P I C H I C H O
Cada mañana, como
el sol sale por el este, tengo la obligación de sacar a pasear a Jack, el perro de mi
hijo. Porque yo ya no tengo perro. Tuve muchos, es verdad, pero a mi edad ya no quiero esa responsabilidad, esa
mortificación y menos esa dedicación.
Pero mi hijo acostumbró a su perro que debía ser sacado de la casa cada
mañana y como él tiene que trabajar, tengo que hacerlo yo.
Jack es un perro
negro, fornido, de unos diez años de edad, es decir, ya está próximo a iniciar
su decadencia (Que yo sepa, los perros viven 14 años y hasta 16 años). No es un perro fino sino una mezcla de
Labrador con Rottweiler. Es un perro
inteligente pues sabe que no debe hacer sus necesidades en la casa. Por eso cuando quiere orinar, se agita de tal
manera que hay que sacarlo al jardín para que se desahogue. Así mismo, Jack sabe que cuando uno lo saca
en la mañana debe evacuar (digo yo, mi hijo dice “cagar”).
En las salidas
mañaneras lo primero que hace Jack es olfatear las matas del jardín, estrujarse
contra los arbustos y, como todo perro, se acerca a un árbol, alza la pata para
orinar. Siempre me he preguntado por qué
los perros orinan así y junto a un árbol; ¿por qué no sobre una pared o un
automóvil? No creo que sea una manía. Un amigo mío, que admira este acto perruno,
opina que es “parte de la idiosincrasia del perro”. Pero creo que este decir no es verdad. He observado que los perros alzan sus patas
para orinar en cualquier lugar: en la calle, junto a un arbusto o sobre
cualquier cosa que le parece un obstáculo.
Lo que si es cierto es que tienen preferencia para hacerlo junto a un
árbol. De esta preferencia arranca la
creencia y el decir popular.
Yo llevo a Jack a una
cercana área alambrada, con árboles de variados tipos y tamaños, que se encuentra a dos cuadras de nuestra
casa. Allí él hace sus necesidades. Cuando entra al cercado y luego de que yo lo
libro de la cadena, sale corriendo y luego de ejercitarse sacando tierra con
sus patas traseras y de husmear otros arbustos, se dirige a un pequeño arbusto
de su preferencia que hay en el lugar: son conjuntos de yerbas, de casi un
metro de altura, de color preferentemente verdoso aunque tiene también hojas
lanceoladas amarillas y marrones.
Desconozco su nombre pero lo cierto es que Jack los prefiere para
realizar su primaria necesidad. Entonces
deja de revoletear, engrincha su lomo trasero y comienza a pujar para que
salgan sus mojoncitos, generalmente son 4 ó 5.
Yo los dejo en el lugar. Pero si
se le antoja hacerlo en otro sitio, dentro de la extensión de jardines y gramas
que existen en el conjunto donde vivimos, si los recojo en una bolsa de
plástico y los deposito en el receptáculo de basura. En esta ciudad hay muchos perros y un gran
amor por los animales pero también se vela por su ornato. Como abundan en las calles, veredas y parques
lo que yo llamo “casilleros” para perros, los cuales están provistos del cajón para la caca de estos
animales y un dispensador de bolsas plásticas para colocar dicha caca y depositarla
luego en el susodicho cajón.
`Yo siempre he tenido
perro en mi casa. Recuerdo que el
primero me lo regalaron en Puerto Ordaz, ciudad al sur de Venezuela. No era de una raza conocida, yo diría de una
“raza común”, al ser producto de muchas mezclas. Era un perro muy cariñoso y juguetón. Mis hermanos jugaban mucho con él en el
jardín, pero tenía el temor de que si lo dejaba dormir en el jardín, es decir,
pasar la noche, se perdería o lo robarían.
Por eso lo acostumbre a dormir dentro de la casa. Un fin de semana salimos de paseo a San Félix
pero tuvimos que pernoctar allí.
Regresamos a la casa el domingo en la tarde. Encontramos a un perro tan desesperado por el
hambre que había ruñido las patas de madera de la mesa del comedor. Yo me disgusté tanto que desde ese día lo
acostumbre a dormir en el jardín.
