martes, 23 de mayo de 2017

U N A B A L A C E R A I N N E C E S A R I A

            

                                    U N A   B A L A C E R A   I N N E C E S A R I A

Cuando Roberto abrió la puerta de su casa sintió el silencio como si mostraba la acción misteriosa de una inesperada celada, de allí su indecisión de penetrar en ella.  Pero debía salir, ir a la farmacia cercana a comprar la medicina para la madre que había pasado una noche atroz tosiendo constantemente.  Se sentía algo cansado pues escasamente pudo dormir atendiendo a su madre, sobándole el pecho pues pensaba que al hacerlo la ayudaría a superar la crisis.  En efecto, ella se calmaba un poco y pasaba cierto tiempo respirando normalmente pero luego volvía al ajetreo de la tos constante.  Lo mismo sucedía cuando tomaba un poco de agua.  –Es como si tuviera algo en la garganta que me pica y me obliga a toser para sacarlo de allí –le comentó al hijo con voz algo agónica.  El comprendió su sufrimiento y lamentó que nada podía hacer para auxiliarla.
--Cuando amanezca iré a la botica y le explicaré al encargado; tal vez él sepa de algo que te pueda aliviar.  Si es así, te lo traeré –fue su comentario consolador.
            Ahora se hallaba caminando sobre la acera de la calle hacia la farmacia más próxima en busca del medicamento.  Recordó que, durante la noche, mientras atendía a su madre, notó el agite acostumbrado de las calles del barrio: los disparos entre las bandas de malandros que se peleaban entre sí buscando el predominio en la zona.  En ocasiones la balacera se prolongaba y continuaba en la mañana (¿Qué hora era será? ¿Tal vez las seis y media o las siete? No lo sabía pues no usaba reloj pulsera).  El silencio que envolvía a la calle en ese momento de su desplazamiento lo exaltaba lo suficiente hasta sentirlo tétrico.
            Llegó a la esquina y mientras cruzaba la calle, empezó un tiroteo.  Él se desesperó al sentir que, cada vez más que el silbido de las balas se acercaba al sitio donde se encontraba.  Afortunadamente llegó ileso al subir a la otra acera y, desesperado, buscó la protección de la carrasposa pared y deslizó su cuerpo sobre ella como si, al llegar al filo de la esquina y cruzar, lograba la protección de las balas que anhelaba. Al hacerlo, se excitó más cuando una bala se incrustó en la pared a escasos centímetros de su cabeza.  Roberto se asustó tanto al sentir el impacto de la bala que la presencia del pánico estuvo a punto de producirle una conducta irracional.  No sabe cómo se contuvo y no corrió.  Prefirió continuar arrastrándose sobre la áspera pared en su camino hacia la farmacia, que se hallaba en la próxima esquina, un deslizamiento que le trasmitía cierta confianza y un mínimo de seguridad en su avance.
            Fue cuando lo vio.  Desesperado, como él, por los disparos, el chico (no tendría más de doce años), ubicado en la acera opuesta, decidió correr el riesgo y corrió al cruzar la calle buscando la protección del otro lado o tal vez buscando su compañía al verlo en la acera opuesta.  Entonces se produjo un cruce de disparos que lo detuvo: su cuerpo se tambaleó al sentir los impactos.  Desesperado, el chico intentó proseguir en su lance pero otro disparo (o disparos: Roberto no podía asegurarlo con precisión) detuvo su carrera por completo y se desplomó en el medio de la calle, temblando.  Luego cesó el temblor mientras el cuerpo yacía en el pavimento.
            Roberto detuvo su deslizamiento a lo largo de la pared por breve tiempo.  Sintió angustia al observar la escena.  Su primer impulso fue correr y auxiliar al chico.  Un acto irracional, dadas las circunstancias, pero instintivo pues había que ayudar al caído.  Se detuvo a tiempo.  Mejor dicho: lo detuvo el sonido de una proliferación de balas que en ese instante cruzó la calle.  Contempló con sincero dolor el cuerpo inmóvil sobre el suelo frio de la calle y luego decidió continuar su deslizamiento sobre la correosa pared de la edificación.
            Momentos después, cuando se hallaba a diez metros de la farmacia que se encontraba en plena esquina, cesaron por completo los disparos. Al llegar observó que las puertas del expendio de medicinas estaban cerradas pero, antes de deplorarlo, observó luz en su interior y que había un postigo abierto para atender al público.  Fue cuando Roberto tuvo la certeza de que los disparos habían cesado.  Él le estuvo explicando al farmaceuta los síntomas de la enfermedad de su madre y cuando el otro dio muestras de haberlo entendido, le pidió que le recetara una medicina que le aliviara o eliminara la tos.  El farmaceuta fue bastante claro con Roberto al indicarle que el remedio que le entregaba sólo serviría como calmante pero que su madre debía acudir un médico.
            Roberto asintió, pagó y dio las gracias.  Con la rapidez que su andar le permitía retornó a su hogar.  Así mismo transmitió a su madre las instrucciones recibidas sobre la toma del remedio y cuidó de que ella actuara acorde con las mismas y le resaltó la importancia de que luego acudiera al médico.  Ella asintió.  La medicina produjo el efecto deseado pues, días después la tos desapareció por completo.  Tanto, que la madre decidió no acudir a la consulta médica…
            Al pasar por el lugar donde había caído el chico, Roberto vio una aglomeración de gente y luego la llegada de la ambulancia.  Observó con tristeza e impotencia cuando su cuerpo, sobre una camilla, era introducido en el vehículo. Él vio el uso de la ambulancia como algo innecesario pues estaba convencido de que el adolescente ya estaba muerto cuando cayó sobre el pavimento de la calle.  Sin embargo, no lo parecía y creyó, esperanzado, que estaba aún vivo.  No obstante, reflexionando sobre la escena que había presenciado, llegó a la conclusión de que él no se había equivocado y que tal vez los paramédicos habían recogido el cadáver que luego llevarían a la morgue…
            Poco después el vehículo salía disparado del lugar.  Minutos más tarde, escuchando el ulular de la ambulancia, la gente, sin dejar de comentar sobre lo sucedido en la calle, comenzó a disgregarse hasta que la vía quedó callada, alterándose ocasionalmente por la presencia de uno que otro vehículo….