L
A H I
S T O R I
A D E
U N A H I S T O R I A
Esta tarde me quedé esperando por una hora la llegada de Josefina Venturini. Vendría a
visitarme con el propósito de obtener un
escrito mío sobre Nivaldo que yo le había prometido (y que yo todavía no había
redactado) para publicarlo en su revista.
Era una publicación de literatura e información general donde ella hacía
sus primeros pininos como administradora y muy importante para ella, pues el
pago de la publicidad y lo obtenido de
la venta de la revista, le produciría las entradas suficientes para cubrir sus
gastos de estudiante universitaria, además del aporte de alguna experiencia en
el mundo editorial, la cual le serviría de mucha utilidad en el futuro, si
finalmente se dedica a esta actividad.
La
Velutini, luego de mi larga espera, finalmente llegó a mi apartamento.
Imaginé
que aquello (lo de su empeño en venir a visitarme) era un pretexto (por lo
menos de mi parte) para iniciar una relación que debía depender de su
comportamiento en la cama. ¿Cómo
explicarlo de otra manera si a esta mujer
la había asediado constantemente en las últimas semanas? Era evidente que conociendo ella estas
intenciones no encontrara otra explicación a mi conducta (a menos que ella
fuese de las que comercializaba con su cuerpo por aquello de que el fin
justifica los medios) y se arriesgara visitar mi apartamento de soltero con el
pretexto de obtener un artículo para su revista.
En un acto lujurioso evoqué las perfecciones del cuerpo de
Josefina, su boca sensual y atrayente y de pronto apareció ante mí la imagen de
otra Josefina, mi prima, cuando me quedé observando su portentoso cuerpo de
mujer, mientras ella se desplazaba por el corredor de nuestra casa, allá en
Nivaldo, realizando quehaceres del hogar en tanto mantenía una animada
conversación conmigo. Al observarla imaginaba mi futuro y el de ella en nuestro
pueblo y, más lejos aún, en la capital de la república donde me veía escribiendo sobre Nivaldo o ella. Sin embargo, mi proyección de esa ocasión no
fue lo suficiente profunda, tampoco lo suficiente clarividente para suponer la
extraordinaria vida erótica que mi prima tendría, especial la que tuvo con el
hacendado Gilberto Luciani, el también propietario de la lancha Victoria, nave cuyo desplazamiento por
ensenadas y mares de Paria tenía
impactados a los nivaldinos de la época.
Por supuesto que era imposible que imaginara los detalles de tal vida pues no era un adivino ni cosa que se
pareciera. Conversábamos sobre su deseo
de trasladarse a Güiria a conocer a su padre.
Entonces, a los 18 años, lo suponía como un hombre de cierto poder en la
sociedad güireña, lo que le permitiría relacionarse con ese otro mundo oriental
y, ¿por qué no?, ello también le permitiría alzar el vuelo que tanto
ambicionaba.
Por
mi p arte, me veía proyectado en la soledad de una casa (no en un apartamento
donde en realidad sucedió), hilvanando mis ideas y experiencias sobre el
pueblo, reconstruyendo sus historias
menudas o importantes, tratando de estructurar un conjunto de relatos sobre la
vida de Nivaldo, de sus momentos estelares y, particularmente, insistiendo en
los motivos y consecuencias de la diáspora que poco a poco se fue apoderando de
sus habitantes, que luego se convertirían en parias, que en otros lugares del país soñarían con el
pueblo y con el posible retorno a sus lares, mientras sus acciones de todos los días los afianzaban cada vez más
en la nueva tierra que los cobijaba…
En referencia a este tema
viene a mi mente lo que diría el poeta cumanés José Antonio Ramos Sucre,
condenado a vivir aislado en sí mismo y confinado a sus propios fantasmas, en
uno de sus muchos poemas en prosa:
Los
habitantes de mi ciudad, capital de un reino abolido,
empezaron
a hablar de espantajos y maravillas.
Notaban
la
fuga de formas equivocadas al despertar del sueño matinal
Ahora contemplo la caída
de la tarde, la inevitable proximidad de la noche mientras me deleito oservando
el extraordinario cuerpo de Josefina
Venturini, la que esta noche demostrará su mejor habilidad y sagacidad al
lograr, por encima de mi asedio, el objetivo que la llevó a entrar a mi
apartamento. En efecto esta noche no se
convertirá en mi amante, como yo lo esperaba,
sino que, con sus halagos e insinuaciones, pese a que la manifiesta
atracción de su cuerpo prometía ardientes entregas, eludió con éxito mis
avances y de hecho obtuvo que escribiera el artículo prometido. Tal vez la promesa (no dicha, más bien
insinuada) de la anhelada entrega, influyó a que escribiera desaforadamente esa
noche de los pueblos abandonados a su
suerte, la diáspora que se incuba y luego florece en los pueblos de incierto
futuro, los parias en que luego se convierten muchos de sus habitantes, aspectos
que formaban la esencia de la y historia
de Nivaldo. Me auxilia de nuevo Ramos
Sucre con sus conceptos bastante cercanos a este tema:
La selva había crecido sobre las ruinas de una ciudad
innominada… Más de una sociedad adelantada había
sucumbido, de modo imprevisto, en el
paraje malsano…
Desde entonces juegan en silencio sus olas
descolmadas,
la prosperidad de la comarca
desapareció en medio de
un fragor.
Arbustos y herbajos nacen de los pantanos y
cubren los escombros…
En menos de una hora quedó listo el
manuscrito de seis páginas… Mientras escribía ella se desplazaba por mi
estudio, observando las fotografías colgadas de la pared, colocadas sobre la
repisa o en el escritorio donde yo persistentemente escribía. Después caminó hacia la pequeña cocina, hizo
café y me trajo una taza del hirviente líquido que luego yo iba sorbiendo lenta
y pausadamente, sin cesar la concentración, sin dejar de transcribir mis
impresiones. Siempre en silencio,
observando cómo se desplazaba el
bolígrafo sobre el papel, tal vez temiendo que su voz me desconcentrara
y motivara la aparición en mi mente de otras ideas o intenciones diferentes de
las que yo requería para plasmar mi mensaje sobre el papel.
Aunque es verdad que, como me lo dejó
ver esa noche, no se quedaría conmigo, pues debía proceder de inmediato a insertar mi ensayo en el texto de
la revista y así poderlo entregar a la
imprenta al día siguiente (toda una excusa que yo acepté a medias y sólo por la
promesa que entonces insinuara sobre un próximo y delicioso encuentro que si se
cumpliría con notable exceso, no es menos cierto que ella nunca imaginó que su actitud
sembraría en mi la idea de que mi traslado al pasado para recrear mi presente
con una imaginación de un futuro que otro
ser (el mismo que existiera en Nivaldo 30 años atrás, pero ya transformado)
se regodeara en su conversación con la otra Josefina y al mismo tiempo pensara en la acción futura de escribir sobre el
pueblo y sus personajes, entre ellos ella misma. Esta Josefina del presente, pues, con su
persistencia en no complacerme en esta ocasión, en dejarme con el sabor
frustrado de poseerla, con su actitud, sin saberlo, expolió con suficiencia mi
imaginación para que esa noche escribiera la primera historia, que se uniría a
otras que escribiría posteriormente, las cuales fluyeron con naturalidad hasta
completar el conjunto de relatos que proporcionarían mi visión idílica del
pueblo, visión que reafirmó la lectura de los versos en prosa de José Antonio
Ramos Sucre.