“Pichicho”, que es su nombre (todos mis perros tuvieron siempre el mismo
nombre), se acostumbró a dormir fuera de la casa y con el tiempo andaba por la
cuadra pero siempre recalaba en la casa a dormir. Un día Pichicho se perdió. Lo buscamos por toda la cuadra y las calles
vecinas pero no lo encontramos. Se había convertido en un perro callejero. Finalmente apareció para el regocijo de todos
en la casa. Nos acostumbramos, pues, a
sus desaparecidas. En una ocasión paso un tiempo sin que lo
viéramos y una mañana, a; salir de la casa, lo encontramos muerto en el
jardín. Estaba golpeado y tenía varias
heridas. Yo creo que la golpiza que
recibió terminó siendo fatal, fue el resultado de peleas callejeras con otros
perros. Como se sintió tan desfallecido
tuvo el aliento suficiente para regresar a su casa a morir.
Yo me sentí tan
afectado que pasé unos años sin perro.
Cuando vivíamos en Maracaibo (yo ya estaba casado) sentí la necesidad y
tuve la intención de comprar un perro y acostumbrar a mis hijos a jugar con él
y quererlo. Pero nuestra estadía en esa
ciudad fue tan corta que finalmente desistí de hacerlo.
Cuando nos mudamos a
La Trinidad, si lo hice. Compramos un
pastor alemán y lo criamos desde cachorro.
Yo lo acostumbre a vivir en el jardín fuera de la casa, donde hacia sus
necesidades pero nosotros siempre mantuvimos aseado el lugar. Pichicho era un perro muy inteligente. Cuando la familia salía de paseo, le
dejábamos abierta la puerta que comunicaba el jardín trasero con el delantero,
de manera que tuviera más espacio para movilizarse y suficiente comida y
agua. Y no importaba que en un fin de
semana pernoctáramos en otro lugar pues él siempre nos recibía moviendo la cola y haciendo gestos con la cabeza como
mostrando su satisfacción porque habíamos regresado. Como había consumido todo
el alimento que le dejamos, lo proveíamos de agua y su comida especial y el los
devoraba complacido.
Pero Pichicho era
realmente un perro cuidador. Nadie se
atrevía a meterse en la casa. En una
ocasión, un ladrón, huyendo de otra casa
donde se había metido, al ser descubierto, salto a la nuestra y el perro lo
recibió gruñendo. El ladrón lo amenazó
con un cuchillo carnicero que tenía en la mano pero el perro, de un salto
felino, le mordió la muñeca e hizo que el hombre soltara el arma. Pronto, al verse mordido en piernas y brazos,
al ladrón le entró pánico y comenzó a gritar pidiendo que le quitaran al perro
de encima. Yo me desperté y salí de inmediato
al jardín y ordené a Pichicho que se calmara.
El perro obedeció y dejó de morder al ladrón que seguía gritando
desaforado. A los pocos minutos llego la
policía y se lo llevó.
En la calle del
Arenal se reunían en las mañanas muchos perros callejeros. Siempre aparecía un líder en el grupo que
rezongaba buscando pelea con otro perro; se producía la pelea y luego de vencer
al que se había atrevido a retarlo, se
paseaba regodeándose ante los otros perros para hacer respetar su
autoridad. El perro líder por
lo general desafiaba con sus gruñidos a Pichicho, que se asomaba a la reja del
garaje ante la algarabía de los otros perros.
Si yo estaba en casa, cambiaba a mi perro para el jardín trasero y lo
encerraba hasta que los otros perros abandonaran la calle. Pero en una ocasión no llegue a tiempo para
evitar la trifulca. Pichicho, ante la
excesiva provocación del otro perro, saltó la pared delantera del jardín de
unos dos metros de alto y cayó parado sobre la acera de la calle. Y comenzó la pelea.
