Pertenezco a ese grupo de lectores que han leído muchos de sus relatos más de una vez, algunos como La noche boca arriba o Cuello de gatito negro, por lo menos cinco veces.  Me sucede algo fascinante con estos cuentos y en general con la literatura de este narrador: cada vez que los leo casi siempre encuentro algo nuevo, algo que no había precisado en anteriores lecturas y además siempre me envuelve la aureola fascinante y atractiva que había experimentado en la primera lectura.
            Con sus novelas no puedo decir lo mismo.  Es cierto que las he leído todas pero una sola vez.  Rayuela fue la última que leí hace ya más de 30 años y es la única que me incita a una nueva lectura.  Cortázar invita en el comienzo de esta obra que se lea de diversas maneras, lo que realmente significa que al leerla de la manera sugerida,  se convierte en la lectura de varias novelas a la vez y creo que esa fue la intención del escritor.
            Otra de las cosas que admiro en Cortázar es su incesante creatividad.  La creación de personajes como los "cronopios" es fascinante para decir lo menos.  Su estilo como narrador incita al lector a familiarizarse con el mismo de tal manera que uno, por lo menos en mi caso, rápidamente admira sus giros idiomáticos, la original manera como desarrolla sus historias, lo que hace que uno se mantenga motivado en la lectura admirando sus  inesperadas novedades que, al aparecer, lo hace con tanta naturalidad que uno se maravilla  y se interesa más por seguir en la lectura hasta que llega al climax del cuento.  Entonces, sin dejar de sorprenderse, uno desearía que la narración continuara con nuevos aportes y nuevas maravillas.  Como no puede ser, se consuela leyendo una y otra vez ese final.
             Cortázar no fue un escritor que se contentó con solazarse en su creación.  Al contrario, consideró que tenía la obligación de realizar una actividad política en el hemisferio americano, al que pertenecía con orgullo, para combatir tanto el atraso como las taras que observara en nuestros países.  Así mismo tuvo el tino de respetar  la idiosincrasia de nuestras naciones así como las diversas tendencias políticas que observaba en sus visitas, sin dejar de insistir en el respeto a la libertad de expresión de las ideas en nuestros pueblos.  Sin embargo, como buen izquierdista,  pregonaba su pensamiento renovador pero no actuaba para imponerlo aunque si para defenderlo.  En  este orden de ideas, Cortázar apoyó desde un principio la  Revolución Cubana y fue un gran amigo de Fidel Castro.  Sin embargo, no tuvo la intuición de otros escritores latinoamericanos, como Mario Vargas Llosa, que también apoyó esta revolución en sus inicios, pero cuando vio la tendencia al estancamiento que la misma traería a Cuba, dejó de apoyar a Castro y a combatir el sistema comunista que empezó a imperar en  esta isla, el cual se ha traducido en atraso y estancamiento para los cubanos.  Lamentablemente Cortázar  no tuvo esta visión ni vivió lo suficiente para corroborar la lamentable situación económica y política de la Cuba de nuestros días.
            Sòlo ví a Julio Cortázar una vez, cuando visitó a Caracas (¿Sería la primera visita?), en el complejo residencial-comercial Parque Central del centro de la ciudad donde yo trabajaba.  El escritor (alto, delgado, con barba y bigote, ojos cuestionadores) enseñaba a su compañera (¿esposa, amante? Nunca lo supe) las particulares atracciones del lugar.  Me provocó entonces interrumpirlos y enseñarle uno de mis mejores cuentos pero mi timidez me lo impidió.  Luego me recriminé el no haberlo hecho  cuando me enteré de la receptividad del escritor argentino hacia los noveles escritores.

            Por último, quiero resaltar algo que es fundamental en la literatura de este célebre argentino.  Cortázar nunca hizo lo que podría llamarse una “literatura política”, lo cual agradecemos todos sus lectores.  Siempre tuvo el tino de separar su literatura del ámbito político.  Quien lee sus cuentos verá que son verdaderas joyas literarias y en ellas poco se asoma el rasgo político de su autor.  Lo mismo podría decirse de sus novelas y de sus otras creaciones literarias.  Incluso cuando alguno de sus relatos se desarrolla en un lugar de centro-america, en plena ebullición política, como sucede con la narración Alguien que anda por ahí, el contenido del cuento es presentado con tanta sutileza que el aspecto político que subyace en el mismo es  tocado tan tangencialmente que el lector casi no lo nota. Algo similar se asoma en la lectura de algunos pasajes de Rayuela.  Esto, por supuesto, también engrandece la figura de este notable escritor.