U N A O P E R A C I
Ó N D E F I N I T I V A Y M
U Y P E L I G R O S A
--El Bujía se metió anoche en el
abasto de la esquina. Lo sé porque lo
acompañó El Cojo y me lo dijo —comentó Doña María—Está durmiendo la mona en su
casa. Vendió lo que sacó del abasto y lo
invirtió en comprar aguardiente. Mejor
no cuentes con él, Leo, por el resto de la semana.
--Entiendo, mamá, ya estaba pensando
en no llevarlo porque él es muy descuidado.
Y borracho, mucho menos para confiar en él –le contestó El Rubio.
--Y usted es muy inteligente para
depender de El Bujía…
--¡Eso! ¡Dígalo ahí!... Además, con lo que quiero hacer, sólo voy a
necesitar de El Lelo.
--Allá tú –le respondió Doña
María—pero ese es otro despistado…
--Si, pero bueno para lo que lo
necesito –fue la repuesta de El Rubio, que metió los bártulos que iba a
necesitar en una faja de lona y luego se la amarró a la cintura: sería ocultada
por la larga franela azul marino que llevaba encima, que también ocultaría el
revólver que el joven se colocó entre la correa y la parte trasera del
pantalón. Al salir de su casa caminó
hasta la esquina donde ya lo esperaba Carlos, El Lelo. Eran las nueve de la noche.
--¿Trajiste la moto?—Fue el saludo
que El Rubio le dio.
--Si.
¿Cómo la voy a dejar? Sin ella no podemos hacer nada.
--No exageres, pero es buena para
salir rápido del lugar.
--¿Hacia dónde vamos?
--Hacia Altamira Norte. Es una quinta que tengo “vistiada” cerca de la
Avenida Roche.
--¿Seguro? Mira que en esa zona hay mucha vigilancia.
--No en la calle donde está la
quinta. Ya te lo dije: la tengo vistiada
desde hace algunos meses…
--Bien, tú eres el que sabe,
jefe. ¿Nos vamos?
Caminaron
hasta el lugar donde se hallaba estacionada la motocicleta, apenas a pocos
pasos de la esquina. Subieron a ella y
salieron disparados del barrio “Las Lomas” de Petare. Entraron en la Avenida Francisco de Miranda. A esa hora, cerca de las diez de la noche, el
tráfico en la arteria había mermado considerablemente, controlado sólo por los
semáforos pues la mayoría de los fiscales de tránsito habían terminado su
guardia. Leo se distrajo observando lo
que sucedía en las aceras de la avenida: los transeúntes (solos o en parejas)
caminaban con rapidez, con cierta desesperación o temor, mirando en todas las
direcciones. Esta intranquilidad se
notaba más en las esquinas, mientras esperaban el cambio de luces del semáforo
que les permitiera cruzar la calle y continuar su intranquilo andar. En la Plaza Francia cruzaron a la derecha y
penetraron en la Avenida Luis Roche.
Pese al orden que regularmente existía en ese sector, se observaba mayor
circulación de vehículos, la cual fue paulatinamente disminuyendo a medida que
se ascendía en dirección al Cerro El Ávila hasta tornarse casi inexistente
cuando cruzaron a la izquierda, relativamente cerca de la Avenida Boyacá, la
cual todavía tenía bastante tráfico, pues éste era delatado por el persistente
cambio de luces de los faros de los autos que la circulaban. Penetraron en una calle muy iluminada pero
inmensamente sola. Cuando Leo hizo
detener la motocicleta, le dijo a su compañero, luego de ratificarle la soledad
del lugar:
--Es mejor que escondas la moto en el
monte, detrás de ese árbol –una ceiba inmensa—por si sucede algo. No quiero que te la quiten. Además, si viene la policía y la ve sola en
la calle, va a sospechar. Al salir solo
nosotros sabemos dónde está y eso facilita la huida.
--Jum… O.K. Rubio… tú te la sabes
todas…-- y procedió a esconder su vehículo en el lugar que el otro le indicara.