Aquella fue una pelea
de perros memorable. Logró la admiración
de los vecinos que, ante el alboroto de ladridos, salieron a la calle a enterarse de lo que sucedía. Eran dos perros grandes y hermosos. El que llamaban “Catire”, el perro líder, era
lanudo con el pelo amarillo, las patas gruesas, el borde de la boca negra y los
ojos feroces. Pichicho era alto, delgado
pero fornido, de pelo grisáceo y hocico algo alargado, mirada inteligente y
rápida resolución ante el peligro La
pelea se produjo en el centro de la calle y los otros perros hicieron un
círculo dentro del cual se movían los dos feroces contendientes repartiendo
dentelladas. A veces parecía que ganaba
el Catire, en otras que ganaba Pichicho.
El tráfico de vehículos se interrumpió
en ambas direcciones de la calle y los choferes no tuvieron otra
alternativa que salir de sus autos y, junto con los vecinos, se dedicaron
a observar la pelea. Paso media donde cada perro, en su turno, a
fuerza de dentelladas, se llevaba a su rival de una acera a la otra, en medio
de los ladridos y el asombro de los otros perros. Tanto Catire como Pichicho estaban heridos y
sangraban pero ninguno cedía.
Continuaban dándose dentelladas.
De repente, se produjo un silencio y luego un tremendo aullido, el acto
lastimero de uno de los perros que huía.
Era Catire el derrotado pues dejó a Pichicho en medio de la calle, bien
plantado sobre sus cuatro patas. Mientras el Catire, seriamente lastimado,
abandonaba la calle seguido por la corte
de sus perros que, aun así, le seguían siendo fieles…
Los vecinos y los
choferes aplaudieron ampliamente al vencedor que seguía orondo en el medio de
la calle. Yo llamé a mi perro que al
verme obedeció y regresó a la casa. Le
curamos las heridas y le entablamos una pierna donde tenía una herida feroz y
así evitamos que se le infestara. Él,
paciente, dejo que lo curaran y mimaran.
Creo que estaba satisfecho por el triunfo. El triunfo fue también de los vecinos de la
cuadra pues eso hizo que el Catre y su corte de perros se ausentaran de la
calle del Arenal.
Pichicho siguió
siendo un perro cariñoso y cuidador.
Vivió 14 años. Yo tenía que hacer
un post-grado fuera del país pero mi preocupación para ausentarme era el perro. A veces me pasaba horas con él en el jardín,
bañándolo, acariciándolo, mimándolo.
Pero Pichicho fue inteligente hasta el final. Yo creo que el presentía mi partida pues en
los últimos días estaba triste, muy triste.
Una semana antes de ausentarme de la ciudad amaneció muerto en el
jardín. Me dio tiempo a que, junto con
mi familia, asistiéramos a su cremación.
Esa vez tome la
decisión de no tener más perros en mi casa.
lo saca en la mañana
debe evacuar (digo yo, mi hijo dice “cagar”).
En las salidas
mañaneras lo primero que hace Jack es olfatear las matas del jardín, estrujarse
contra los arbustos y, como todo perro, se acerca a un árbol, alza la pata para
orinar. Siempre me he preguntado por qué
los perros orinan así y junto a un árbol; ¿por qué no sobre una pared o un
automóvil? No creo que sea una manía. Un amigo mío, que admira este acto perruno,
opina que es “parte de la idiosincrasia del perro”. Pero creo que este decir no es verdad. He observado que los perros alzan sus patas
para orinar en cualquier lugar: en la calle, junto a un arbusto o sobre
cualquier cosa que le parece un obstáculo.
Lo que si es cierto es que tienen preferencia para hacerlo junto a un
árbol. De esta preferencia arranca la
creencia y el decir popular.
Yo llevo a Jack a una
cercana área alambrada, con árboles de variados tipos y tamaños, que se encuentra a dos cuadras de nuestra
casa. Allí él hace sus necesidades. Cuando entra al cercado y luego de que yo lo
libro de la cadena, sale corriendo y luego de ejercitarse sacando tierra con
sus patas traseras y de husmear otros arbustos, se dirige a un pequeño arbusto
de su preferencia que hay en el lugar: son conjuntos de yerbas, de casi un
metro de altura, de color preferentemente verdoso aunque tiene también hojas
lanceoladas amarillas y marrones.
