L O S C O
M P A D R
E S
Los
compadres se encontraron en la puerta de la casa y se produjo el siguiente
diálogo:
--Hola compadre juan, ¿qué lo trae
por aquí?
--Venía a cumplir una misión,
compadre Pedro, pero se me olvidó lo más importante.
--¿Y cuál sería eso?
--El arma, compadre, creía que estaba
en el mapire pero no está.
--¿Y qué es eso del arma?
--Pues, un revólver. Venía a matarlo a usted, compadre.
--¿Y qué le he hecho yo, compadre,
para que tome una decisión tan drástica?
--Que usted se acostó con mi mujer y
eso no se lo perdono ni a usted ni a nadie.
--¿Y qué le hace pensar eso después
de tantos años de amistad, compadre?
--Ella me lo confesó.
--¿No será que ella me metió en el
lío pues siendo su compadre usted me perdonaría?
--Ya se lo dije, compadre, que eso no
se lo perdono yo ni a usted ni a nadie.
--Pues mire, compadre, usted está
equivocado pues yo no me acosté con su mujer y no porque no me faltaron ganas,
es la verdad, pues ella es una mujer muy bella y atractiva, y ahora que usted
me acusa sin razón, debo confesar que ella me ha sacado cuadros más de una vez
y yo, en honor a nuestra amistad y sobre todo a nuestro sacramento, me he
cuidado de hacerlo.
--No trate de defenderse inventando
cosas, compadre, porque lo voy a matar y no será en este momento por lo que ya
le dije sobre el arma pero lo haré la próxima vez que nos encontremos. Usted sabe que soy un hombre de palabra y
cuando decido algo lo cumplo.
--Bueno, eso es verdad, compadre, a
mí me consta lo de sus decisiones pero, le repito, esta vez usted está
equivocado y si llega a matarme, cometerá un error que lamentará el resto de
sus días, vaya usted o no a la cárcel a purgar el delito.
--¿Cárcel? Usted sabe que eso tampoco me detendrá. Tomé la decisión y la cumpliré. Así es que cuídese de mí la próxima vez que
nos encontremos… buenos días.
Y
el compadre Pedro se devolvió de la casa del compadre Juan y se dirigió, animado,
erguido, y decidido por la acera, a su vivienda que se encontraba cerca pero en
otro barrio de la ciudad.
Juan,
preocupado, se le quedó mirando como su figura se fue empequeñeciendo hasta
desaparecer tres cuadras más adelante cuando desapareció por completo al cruzar
la esquina a su izquierda. El barrio, en
los últimos años, se había tornado peligroso pues con frecuencia se producían
balaceras durante la noche y ocasionalmente durante el día. A Juan no le constaba pero, según los
vecinos, eran bandas de malandros que se peleaban entre sí por el predominio
del barrio o eran batallas entre la policía y bandas de drogadictos o de
simples malandros que concluían con el aprisionamiento de bandidos heridos o
sanos y la huida de los otros malandros.
Pero nada de esto le constaba a Juan y luego de la muerte de su esposa
sólo salía ocasionalmente de su vivienda.
Por eso, después de escuchar la amenaza de Pedro estaba rumiando la
decisión de permanecer en ella o trasladarse a otro lugar, que podría ser
Cumerebo, donde vivía un hermano suyo.
En
eso escuchó, en plena mañana, el ruido de una nueva balacera. Al principio fueron disparos ocasionales pero
arreció de pronto como si fuera una refriega entre dos bandas. Juan, resignado, aguardó en la sala de su
casa que cesara el vendaval de disparos.
Entonces los sucesivos disparos fueron seguidos por uno que otro disparo
hasta que, después de casi una hora de refriega cesaron por completo. En su hamaca, Juan reflexionaba sobre lo
sucedido ese día. Eran años de amistad
fructífera entre él y el compadre Pedro pues se ayudaban mutuamente, en
especial durante los últimos tiempos como consecuencia de los desafueros del
gobierno de Chávez y de su sucesor y la vida en el barrio se había tornado muy
peligrosa, también en el resto de la capital.
