miércoles, 16 de julio de 2014

Nuestro Primer Viaje Por Mar



                                             
                                                    NUESTRO PRIMER VIAJE POR MAR


                    Pasar una buena parte de las vacaciones en el mar, cuando menos lo esperas, es algo que puede ser inesperado sin dejar de ser sorpresivo.   Además disfrutar de por lo menos la mitad de  tus vacaciones navegando no deja de ser también inesperado en especial cuando tienes 14 años y esa sea la primera vez que vives en un barco.  Entonces no piensas en los riesgos que involucran viajar solo a esa edad.  Al contrario, en su lugar,  pensaba en la ilusión que significaba pasar las vacaciones de sexto grado (¡aunque entonces ignoraba cuán incompletas eran!) con mi madre, a la que no veía desde hacía seis años.  Era una aventura, cierto, pero yo ni siquiera pensaba en los posibles riesgos que el viaje implicaba, mi mente sólo estaba  interesada en experimentar lo hermoso de estar frente al mar y contemplar por pri.mera vez la inmensidad del mar y viendo el lento avance del barco en medio de tanta agua...
            En esos días yo había celebrado mi último cumpleaños y me permitieron viajar solo en el barco pues eso de que un menor viajara sin sus padres en un barco se permitía.  Había únicamente que hablar con su capitán.  Tampoco el menor debía tener una autorización escrita de sus padres (o de uno de ellos), debidamente sancionada por la autoridad civil, para hacer el viaje, como ahora se estila.  Creo que entonces mi padre habló con el capitán del barco Guayana que en esa vez viajaría hacia el oriente del país el cual, según luego me enteré terminaría en Ciudad Bolívar.
            Era realmente mi segundo viaje por mar. El primero lo había hecho a los ocho años y no lo disfruté.  Me embarqué con mi abuela y  una tía en Carúpano en un buque holandés y me dormí al entrar al camarote, -desperté al día siguiente cuando el buque se hallaba anclado en el muelle de La Guayra.  Sólo recuerdo que desembarcamos después de tomar el desayuno.
            Pero ahora era diferente.  En realidad era la primera vez que me percataba de la existencia del mar.  Más importante aún,  me sentía como un hombrecito que iba a hacer solo aquella travesía.  En cierta forma, el estar solo y tomar mis decisiones me hizo madurar un poco más rápido.  Entonces pensé que el viaje duraría unos pocos días pero nunca imaginé que pasaría 16 días en el mar.  Sucede que entonces los buques venezolanos hacía viajes de cabotaje, es decir, se detenían prácticamente en todos los puertos importantes de la costa venezolana.  Eran buques mercantes de la Compañía Venezolana de Navegación acondicionados para llevar carga y pasajeros.  En esos años las malas carreteras hacia el oriente del país   permitían ver al mar la lógica vía a ser utilizada y sin mayores problemas durante todo el año.
            Entonces acababa de aprobar mi sexto grado y el premio que mi padre me dio fue visitar a  mi madre y a Río Caribe, el pueblo que me vio nacer.  La primera noche que pasé en el Guayana fue terrible.  Apenas entré al barco éste comenzó a navegar.  Por supuesto, me mareé.  Todo me daba vueltas y vomité tanto que me fue imposible salir del camarote.  Al día siguiente me sentí algo mejor y armado de valor salí a cubierta.  Luego desayuné en el comedor del barco.  Recuerdo que la noche anterior me desperté atemorizado porque el buque vibraba, se movía mucho y hasta sentí que daba saltos en el mar : fue cuando el Guayana atravesó los remolinos y las aguas movidas de Cabo Codera.  Al mediodía el buque llegó y ancló frente a Puerto La Cruz.  Fue un espectáculo observar a los botes de vela acercarse al Guayana  y proceder a recibir la carga que debía ser desembarcada en ese puerto.  También fue  interesante observar las esquirlas del barco trasladar las mercancías a los botes así como ver la habilidad de los lancheros, en medio del movido mar, para recibir las cajas y mercancias y ubicarlas ordenadamente en los botes o lanchas para aprovechar mejor el espacio disponible y luego, emprender el viaje de regreso al pequeño muelle, aprovechando al máximo la brisa que soplaba con fuerza en la ensenada del puerto.  Estuvieron en este trajín tres días y la mitad del día siguiente. Después el Guayana partió y navegó toda la noche hasta   Sucre, el puerto de Cumaná.  