En
efecto, luego de cometer el robo en la quinta indicada (después de violentar
una ventana trasera, sorprendentemente sin ninguna protección), retornaron
rápidamente a la calle, pues el sonido de la alarma alertó a los vecinos que
llamaron a la policía en el momento en que ellos corrían hacia la ceiba. El Lelo prendió la motocicleta y salieron
rápido del lugar. Cuando bajaron por la
Avenida Roche, una patrulla de la policía se dirigía al lugar de la quinta
asaltada…
En
la sala de su casa, El Rubio repartió el botín.
(El Lelo ubicó rápidamente la caja fuerte y la abrió exitosamente. Por eso recibió la mitad del dinero y de las
joyas que encontraron. El Rubio se quedó
con el resto). Poco después que El Lelo
se marchara, Leo entró en la habitación de su madre y le entregó un bello
collar dorado. También abrió la caja
fuerte (que se hallaba dentro de la mesa de noche) y colocó en ella su parte
del botín.
La
madre se hallaba casi parapléjica (solamente movía la cabeza y los brazos), la
mesa de noche se movilizaba sobre ruedas de manera que la madre pudiera
manipularla y sacar de ella lo que necesitara, entre ellas, el dinero que
requiriera para los gastos de la casa.
Rosa, una señora de confianza que atendía a la enferma durante buena
parte del día (de8:00 A.M. a 6:00 P.M.), ya se había marchado. (Las horas restantes Leo se encargaba de
atender a su madre). Aparentemente las
actividades importantes de la casa que afectaban a la lisiada se hallaban adecuadamente
coordinadas y bajo un control inmejorable.
Pero
en aquella ocasión, cuando Leo, El Rubio, fraguaba su nuevo golpe, el cual, a
todas luces, parecía importante y crucial para su futuro, aquél temía que algo
fallara, o tal vez fuera la buena suerte, que siempre lo acompañaba, la que
pudiera defraudarlo esa vez. El Rubio se
había acostumbrado a desvalijar viviendas de un mismo sector de la ciudad,
Altamira Norte y ello había generado denuncias en la Policía de Chacao de los
habitantes del sector. El detective
Bermúdez, de esta entidad policial, le estaba siguiendo la pista. El Rubio no lo sabia aunque presumía que era
lógico cualquier previsión de las autoridades policiales, de allí su inquietud
en esta ocasión y la manera cuidadosa conque preparaba su próxima acción. El detective Bermúdez descubrió que la
mayoría de los robos ocurrían en casas o apartamentos solos (o con pocos
habitantes) y se dedicó a realizar un censo de este tipo de viviendas en todo el Este de la ciudad, en
especial a las viviendas que se hallaban en Chacao y se propuso a ejercer una
vigilancia especial en ellas (quintas solas o abandonadas temporalmente por
diversos motivos o apartamentos con uno o dos residentes o donde vivieran
mujeres solas o con algún acompañante;
gente por lo general de avanzada edad y
buena posición económica…) Era un proyecto bastante exigente y costoso, por lo
que el alcalde lo aprobó por un tiempo, como una operación piloto, que debía
ser revisada y valorada antes de darle una aprobación definitiva…
Entretanto, El Rubio, ya definitivamente decidido, luego de
pensar una y otra vez los detalles de la operación y oída la opinión favorable
de su madre, se reunió en su casa con El Bujía y El Lelo y les habló del plan
de un asalto a un apartamento de un edificio de Altamira Norte que parecía
interesante.
--Hay dos apartamentos en este edificio
que, me han informado, tienen joyas y dinero abundante en dólares y euros. En un apartamento viven una señora mayor con
una joven que la asiste. Tienen tiempo
viviendo allí. Un confidente amigo mío
me informó que es una vieja rica, con mucha plata dentro del apartamento pues
desconfía de los bancos. En otro
apartamento habita un joven matrimonio que cobró una herencia años atrás y
tiene varios negocios en Caracas y también desconfían de los bancos, aunque
tienen dineros depositados en ellos, pero también en diversos sitios del
apartamento. Un amigo mío y yo queremos
asaltar ambos apartamentos el mismo día.
