lunes, 6 de junio de 2016

EI SERENATERO Y LA DAMA

   

                                               EL SERENATERO Y LA DAMA

            Algunas personas piensan que Río Caribe es un pueblo  de  pescadores.  Eso no es enteramente cierto.  Es un puerto de mar que, por supuesto, tiene sus pescadores, pero eso no condiciona ni determina la naturaleza del pueblo.  Para demostrar este aserto, esta es la historia de alguien que inicialmente fue un pescador pero que después llegó a caracterizar otras actividades en el pueblo, entre ellas, las de cantar serenatas y velorios.  Esto no quiere decir que ser serenatero es una profesión.  En Río Caribe no lo era.  Era más que nada una actividad para satisfacer al ego, complacer al espíritu.
            También este pueblo se caracteriza, como otros pueblos del oriente de Venezuela, por llamar a las personas usando un apodo y se llega al extremo que al morir nadie no lo había nombrado, y también utilizado para presentar la nefasta noticia, sino con el mote que lo denominó en vida.  Nuestro personaje se llamaba José del Carmen pero todos los que lo trataban lo llamaban “Colorado”, pues desde niño, por ser una persona muy sanguínea,  y no por los efectos del inclemente sol de la región, tenía el rostro rojo, o colorado como le dicen en el oriente del país.
            Florentina, la dama en referencia, a quien por cierto llamaban “Chucha”, conoció a Colorado cuando ambos eran adultos.  Ella no recordaba cuando pero lo  más probable fue que lo conoció en un velorio.  En esa época (década de los años 20 del siglo XX), se hallaba en auge el canto en los velorios.  Si ahora, por lo menos en las grandes ciudades, al morir una persona la llevan del hospital (o de su residencia)  a una funeraria y al día siguiente al cementerio, sin que se produzca ningún tipo de canto en honor del fallecido pues, de hacerlo, se considera un sacrilegio, en cambio en el Oriente y creo que por  lo general en el interior del país,  todavía se estila el canto en los velorios y estos se realizan en la casa del difunto.  En todo caso, cuando ellos se conocieron era normal y corriente.
            En esa ocasión ella admiró su voz estentórea y a la vez clara y agradable.  Él, al verla y luego al tratarla, se enamoró de ella: lo que llaman “amor a primera vista”.  Florentina, una joven de 23 años, era una madre soltera con dos hembras y un varón y había sido abandonada por el marido que era un jugador y ya se había ido del pueblo.  Por supuesto, en esos días se hallaba desencantada de la vida y aborrecía a los hombres.
            Colorado era una persona tenaz en todo lo que se proponía.  De su labor primaria de pescador tuvo que retirarse luego de verse con otros pescadores en una tempestad y aunque en el naufragio perecieron algunos pescadores, él y otros lograron salvarse.  Pero le cogió miedo al mar y no quiso continuar pescando.    En la playa compraba pescados a otros pescadores, los cuales, por ser del gremio, se los vendían a un precio que le facilitaba una ganancia aceptable al revenderlos por las calles del pueblo.  Allí, todos los días, lo esperaban sus “marchantas”, a quienes conquistaban con sus chistes y frases oportunas, para venderles la cosecha marina del día.  En el oriente del país el pescado, en sus diversas variantes: sierra, carite, tahalí, jurel, sardinas, etc., es el alimento primordial (mezclada, por supuesto con las verduras y hortalizas) por lo menos en las familias de pocos ingresos.  La carne de res, el pollo y el cerdo se consume ocasionalmente o los domingos como comida especial.   Solamente las familias de clase media, que dirige el comercio y otras actividades lucrativas del pueblo, poseen una dieta más variada.  En esos días, cuando Chucha conoció a Colorado, el oficio del susodicho era vendedor de pescado pero sólo en el día.  En las noches cantaba velorios y serenatas.  Además, Tenía sus parrandas, por lo general, los fines de semana.  Cuando José del Carmen precisó el domicilio de Florentina, decidió llevarle una serenata.  Esa noche se presentó en Chamberí con un compañero que tocaba el cuatro y a las diez de la noche comenzó a cantar a la puerta de la casa de la agraciada.  Pero nadie se asomó ni a la primera ni a la segunda canción.  Al finalizar la tercera canción, el cantador, que tenía un oído muy fino, escuchó un murmullo de voces del otro lado de la puerta.  Esto lo animó y esperó, confiado.  Florentina se negaba a salir pero su madre, Micaela, la presionaba para que lo hiciera.
--Que salgas y des las gracias por la serenata, no es ningún compromiso –decía la madre--, al contrario, es un gesto de buena educación.  Además, si no lo haces, estará cantando toda la noche…
--Déjelo, mamá, pronto se cansará…
--Bien, si no lo haces tú, lo  haré yo.  Pero las canciones son para ti, debes de salir…
            Para entonces, José del Carmen había comenzado la cuarta canción, un vals oriental.  Micaela, entre tanto, seguía con su misma cantaleta.  Finalmente, al concluir la canción,  Florentina asomó la cabeza a la calle y dijo:
--Gracias por la serenata, Colorado, buenas noches.