Los problemas económicos se habían recrudecidos en los últimos años pues
los alimentos eran cada vez más caros hasta que, después de la muerte de su
esposa, empezaron a escasear pues ya no compraba en el abasto de la esquina
–que finalmente fue cerrado pues los malandros los desvalijaron por completo y
la policía nada hizo. Por eso Juan tuvo
que adquirir lo que necesitaba del supermercado más cercano. Pero éste también tenía deficiencias en el
suministro de alimentos hasta que lo encontró cerrado por completo. Un lugareño le informó que dos noches atrás
recibió la visita de los malandros que se llevaron los escasos bienes que
todavía quedaban en el mismo y, ante la clara impunidad, el dueño decidió
cerrarlo. También a Juan, como a muchos
vecinos, le indignaba hacer cola para adquirir los alimentos, lo cual nunca
había hecho en su vida y ahora tampoco se resignaba a hacerlo.
Los
sucesos relacionados con la acusación del compadre, que él seguía considerando
injusta al recordar las miradas de odio que le dirigía la comadre cuando el
persistía en serle fiel al sacramento con su compadre Pedro, se unieron a los
problemas que presentaban la difícil vida del barrio y por extensión de la
capital, hizo que él tomara la decisión de irse, de buscar refugio en su
pueblo. Por lo tanto, llenó una pequeña maleta con los enseres que
más necesitaba y tomó todo el dinero que tenía en la casa y se dispuso para el
viaje.
A
los pocos minutos de haber salido de su casa se produjo una balacera en las
cercanías. Juan se preocupó pero siguió
caminando. Al llegar a la esquina tuvo
que cruzar con rápidamente pues los disparos se acercaban con celeridad al
lugar donde él se encontraba. Llegó a la
acera contraria y aceleró su caminata en dirección a la salida del barrio 905
donde se hallaba. Tenía que descender
tres cuadras para llegar a la avenida principal donde tomaría el autobús que lo
conduciría al centro de la ciudad. Desde
allí tomaría el bus que lo llevaría al
Terminal de Autobuses La Bandera donde tomaría el bus que lo llevaría a su
pueblo. (También podría irse utilizando el Metro pero éste se hallaba
constantemente cerrado como una medida del Gobierno para
contrarrestar las marchas y paros de la Oposición Democrática).
Juan
continuó apresurado su andar pensando que si lograba llegar a Cumarebo por
quién preguntaría en el caso de que su hermano Luis Eduardo no se hallara allí
pues tenía tres años que no lo veía. No
obstante,persistió en su plan original: trasladarse a Cumarebo.
Al completar el decenso de la primera calle y
seguir hacia la segunda, notó a la distancia el paso apresurado. No creyó que lo seguían. Sin embargo, se detuvo y percibió que él otro
también se detenía. Apresuró su paso y
notó que el otro también lo reanudaba.
Fue cuando comenzaron de nuevo los disparos en la calle. El decidió correr. El otro también. La balacera se intensificó y Juan decidió
buscar refugio en la puerta de alguna casa donde pudiera guarecerse de los
disparos. Entonces vio a tres malandros
que se desplazaban por el medio de la calle disparando y corriendo hacia la
avenida. También vio cuando los tres
caían despatarrados en el medio de la calle.
El tiroteo se detuvo inesperadamente. Luego vio como un auto descendió a toda velocidad
en dirección a la avenida principal de la Cota 905. Finalmente, todo quedó en silencio. El vio a un lugareño asomarse a la calle y
luego caminar hasta donde estaban los caídos.
Verificó que estaban muertos y luego se retiró a su casa. Después llegó una patrulla de la policía e
hizo lo mismo. Un policía por radio
pidió una ambulancia. Fue cuando Juan se
percató de que habían dos cadáveres en la acera donde él se encontraba. Decidió acercarse y verificar si conocía a
alguno de los caídos. Su gran sorpresa
fue ver el cadáver de su compadre Pedro.
Tenía el revólver en la mano y los ojos bien abiertos.
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