Como a mí me gusta trabajar de noche y Rodríguez, el amigo mío, prefiere
trabajar de día, traté de convencerlo para hacer esta operación en la noche
pero no lo logré. Acordamos hacerlo juntos en un lapso de 24
horas. Yo atacaría el domingo en la
noche y él el lunes en la mañana. Yo
tendría las de ganar si me desocupo temprano en la noche. ¿Qué te parece, Bujía? ¿Estás dispuesto a
acompañarme? Es buena plata y podrías
hacer ese viaje que sueñas hacer a Margarita. ¿Te anotas?
--¿Qué tengo que hacer? -- respondió
el aludido.
--Acompañarme, mantener el control de
los habitantes del apartamento mientras El Lelo se encarga de la caja
fuerte. Nos dividiremos el alijo entre
los tres. Pero hay una condición.
--¿Cuál?
--No ingerir aguardiente las 24 horas
antes del atraco. Si te siento el olor a
ron antes de partir te quedas en el barrio.
--Está bien. ¿Cuándo?
--El próximo domingo.
Aquí a las 9 de la noche.
--O.K.
--Ya El Lelo está enterado y de acuerdo. Iremos en dos motos: la tuya y la de Lelo.
--Bien. Aquí estaré.
--Recuerda: nada de tomar ron ese fin de semana. Podrás rascarte las veces que quieras después,
aquí o en Margarita.
--De acuerdo.
Ese día, como siempre, ya había
consultado el plan con su madre. Luego
de oírlo, ella le comentó:
--Me parece bien pero desconfío del
Bujía. Creo que cometerá errores en el
lugar y pondrá en peligro la operación.
Además…
--¿Qué pasa? ¿Qué ves que no vea yo?
--Nada. Pero ¿no crees que ya tenemos suficiente
dinero para retirarnos a la casa de Higuerote?
Mi hermana Luisa está sola y esperándonos de un momento a otro…
--No hay dinero suficiente para
montar un negocio y vivir de lo que produzca.
Recuerda que la idea es que yo me retire de este tipo de vida y tú dejes
de angustiarte… Está bien. Te prometo una cosa. Creo que hay suficiente pasta en esta
operación…De todas maneras será la última. ¿De acuerdo? ¿Estás satisfecha?
--Si.
--Bien. Así se hará.
Los
tres se reunieron el domingo en la noche en la casa de Leo. Luego partieron a las 9 de la noche rumbo a
Altamira en las dos motocicletas. Leo
indicó que no era conveniente estacionarlas juntas. Como eran de colores diferentes (roja, la de
El Bujía; negra la de El Lelo) podían parquearlas en la misma cuadra en sitios
distintos. Así lo hicieron: parquearon
las motocicletas en la misma cuadra, entre vehículos, cercanas una de la otra,
pero en aceras distintas.
El
apartamento estaba en el segundo piso.
Brincaron la tapia y caminaron hasta la parte trasera del apartamento. Se las ingeniaron para subir al balcón del
segundo piso mediante el uso de mecates con nudos en los extremos que lanzaron
hasta que se enroscaron en los barrotes protectores del balcón y, uno a uno, en
medio de un silencio impresionante, fueron ascendiendo hasta el balcón. Parecían unos monos acostumbrados a este tipo
de maromas, moviéndose con agilidad en medio de la tranquilidad imperante. Los favoreció el hecho de que los domingos en
la noche los habitantes del edificio acostumbraban a acostarse temprano para
madrugar el lunes, día de trabajo.
También porque era un segundo piso y se cansaron poco en el
ascenso. Al estar los tres en el balcón,
El Bujía aplicó sus mañas y usó un instrumento punzante para forzar la
cerradura y abrir las puertas de la ventana.