Desconozco su nombre pero lo cierto es que Jack los prefiere para
realizar su primaria necesidad. Entonces
deja de revoletear, engrincha su lomo trasero y comienza a pujar para que
salgan sus mojoncitos, generalmente son 4 ó 5.
Yo los dejo en el lugar. Pero si
se le antoja hacerlo en otro sitio, dentro de la extensión de jardines y gramas
que existen en el conjunto donde vivimos, si los recojo en una bolsa de
plástico y los deposito en el receptáculo de basura. En esta ciudad hay muchos perros y un gran
amor por los animales pero también se vela por su ornato. Como abundan en las calles, veredas y parques
lo que yo llamo “casilleros” para perros, los cuales están provistos del cajón para la caca de estos
animales y un dispensador de bolsas plásticas para colocar dicha caca y depositarla
luego en el susodicho cajón.
`Yo siempre he tenido
perro en mi casa. Recuerdo que el
primero me lo regalaron en Puerto Ordaz, ciudad al sur de Venezuela. No era de una raza conocida, yo diría de una
“raza común”, al ser producto de muchas mezclas. Era un perro muy cariñoso y juguetón. Mis hermanos jugaban mucho con él en el
jardín, pero tenía el temor de que si lo dejaba dormir en el jardín, es decir,
pasar la noche, se perdería o lo robarían.
Por eso lo acostumbre a dormir dentro de la casa. Un fin de semana salimos de paseo a San Félix
pero tuvimos que pernoctar allí.
Regresamos a la casa el domingo en la tarde. Encontramos a un perro tan desesperado por el
hambre que había ruñido las patas de madera de la mesa del comedor. Yo me disgusté tanto que desde ese día lo
acostumbre a dormir en el jardín.
“Pichicho”, que es su nombre (todos mis perros tuvieron siempre el mismo
nombre), se acostumbró a dormir fuera de la casa y con el tiempo andaba por la
cuadra pero siempre recalaba en la casa a dormir. Un día Pichicho se perdió. Lo buscamos por toda la cuadra y las calles
vecinas pero no lo encontramos. Se había convertido en un perro callejero. Finalmente apareció para el regocijo de todos
en la casa. Nos acostumbramos, pues, a
sus desaparecidas. En una ocasión paso un tiempo sin que lo
viéramos y una mañana, a; salir de la casa, lo encontramos muerto en el
jardín. Estaba golpeado y tenía varias
heridas. Yo creo que la golpiza que
recibió terminó siendo fatal, fue el resultado de peleas callejeras con otros
perros. Como se sintió tan desfallecido
tuvo el aliento suficiente para regresar a su casa a morir.
Yo me sentí tan
afectado que pasé unos años sin perro.
Cuando vivíamos en Maracaibo (yo ya estaba casado) sentí la necesidad y
tuve la intención de comprar un perro y acostumbrar a mis hijos a jugar con él
y quererlo. Pero nuestra estadía en esa
ciudad fue tan corta que finalmente desistí de hacerlo.
Cuando nos mudamos a
La Trinidad, si lo hice. Compramos un
pastor alemán y lo criamos desde cachorro.
Yo lo acostumbre a vivir en el jardín fuera de la casa, donde hacia sus
necesidades pero nosotros siempre mantuvimos aseado el lugar. Pichicho era un perro muy inteligente. Cuando la familia salía de paseo, le
dejábamos abierta la puerta que comunicaba el jardín trasero con el delantero,
de manera que tuviera más espacio para movilizarse y suficiente comida y
agua. Y no importaba que en un fin de
semana pernoctáramos en otro lugar pues él siempre nos recibía moviendo la cola y haciendo gestos con la cabeza como
mostrando su satisfacción porque habíamos regresado. Como había consumido todo
el alimento que le dejamos, lo proveíamos de agua y su comida especial y el los
devoraba complacido.
Pero Pichicho era
realmente un perro cuidador. Nadie se
atrevía a meterse en la casa. En una
ocasión, un ladrón, huyendo de otra casa
donde se había metido, al ser descubierto, salto a la nuestra y el perro lo
recibió gruñendo. El ladrón lo amenazó
con un cuchillo carnicero que tenía en la mano pero el perro, de un salto
felino, le mordió la muñeca e hizo que el hombre soltara el arma. Pronto, al verse mordido en piernas y brazos,
al ladrón le entró pánico y comenzó a gritar pidiendo que le quitaran al perro
de encima. Yo me desperté y salí de inmediato
al jardín y ordené a Pichicho que se calmara.