            Y cerró con suavidad pero con decisión, la puerta.
            Colorado miró a su compañero de farra y sonrió.  Lamentó, para sus adentros, que Chucha no le diera la oportunidad de conversar y de cantarle otras canciones, no obstante, se mostró complacido de que por lo menos se asomara a la puerta.  En la próxima, tal vez… pero no sucedió así.   En las próximas dos serenatas sucedió lo mismo.  Fue cuando José del Carmen hizo gala de su tenacidad y decidió llevarle una serenata un sábado ¡a las seis de la tarde!!  Y lo hizo con el mejor acompañamiento posible: cuatro, guitarras y maracas.
            El conjunto comenzó a tocar a la casa y casi en seguidas muchachos y vecinos llegaron a acompañarlos.  Para evitar la aglomeración de personas frente a su casa, Florentina se vio obligada a hacerlos pasar luego de concluida la segunda canción.
                Entraron a la casa y se acomodaron como pudieron en el pasillo (la vivienda tenía una pequeña sala, dos cuartos y un estrecho pasillo que conducía a un rústico estar y la cocina).  Empezaron a tocar mientras Micaela les preparaba unos vasitos de mistela (bebida casera parecida al vino) y al terminar la canción les llevó la bebida en una bandeja de plástico con flores pintadas de variados colores.  Colorado y su grupo agradecieron el gesto mientras paladeaban la bebida.  Florentina y su mamá se unieron a los músicos con sus respectivas bebidas y participaron en la animada conversación de los músicos.
            Ese día  se esmeraría cantando sus mejores interpretaciones, una de las cuales llevaba su autoría.  Chucha siempre recordaría ese día pues cantaron un vals dedicado al pueblo (“Río Caribe, tus playas soñadoras…”) que Colorado, con su bien timbrada voz, haría más agradable el momento.  Dos horas después, al enterarse que la bebida de la casa se había agotado, el conjunto aludió discretamente un compromiso que tenía para ausentarse.  Antes de irse, Florentina agradeció con sentidas palabras el gesto mientras los acompañaba hasta la puerta de la casa.
            Ese fue el inicio de la relación de José del Carmen con aquella modesta familia.  De allí en adelante la visitaría con frecuencia llevándole siempre algún presente a Florentina: un ramo de flores. Las mejores vituallas (vocablo  oriental, posiblemente de origen aborigen, con que se denominaban a las verduras, elemento fundamental para el hervido o sancocho, ésta última, otra voz  típica de la región).  Un día en plena temporada de este tipo de pescado, le llevó una sierra de mediano tamaño, la cual fue recibida por Micaela pues Florentina había salido de compras.  Al llegar, se sorprendió un poco pues no esperaba esta acción de Colorado.  Después decidió preparar el   sancocho con la sierra e invitar al cantador, pues pensó que tal vez esa era la intención del  cantador.  A Micaela le pareció que eso  era lo adecuado.  La agradecida entonces le envió un mensaje de “papelito” –costumbre, ya desaparecida, que existía entonces, como normal medio de rápida comunicación—invitándolo a almorzar en su casa el siguiente domingo.  José del Carmen aceptó entusiasmado y se presentó al almuerzo con un enorme aguacate, el cual fue disfrutado en el condumio.
            De allí en adelante el serenatero comenzó a cortejar a Florentina.  Al argumento de que ella no era señorita –quiso decir virgen--, le dijo que él estaba profundamente enamorado de ella; de que era la madre de tres hijos, argumentó que no importaba pues al ser de ella serían sus hijos también, que nada de eso sería un  obstáculo mientras él tuviera la “fuerza” para trabajar –quiso decir la disposición física— y mantener la familia.  Florentina dudó y entonces decidió “darle tiempo al tiempo”.  A tanta insistencia de José del Carmen   se casaron a los dos años de la proposición.