Con sigilo, entraron en una habitación, tal vez la principal, sin nadie
en ella. Según El Rubio, dos personas
vivían en el apartamento: una señora mayor y una joven acompañante. Había que localizarlas y neutralizarlas. Los tres callaron para precisar los ruidos
del apartamento para ubicarlas con precisión.
El Rubio creyó, acertadamente, que se encontraban en la sala viendo la
televisión, pues el sonido típico de de este aparato (música y voces mezcladas)
era lo que se escuchaba con precisión.
Esto fue pronto comprobado. La
habitación conducía a un pasillo y éste a otra habitación y la sala. Caminaron hasta la sala. La joven fue la primera que los vio. Pegó un grito pero El Bujía, con una agilidad
sorprendente, brincó y le puso la mano en la boca evitando la propagación
excesiva del alarido. De seguidas El
Rubio les informó:
--Si se mantienen calmadas nada le
pasará a ninguna de las dos.
La
señora o miró y comprendió que era el jefe de la banda. Entonces se dirigió a él cuando preguntó:
--¿Por dónde entraron?
--Por la ventana, señora y le repito:
si permanecen calladas, tranquilas, si no hay bulla no habrá problemas…
--¿Y si no?
--Tendremos que actuar y castigarlas.
--¿Qué quieren? ¿No ven que somos dos
mujeres completamente indefensas?
--Queremos las joyas y el dinero que
tengan. Luego nos marchamos.
--Aquí lo que tengo son Bs. 20,000 en
billetes nuevos. Tómelos –Y le lanzó el
monedero que El Rubio atrapó en el aire, sonriendo y comentando:
--Sabemos que tiene una caja fuerte
con dinero y joyas, ¿dónde está?
La
mujer se mordió los labios. Comprendió
que había cometido el error de menoscabarlos y sintió que no tenía otra
alternativa que decirles el lugar.
--En mi habitación.
--Lelo, ve a la habitación por donde
entramos. No prendas las luces; usa tu
linterna y trata de abrirla. Bujía ponle
un pañuelo en la boca a la joven y amárrala a la silla. Cuando estés seguro de que no gritará ni
causará problemas, ve a ayudar a Lelo en la habitación. Yo atenderé a la doña –y se volvió hacia ella
con una sonrisa en los labios. Para su
sorpresa la señora estaba tranquila, segura de sí misma, tal vez dispuesta a
desafiarlo.
--Parece que ha pensado en todo el
joven. Pero no creo que puedan abrir la
caja fuerte. Le repito, aunque no debo
decirlo, se precisa de un experto y no creo que ninguno de ustedes lo sea.
--La vida tiene sorpresas… dice la
canción de Rubén Blades.
--Bien; si no pueden, ¿qué va usted a
hacerme? ¿Matarme? Porque yo tampoco sé
cómo abrirla.
--Si, puede saber la combinación.
--No puedo. Para que no pierdan el tiempo y se van con lo
que puedan llevar, una de las condiciones que puse para que instalaran la caja
fue que yo no tuviera la combinación; que cada vez que yo quisiera abrirla la
compañía enviaría un experto para hacerlo.
Es más costoso pero me proporciona seguridad.
--A menos que…
--¿Violenten l caja con una
explosión? Tampoco serviría. El ruido sería tan grande que pronto tendría
la policía aquí…
--Usted como que también ha pensado
en todo…
--Así parece, joven. Si usted es lo suficiente inteligente, como
parece, recogería sus bártulos y su gente y se iría de mi casa. Cuando se decida, le daré 15 minutos para
ponerse a salvo…
De
pronto, los presentes se sorprendieron cuando escucharon el timbre de la
puerta. Todos, a excepción de la doña,
cuya cara se iluminó con una sonrisa. Al
ver que El Rubio se levantó de su asiento y sacó el revólver, ella le dijo:
--No se preocupe, usted me cae bien y
se ha portado como un caballero. Déjeme
a mí manejar esto y nada pasará.
El
Lelo y El Bujía seguían en la habitación.