El perro obedeció y dejó de morder al ladrón que seguía gritando
desaforado. A los pocos minutos llego la
policía y se lo llevó.
En la calle del
Arenal se reunían en las mañanas muchos perros callejeros. Siempre aparecía un líder en el grupo que
rezongaba buscando pelea con otro perro; se producía la pelea y luego de vencer
al que se había atrevido a retarlo, se
paseaba regodeándose ante los otros perros para hacer respetar su
autoridad. El perro líder por
lo general desafiaba con sus gruñidos a Pichicho, que se asomaba a la reja del
garaje ante la algarabía de los otros perros.
Si yo estaba en casa, cambiaba a mi perro para el jardín trasero y lo
encerraba hasta que los otros perros abandonaran la calle. Pero en una ocasión no llegue a tiempo para
evitar la trifulca. Pichicho, ante la
excesiva provocación del otro perro, saltó la pared delantera del jardín de
unos dos metros de alto y cayó parado sobre la acera de la calle. Y comenzó la pelea.
Aquella fue una pelea
de perros memorable. Logró la admiración
de los vecinos que, ante el alboroto de ladridos, salieron a la calle a enterarse de lo que sucedía. Eran dos perros grandes y hermosos. El que llamaban “Catire”, el perro líder, era
lanudo con el pelo amarillo, las patas gruesas, el borde de la boca negra y los
ojos feroces. Pichicho era alto, delgado
pero fornido, de pelo grisáceo y hocico algo alargado, mirada inteligente y
rápida resolución ante el peligro La
pelea se produjo en el centro de la calle y los otros perros hicieron un
círculo dentro del cual se movían los dos feroces contendientes repartiendo
dentelladas. A veces parecía que ganaba
el Catire, en otras que ganaba Pichicho.
El tráfico de vehículos se interrumpió
en ambas direcciones de la calle y los choferes no tuvieron otra
alternativa que salir de sus autos y, junto con los vecinos, se dedicaron
a observar la pelea. Paso media donde cada perro, en su turno, a
fuerza de dentelladas, se llevaba a su rival de una acera a la otra, en medio
de los ladridos y el asombro de los otros perros. Tanto Catire como Pichicho estaban heridos y
sangraban pero ninguno cedía.
Continuaban dándose dentelladas.
De repente, se produjo un silencio y luego un tremendo aullido, el acto
lastimero de uno de los perros que huía.
Era Catire el derrotado pues dejó a Pichicho en medio de la calle, bien
plantado sobre sus cuatro patas. Mientras el Catire, seriamente lastimado,
abandonaba la calle seguido por la corte
de sus perros que, aun así, le seguían siendo fieles…
Los vecinos y los
choferes aplaudieron ampliamente al vencedor que seguía orondo en el medio de
la calle. Yo llamé a mi perro que al
verme obedeció y regresó a la casa. Le
curamos las heridas y le entablamos una pierna donde tenía una herida feroz y
así evitamos que se le infestara. Él,
paciente, dejo que lo curaran y mimaran.
Creo que estaba satisfecho por el triunfo. El triunfo fue también de los vecinos de la
cuadra pues eso hizo que el Catre y su corte de perros se ausentaran de la
calle del Arenal.
Pichicho siguió
siendo un perro cariñoso y cuidador.
Vivió 14 años. Yo tenía que hacer
un post-grado fuera del país pero mi preocupación para ausentarme era el perro. A veces me pasaba horas con él en el jardín,
bañándolo, acariciándolo, mimándolo.
Pero Pichicho fue inteligente hasta el final. Yo creo que el presentía mi partida pues en
los últimos días estaba triste, muy triste.
Una semana antes de ausentarme de la ciudad amaneció muerto en el
jardín. Me dio tiempo a que, junto con
mi familia, asistiéramos a su cremación.
Esa vez tome la
decisión de no tener más perros en mi casa.