Aquí el capitán del barco permitió el desembarco de los pasajeros para que conociéramos a la capital del Estado Sucre, pero debíamos regresar a l,a nave antes de la seis de la tarde. Mientras nos trasladábamos en el autobús de Puerto Sucre a Cumaná,  recordé mi reciente lectura sobre el desastre del Falke y los revolucionarios que pretendían derrocar al dictador Juan Vicente Gómez al principio de los años treinta.  La batalla principal acaeció entre este puerto y el puente sobre el río Manzanares que conduce a Cumaná.  La muerte del general Román Chalbaud, al frente del pelotón de la invasión, fue el comienzo de la debacle.  Vi el monte desolado a cada lado de la carretera y me imaginé la batalla y la consecuente desbandada del ejército invasor.
            Reflexionando sobre las medidas de seguridad que se toman ahora cuando se viaja en buques, uno se queda abismado  al recordar los riesgos que entonces se tomaban los pasajeros (turistas los llaman ahora) al salir del barco y pasar de la escalera de desembarco a los botes que nos trasladarían a tierra, los cuidados que tomaban los marineros para que en ese paso no cayéramos al mar así como también, al llegar al muelle, las acciones de los caleteros para que ascendiéramos al mismo.  Así mismo, recuerdo las expresiones de las personas que encontrábamos en nuestro paseo: nos veían como gente extraña pero buena que los visitaba y como muestra de agradecimiento nos protegían.  Eran gente sencilla con buena intención en sus acciones.
            El Guayana salió de Puerto Sucre después de estar dos días descargando mercancías, y navegó pocas horas hasta recalar al muelle de Araya donde permanecería cuatro días y medio cargando sacos de sal.  Aquí, por ser sitio de aguas profundas al borde del mar, el muelle era relativamente corto y se hallaba más cercano a la orilla pero se encontraba bastante distante de las bodegas y demás edificios del puerto. De un almacén cercano salían los cargadores (cada uno con un saco de sal de aproximadamente 60 kilos) y entraban por una pequeña rampa a la bodega del buque donde dejaban los sacos de sal.  Los marineros los acomodaban en el sitio de la bodega donde permanecerían hasta su descarga. Presumo que este rudimentario sistema sería posteriormente modernizado para aliviar el trabajo de los cargadores. (No sé cuándo se hizo pero en mi posterior visita a Araya, trienta años después, el sistema de traslado de la sal al buque ya estaba modernizado y el tiempo de operaciones de la carga de la sal al buque reducido a dos días).  
            Al día siguiente, luego de navegar unas horas, el Guayana amaneció en Porlamar, en la Isla de Margarita, en un sitio tranquilo y poco profundo y bastante distante del puerto.  Como tenía mucha carga para la isla, el barco permaneció tres ías descargando.  El tercer día estuvo cargando pescado presumiblemente para Ciudad Bolívar (donde no hay mar sino el río Orinoco y para La Guayra).  El capitán no autorizó el desembarco en la isla, tal vez por el largo trayecto marino hasta el muelle de Porlamar, pero no la pasamos mal.  Además de ver la carga y descarga de mercancías, un trabajo muy laborioso y rudimentario, muy similar al de Puerto La Cruz, también disfrutamos con el espectáculo de los hijos de los pescadores.  Instaban a los pasajeros a que les lanzaran monedas al mar con el compromiso de que ellos se zambullirían y las agarrarían antes de que llegaran al fondo.  Como el mar era tan cristalino y quieto se veía claramente la arena el fondo.  Era algo fascinante observar a los chicos nadar en el mar tan cristalino y tomar la monda antes de que ésta llegara a la arena y después retornar a la superficie y sonriendo mostrar la moneda capturada!!  En ese trajín estuvimos hasta que se agotaron las monedas.
            Esa noche el Guayana levó ancla y partió hacia Carúpano donde habría de permanecer otros tres días descargando.  En este puerto el buque atracó en un muelle relativamente nuevo lo que facilitó las operaciones de descarga.  También más confortable para los pasajeros que nos trasladamos a tierra sin ningún inconveniente.  Ello nos permitió conocer a la ciudad.  Aunque estaba cerca de Río Caribe, el camino rudimentario que lo unía a Carúpano condicionaba mucho su tránsito por lo que decidí aguardar hasta el arribo del buque a ese puerto.  Tres días después el Guayana ancló en Río Caribe. ¡Había llegado al final de mi Odisea!!

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