            Fue un matrimonio que siempre funcionó, a pesar de la diferencia de edades (el cantador era quince años mayor que Florentina) y su vida algo rumbosa.  Para que la farra no incomodara a su esposa,  al principio la restringió a los fines de semana, los carnavales y las parrandas decembrinas; luego, cuando este arreglo  no funcionó, decidió no parrandear en los carnavales y en diciembre.  Por último, mantuvo la farra los fines de semana hasta que comenzó a observar la cara agria de Florentina cuando llegaba  el viernes.  Para él era signo de tempestad.  No obstante, a veces se topaba con un compañero de parranda un sábado en la tarde e iniciaba la fiesta que terminaba el domingo en la tarde y entonces, silencioso, regresaba a la casa y se acostaba en su chinchorro hasta el día siguiente, cuando, ante la mudez de Florentina, hacía lo indecible para contentarla, desde traerle un atractivo pescado de la playa hasta adornarle la casa con las más bellas flores que encontrara en el mercado, narrarle chistes, inventarle historias y hasta improvisar cantos hasta que lograba que su esposa sonriera.  Entonces retornaba la alegría a su cuerpo y el fin de semana siguiente ni siquiera se asomaba a la puerta de la calle…
            Ese fue José del Carmen Ramírez.  Tuvo gestos impensables con esta familia que hizo suya.  Desde casarse con Florentina e incluir los hijos de ella y reconocerlos como hijos del matrimonio, desde querer a hijos y nietos hasta hacer cualquier sacrificio por su salud y protección.  Los hijos, al crecer y llegar a plena juventud, buscaron hacer sus propias vidas: Zeno y Rolando se establecieron en la capital del país; Mercedes, como la madre, parió soltera tres hijos de un hombre que la amó mucho pero también la abandonó y se fue del pueblo;  Cosmelina, su única hija con Florentina, se enamoró de un parrandero que llegó de Güiria y como no pudo convencerla de que se saliera con él, se casó con ella y se la llevó a su pueblo.  En este espantoso puerto fronterizo le parió dos  hijos y murió a los tres años, al no poder adaptarse a la vida de infidelidades y parrandas de su esposo.  Enterada de su tragedia,  Mercedes se trasladó al infernal pueblo y se trajo a los sobrinos y los crió hasta que crecieron y pudieron defenderse solos.  Entonces, siguiendo la tradición implantada, dentro de la familia y por buena parte del pueblo, se convirtieron en parias al irse de Río Caribe.
            Así pues,  todos los hijos de Florentina, a excepción de Mercedes, en plena juventud, buscaron otros aires y pronto se establecieron en otros sitios y formaron sus propias familias.  Los únicos nietos que manoseó José del Carmen fueron los hijos de Mercedes.  No obstante, Vicente partiría a los ochos años, cuando fue requerido por su padre, hacia la capital.  José del Carmen estaba consciente que la nieta, tarde o temprano, también partiría.  Por eso se mantenía aconsejándola sobre cuál debía ser su proceder en Caracas y cuál debía ser su proprósito por encima de todo: educarse, completar su educación primaria y bachillerato y  hacerse de una profesión.  Todo esto lo hacía pues estaba consciente de que tenía que irse pues en el pueblo terminaría siendo la mujer  de un pescador, le decía.
            Entre tanto, hacía todo lo posible para que  la nieta la pasara bien.  En unos carnavales pensó que Rosalía, su nieta, debía disfrazarse para la fiesta infantil de la escuela.  Y le hizo un disfraz de Charera.  Las Charas era un poblado en las cercanías del pueblo que producía mucho casabe que las chareras vendían en el mercado y por las calles principales de Río Caribe.  El disfraz fue tan perfecto que lo premiaron en la fiesta infantil.
            En otra ocasión las escuelas del pueblo organizaron en su Teatro Elena una festividad donde cada escuela presentaría un número musical.  El mejor de los cuales recibiría un premio del concejo municipal.  La escuela de su nieta hizo una selección interna. Rosalía y su Salomé fueron las agraciadas.  José del Carmen se esmeró en construir un mejillón grande, de madera, pintado  de un marrón oscuro, del cual  al abrirse al compás de la música, y levantarse una de las valvas, saldría  bailando  Salomé que se hallaba durmiendo en el mejillón.  La música la despertaría y ella se desperezaría mientras el mejillón se abría.  Luego, la niña saldría bailando y se dirigiría, con movimientos circulares y haciendo arabescos con los brazos, hasta el centro del escenario donde, manteniendo los movimientos al compás de la música, concluiría la danza.  El mejillón fue tan perfecto y manipulado con tanto acierto y el baile y canto de Rosalía tan agradable al oído que, al concluir la pieza, fue ovacionada durante varios minutos.  La escenografía y el canto recibieron el primer premio (una copa con la inscripción respectiva tanto de la escuela como de la alumna participante).  Esa vez tanto Colorado como la calle Chamberí festejaron el triunfo de la nieta como si hubiese sido una fiesta nacional.  Él y su conjunto parrandero también festejaron.  Por cierto, fue la última parranda que realiza en vida José del Carmen Ramírez.
            Cuando finalmente la nieta se despidió del abuelo antes de su viaje a Caracas, Rosalía lo hizo con lágrimas en los ojos.   El viejo hizo lo indecible pero al fin pudo aguantar  las ganas  de llorar.  Después que la niña partió en el auto que la llevaría a Carúpano donde tomaría el avión, José del Carmen caminó hacia el tanque de agua  de la casa y se sentó en uno de sus bordes.  Fue cuando las lágrimas brotaron en el rostro del abuelo.