P L A C E R E S
E I N C O N V E N I E N T E S
Me sucede con los autos algo similar a lo que me pasa con los
libros: no sé qué hacer con ellos. Pero,
por supuesto, con los libros el dilema es más complejo. Ya
veremos.
En una ocasión el conocido actor inglés
Michael Caine dijo con amplio conocimiento del asunto: “el más grande lujo no
es manejar un auto sino disfrutar del viaje mientras otro maneja”. Y es cierto.
Hay gente que se desvive por manejar y es evidente el placer que produce el estar
detrás del volante, pero esto se supone cuando no pensamos en las implicaciones
que el manejo encierra.
Hay
que ver la cantidad de vehículos que se desplazan diariamente por las calles
avenidas y carreteras. Es uno de los privilegios
de la sociedad moderna. Pero hay que
pensar en los riesgos que esto acarrea:
la cantidad de accidentes –muchos de ellos con trágicas consecuencias-- que todos los días
ocurren en el país en que vivimos.
Resulta que el placer que ocasione el manejar un vehículo se le resta
importancia si consideramos las posibles consecuencias negativas que el mismo
pueda traer como consecuencia. Es un
placer que resulta secundario, el cual se puede soslayar sin mayores
consecuencias. Pero existe en nuestra época
la llamada “fiebre del manejo”, un síndrome que afecta generalmente a nuestros
jóvenes, en especial aquéllos que nunca han poseído un auto. Aprenden a manejar y se sacrifican
económicamente con el propósito de adquirir uno y disfrutarlo. Desconozco las estadísticas que existan al
respecto pero se dice que la mayoría de los accidentes automovilísticos que
ocurre en un país se debe a la
inexperiencia de los jóvenes que se desplazan en estas máquinas por ciudades y
carreteras.
Pero
existen otras manifestaciones de esta fiebre, tal vez más benignas por sus
consecuencias pero dignas de ser mencionadas.
Algunos jóvenes (y otros no tan jóvenes) se obsesionan tanto al poseer
un auto que no saben qué hacer con él: lo limpian, lavan, secan y hasta lo pulen hasta
dejarlo brillante, en fin lo mantienen inmaculado y si alguien lo ensucia u otro vehículo pasa a su
lado y lo salpica con agua y barro, ¡la persona responsable de ello recibe las
maldiciones más rudas e
inimaginables!! Sin embargo, el dueño
del auto pronto olvida La supuesta ofensa pues de inmediato lo lava y busca el
paño para restituirle su anterior
pureza.
En
las grandes urbes, y todavía en las ciudades de regular tamaño, existen otros
medios de locomoción, como autobuses, taxis, trenes, etc., por lo que el poseer
un auto no es realmente una necesidad.
Pero al ser humano le gusta la comodidad. Y allí está el auto para complacerlo. El auto se torna en una conveniencia más que
una necesidad y donde ser trasladado en
un vehículo manejado por otro parece una forma de infantilismo. Pero realmente este no es el punto. Que otro conduzca el auto donde uno se
traslada es realmente un lujo (y regresamos a la opinión del actor inglés), un
paso ideal al completo disfrute de la libertad pues, como el uso del servicio
lo indica, el disfrute experimentado no tiene ninguna añadidura y uno no es responsable de su ejecución.
A
algunos de nosotros nos gusta ser un “Marimón” (nombre de un corredor de autos
de carrera argentino que hace muchísimos años ganó la carrera Buenos
Aires-Caracas precisamente por la velocidad que desplegara, pues disfrutamos la
mala costumbre de manejar con exceso de velocidad. Otros no pueden vivir si no están montados en
un auto: se trasladan a todas partes manejando y si pudieran ir al abasto de la
esquina en su auto lo harían con placer.
Claro, una persona así es un esclavo: sin un auto se halla totalmente
desamparado.
Un
mundo ideal sería aquel donde se maneje un automóvil sin ninguna distracción o
aquél donde se pudieran anticipar y solucionar a tiempo los inconvenientes que
se encontrarían en la vía. Es posible
que ese sea el auto del futuro, lo que permitiría manejar con más seguridad en
las carreteras y en vías de la
ciudad. Sin embargo, pienso, como el actor inglés, que el mayor disfrute
de un auto se realiza en el asiento trasero de pasajeros mientras otro conduce…
El otro asunto que forma parte de mi presente
diatriba es el qué hacer con los libros.
Hay varios ítems que se deben en mi caso tomar en consideración: el placer de escribir, qué
hacer con los libros de la biblioteca particular del escritor, el archivo
particular del escritor, etc.
El ser escritor es una condición particular que pocos
aprecian a menos que se refieran a una persona ya consagrada por sus muchas
(acaso una sola) obras famosas. Pero ese
no es el tema que vamos a tratar aquí.
Sólo nos referiremos a los escritores (consagrados o no) que aceptan su
condición independientemente de su posible figuración pública. Gente que siente placera en la escritura por el simple hecho de hacerlo
y sin esperar reconocimiento alguno. A
todos los que escriben, así como a todos aquellos apasionados por la lectura,
se le presenta por igual el dilema de qué hacer con los libros después que son
leídos. La tendencia general es formar
una pequeña biblioteca. Pero ésta con el
tiempo va creciendo y llega el momento que ya no se tiene espacio, en su
estudio o sitio de lectura de su hogar, para guardarlos. Además de los libros que se pierden al
prestarlos a los amigos o familiares (otro problema digno de consideración),
habrá que tomar una decisión sobre qué hacer con ellos una vez leídos y también
con los que tiene acumulados en su casa. Algunos los donan a la biblioteca de
la comunidad o a sus amigos más
cercanos. Sin embargo pienso que la
solución a este problema debe tomarse más temprano. Creo que los escritores deben conservar
aquellos libros como diccionarios
(especiales o de lenguajes), textos especializados sobre la lengua y su uso,
diccionarios de inglés, español-inglés
y similares. A esto habría que
agregar los libros de literatura en español u otro idioma que sean
particularmente atractivos para el escritor, lo cual depende de la preferencia
de cada quien. La idea es tener un grupo selecto de libros (unos diez
como máximo) que uno pueda llevar consigo a la hora de una mudanza.
En relación con el archivo particular de cada
escritor que recopila material de lectura sobre el tema que investiga para
utilizarlo como referencia, por ejemplo, en la novela que escribe, hay mucha
disparidad de criterio en el proceder adecuado. Algunos mantienen el material
de referencia siempre, otros lo eliminan tan pronto haya terminado el texto
para el cual se recabó. El procedimiento que lamentablemente algunos
siguen es escribir basado únicamente en la memoria o en su imaginación, lo cual, por razones obvias, es poco
recomendable así el escritor posea una memoria fotográfica o una extraordinaria
imaginación.
Por
lo pronto, estos son los aspectos que se me antojan como los más como la
actividad del escritor.