El Rubio, con el revólver en la mano, acompañó a la señora hasta la
puerta. Colocó el arma en la espalda a
la doña cuando ésta abrió la puerta.
--Buenas noches, don Manuel,
¿haciendo el recorrido del domingo en la noche?
--Si, señora, ¿todo está bien?
--Si, don Manuel, sin novedad en el
frente.
--Esta noche estoy más preocupado
pues la Policía de Chacao, el detective Bermúdez, que usted conoce, me llamó
alertándome de unos ladrones que están cebados en esta urbanización y
pidiéndome que tenga más precaución. Yo
le estoy informando sobre este aviso.
--Y yo se lo agradezco, don
Manuel. Lo tomaré en cuenta. Buenas noches.
--Buenas noches tenga usted –Luego de
cerrar la puerta y dirigiéndose a El Rubio le comentó:
--No ve que nada pasó pues ambos,
usted y yo, actuamos con el suficiente cuidado y evitamos una tragedia…
--Así parece –Fue el escueto
comentario de El Rubio luego de mirarla intensamente a los ojos.
Al
regresar a la sala se encontraron con la amplia sonrisa de El Lelo quien le
comentó:
--Logré abrirla. Tengo el dinero y las joyas en la
busaca. Es hora de irnos.
El
Rubio se volvió hacia la señora y le dijo:
--¿No se lo dije? Ahora soy yo quien le pide que cumpla su
palabra.
--¿Cómo que logró abrirla? –Gritó la
señora, exaltada, quien no creía lo que oía -
Se supone que eso lo haría un experto.
--Entonces eso me hace a mí un
experto –Se explayó El Lelo con el orgullo de un pavo real.
--Eso es evidente, Lelo, evidente
–dijo El Rubio sonriendo también –Pero hay que irse por el mismo camino que vinimos,
pero ya. Recuerde, señora, su promesa:
quince minutos.
--No se preocupe. Promesa es promesa. Afortunadamente yo nada pierdo. Hay una cláusula en el contrato que me cubre
en estos casos.
--La felicito. Buenas noches—Se despidió El Rubio mientras
salía disparado hacia la habitación por donde había entrado.
Con
el mismo cuidado y silencio con que hicieron el ascenso realizaron el
descenso. Cuando todos estuvieron juntos
en el jardín, se dirigieron sigilosos hacia el sitio por donde habían entrado. Leo consultaba constantemente el reloj. Esta vez llevaban siete minutos cuando llegaron
a la tapia; en cinco minutos subieron y bajaron la misma; luego de prender las
motos y salir disparados del lugar, se completaron los quince minutos. Al bajar por la Avenida Luis Roche, sintieron
el ulular de las patrullas policiales que se dirigían al edificio.
Ya
en la casa de El Rubio, agitados pero alegres, Leo hizo el reparto del botín:
bolívares dólares y euros. También lo
hizo con las joyas, pero como era buen conocedor de las mismas, el jefe se
quedó con las de mayor valor…
Al
quedar solo, El Rubio se dirigió al cuarto de la madre. Al llegar y abrir la puerta, la encontró algo
ansiosa pero luego observó cuando ella descansó con un suspiro y cambió de actitud
al ver en la cara del hijo la alegría del triunfo. Con gesto de confianza, el joven le comentó:
--Ahora si podemos irnos, mamá. Hay suficiente dinero para establecernos en
Higuerote…
A
la mañana siguiente, al escuchar la noticia del robo en la radio, El Rubio pensó
en su amigo Rodríguez y deseó que no intentara acercarse al edificio de
Altamira Norte en la mañana. Si lo hizo
tuvo forzosamente que desistir de su operación así como de alejarse del lugar
lo más antes posible: el sitio se hallaba inundado de patrullas policiales y
vehículos de radio y televisoras, además de reporteros de periódicos y canales
televisivos. Caminando entre ellos,
también se hallaba el detective Bermúdez, visiblemente contrariado por lo
sucedido …