martes, 15 de julio de 2014




                  Los pueblos de Nueva Inglaterra -- II

            Otro de los pueblos de Nueva Inglaterra donde tuve la ocasión de vivir fue West Haven pues lo hice para cursar la maestría en la Universidad de New Haven.  Estamos hablando de 1983.  Desde entonces hasta el presente supongo que ha sufrido algunos cambios pero la estructura fundamental del pueblo persiste, es decir, es un lugar preferentemente para que se establezcan y vivan estudiantes.  Cerca se encuentra una de las universidades más importantes de los Estados Unidos como es la Universidad de Yale a la que debía haber acudido a continuar mis estudios, por recomendación de mi profesor de Labor Relations, cuando cursé la Maestría en la Universidad de New Haven, quien se impresionó por un trabajo de investigación que le hice.  Lamentablemente, la ausencia de recursos económicos me impidió hacer el doctorado en Yale. Pero eso es otra historia.
            West Haven, como ya mencioné, fue en esa época residencia de estudiantes preferentemente que acudían a las universidades vecinas.  El pueblo era bastante reducido pero tenía los servicios fundamentales. Entonces como ahora, pues, los estudiantes eran los que movían la economía del lugar.  Nosotros, mi esposa, mi hijo menor y yo vivíamos en un apartamento bastante cómodo de dos habitaciones.  Llegamos en septiembre de 1983 y permanecimos allí hasta agosto de 1984, cuando terminaron los estudios. Recibí mi diploma correspondiente en enero del año siguiente.
            El  invierno fue relativamente duro para mi esposa y mi hijo, no tanto para mí pues yo había vivido dos años en Montreal, Canadá, y ya tenía alguna experiencia al respecto.  Nos familiarizamos con algunas de las familias de estudiantes que existían en los otros apartamentos del complejo habitacional pero hicimos una buena amistad con un par de americanos seniors que habitaban en una casa típica de Nueva Inglaterra desde hacía muchos años, mucho antes de que construyeran allí ese complejo habitacional.  Se trata de Alex y Inés (a estas alturas no recuerdo el apellido y no me gusta inventar uno nuevo pues me parece una mentira innecesaria).  Lo cierto es que trabamos una amistad bastante sincera, en especial en los meses de invierno donde lo riguroso del clima hace que uno se sienta tan solo y aislado.
            La relación que entablamos con este añoso matrimonio fue tal vez  influenciado por la soledad en que ellos (por la edad) y nosotros (por la distancia en que nos encontrábamos de nuestro país) entonces atravesábamos.  La casa de Alex se hallaba en una pequeña colina detrás de nuestro apartamento y en los días posteriores a las nevadas, utilizábamos una especie de tobogán para tirarnos desde arriba y aterrizar en la calle o en el jardín de nuestro edificio todo embadurnados de nieve pero alegres y divirtiéndonos sin que nos costara un centavo!!!  Esta relación fue tan sincera y fructífera que antes de regresar a Venezuela les pusimos nuestra casa a la orden por si ellos deseaban conocer a nuestro país.  En efecto, al año siguiente nos visitaron y pasaron 15 días con nosotros en  Caracas.  Como Inés sufría de cáncer murió al año siguiente.  Alex, solo (su hijo se había casado y vivía en otra ciudad con su familia), en una  visita que hiciera a Washington, conoció a otra alma de Dios, que también estaba sola, y decidieron casarse.  Él nos invitó al matrimonio en esa capital pero nosotros, por razones económicas no pudimos asistir.
            Viviendo en West Haven yo tenía que visitar mensualmente a New York para cobrar la beca (fui becado por el Gobierno Nacional para hacer la Maestría) en un banco de esa ciudad que no tenía sucursal en West Haven.  (Yo había conocido a New York en 1955, cuando  vivía en Montreal).  La primera vez fui con un auto de segunda mano que compré en New Haven (una ganga, digo yo, que se me presentó por la que pagué $350.oo que tenía ahorrados pues necesitábamos el auto) pero el tráfico endemoniado de esta ciudad y lo caro del estacionamiento influyeron a que volviera por tren a la ciudad de los rascacielos y regresara el mismo día por la misma vía cada vez que debía trasladarme a esa ciudad.  Sin embargo, volví a utilizar el carrito cuando mis hijas, que estudiaban en la universidad en Venezuela, salieron de vacaciones en julio y deseaban conocer el Norte.  Las esperamos en el Aeropuerto Internacional de New York y las trasladamos en nuestro majestuoso vehículo (¡que se portó muy bien!) a nuestro humilde apartamento en West Haven.  Lamenté mucho no sacar a mis hijas a que conocieran otros lugares e hicieran más placentera su corta estadía pero ellas comprendieron la situación.
            Entretanto,  mi hijo menor que había pasado sus crujías en el estudio de High School del lugar, adonde llegó sabiendo rudimentos de inglés pero por la buena formación que recibió en nuestro país pudo colocarse en el penúltimo año del High, se interesó en aprender el nuevo idioma y aprobó el examen final y pasó al último año.  Era un lástima que no hiciera lo necesario para que él completara su aprendizaje del inglés.  En este país existen asociaciones de padres que reciben jóvenes extranjeros para que estudien el inglés con el convenio de que después vaya al país de donde procede el estudiante para que también estudie su idioma, en este caso, el español.  Yo me puse en contacto con uno de estos padres para que mi hijo se quedara en su hogar a completar el High School y luego una de sus hijas iría a Caracas, a nuestro hogar, para estudiar el español.  El acuerdo verbal entre los padres se cerró y mi hijo,  días antes de nuestra partida para Venezuela, se trasladó al hogar de esta familia americana.

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