viernes, 5 de octubre de 2018

LA HISTORIA DE FELICIANO




          La Plaza Bolívar de Caracas es una de las plazas del país que tiene infinidad de historias  empezando por las originadas por las del eximio héroe quien, como buen casanova, se perdía de vista.  Pero las historias a las que me refiero nada tienen que ver con Simón Bolívar.  Se trata más bien de los innumerables transeuntes permanentes que hacen su trabajo o su labor ordinaria en dicho centro cívico.  Feliciano es un fotógrafo que conocí en dicha plaza y uno de los pocos que tenía un horario fijo:  llegaba todos los días (excepto los domingos) a las ocho de la mañana, se retiraba al mediodía una hora para su almuerzo y concluía su labor a las seis de la tarde.
          Antes de continuar hablando de Feliciano es necesario hacer una disquisición sobre su arte.
          El registro en nuestra mente de lo que vemos, de nuestras experiencias físicas diarias, no es otra cosa que la memoria.  Una fotografía de estos sucesos no se va deformando a medida que pasa el tiempo, no pierde su nitidez, si lo recordamos veinte o más años después.  Es decir, mantiene los rasgos  tan idénticos como estaban el día que se tomó la foto.  No sucede lo mismo con nuestra memoria pues el paso del tiempo la deforma en el momento del recuerdo.  Por ejemplo, yo tengo un recuerdo de mi infancia en la escuela, en la hora del recreo frente a la Plaza Sucre (un héroe venezolano).  veinte años después comencé a recordalo y lo habré evocado por lo menos cinco o seis veces en los siguientes veinte años.  En los primeros recuerdos me distinguía entre los otros niños pero en los últimos veo las figuras tan borrosas que no me distingo entre los otros niños. El paso del tiempo ha modificado la visión en la memoria.  Por eso cada día cobra más importancia la fotografía. Este invento del hombre copia con exactitud la imagen de las personas y las cosas en el momento que se produce y las mantiene igual a través de los años.  La foto, repito, presenta la imagen de las personas y de las cosas que tenían en el momento en ella se produjo.  La memoria deforma esa misma con el paso del tiempo.
          Durante el tiempo que yo pasaba por la Plaza Bolívar en dirección al Colegio Universitario "Francisco de Miranda", donde exponía mis clases de Administración de Salarios (25 años aproximadamente), yo me acostumbre a ver a Feliciano realizando su labor de fotógrafo.  A veces charlaba durante unos minutos con él pues nos hicimos amigos.  En una ocasión me contó que tenía un proyecto: fotografiar a una pareja cada año en un mes determinado para que la gente viera sus transformaciones con el paso del tiempo.  Había empezado con un par de recién casados en diciembre del pasado año y ahora en noviembre, esperaba con ansiedad la llegada de las fiestas decembrinas (se hallaba como él me dijo, en "la dulce y sufrida espera") para continuar su proyecto. El matrimonio llegó finalmente el 12 de diciembre y entonces Feliciano "descansó" (sus propias palabras) y se dedicó a realizar su trabajo con entusiasmo hasta "las fiestas decembrinas" cuando tomaba su decanso anual.
          Ese año, para su sorpresa, cuatro personas (varones todas) lo contrataron para que los fotografiara todos los años en el mes de diciembre.  Ellos vendrían tres o cuatro días a la plaza antes del 24 de diciembre.  Ellos deseaban saber si Feliciano estaba dispuesto a hacerlo.  El fotógrafo aceptó.  El siguiente año Feliciano se preparó para atender ambos compromisos.  Ninguno faltó.  Lo mismo sucedió durante los siguientes años.  En el año décimo del acuerdo faltó la pareja de casados; los cuatro varones se presentaron un poco más viejos pero interesados en la fotografía.  A finales de enero el esposo se presentó en la plaza para informarle a Feliciano que su señora había fallecido a principios de diciembre.  El fotógrafo lo lamentó y le dio su sentido pésame.  Ese diciembre y los dos siguientes "el grupo de los cuatro" no falló a la cita decembrina.  Para el año siguiente, el 14, fue Feliciano el que falló.  Su amigo Julián, quien por lo general visitaba a éste todas las mañanas en su puesto de trabajo para saludarlo y conversar, ese día también lo hizo pero al ver que su amigo nada decía, se extrañó y se acercó más a él.  Cuando comprobó que Feliciano estaba muerto, lanzó  un grito que se escuchó en toda la plaza.  Todos corrieron hacia el lugar donde se hallaba y Julián seguía gritando sobre la muerte de su amigo.  Luego, más calmado, Julián, quien ya había hablado con Feliciano sobre lo que habría de hacerse ante la posible muerte de uno de los dos (ambos se hallaban cerca de los 70 años), como acordaron, Julián registró los bolsillos del traje que llevaba su amigo y encontró un papel con sus indicaciones.  Fue cuando se supo la tragedia de Feliciano: pedía que no avisaran a su esposa de su deceso.  Ella lo había abandonado varias veces, él seguía aceptándola pero ella reincidía. Por lo tanto no merecía estar presente en su entierro.  Indicó que en su maleta de trabajo estaba el dinero para cubrir los gastos que  ocasionara su deceso. Que Julián debía encargarse de eso, de acuerdo a lo convenido.
          Después del entierro, Julián fue al apartamento de Feliciano. ¡La mujer todavía no se había regresado luego de su último abandono!!

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