¿V A L E L A P E N A S E R C O M P O S I T O R?
La
explotación comercial del talento musical se ha convertido en una
característica del mundo de nuestros días.
Con el interés de surgir, de ser conocido, el artista con talento
musical acepta en principio la explotación de terceros algunas veces sin
percibir emolumento alguno pero en los países con tarifas mínimas establecidas
por la ley, o por tradición, por lo menos percibe esta tarifa. Por ejemplo, en Venezuela existe la ley de
protección al autor, pero sólo a través de asociaciones que protegen al músico
(en este caso, SACVEN) ante empresarios productores de discos, programas
radiales o televisivos, cuñas
comerciales, etc., el artista logra percibir el pago correspondiente.
Para
llegar a este nivel de protección, el cual existe en casi todos los países del
mundo, el artista tuvo que atravesar períodos en que poco o nada percibía por
su producción artística. Tal vez el
reconocimiento de este derecho y el pago de los emolumentos respectivos
comienzan de veras en el siglo XX con la creación y el desarrollo de la industria
del disco y el avance tecnológico de las comunicaciones.
En los
siglos anteriores el que nació músico estaba
por lo general sometido a una vida limitada económicamente y en muchos
casos, cuando no era creativo, dependía del uso comercial del instrumento que
dominaba (piano, violín, etc.), es
decir, como miembro de un grupo musical o actuando como profesor de música,
para obtener su soporte o el de los suyos.
En el caso de los compositores, por lo menos a partir del Renacimiento, no
gozaban de un reconocimiento legal por su producción musical pero si de
protección al formar parte del séquito de criados que tenía un terrateniente (llámese
conde, marques, etc.) o del rey, príncipe o gobernador de un lugar. En estos casos al músico se le asignaba una
dieta o pensión, pero estaba a la disposición del jefe de casa de la cual
dependía en el momento en que alguna creación musical era requerida, ya sea por
una celebración de la comarca, un nacimiento, aniversario o celebración
similar. Generalmente el compositor era
un músico destacado, dominaba un instrumento o dirigía un grupo musical. Una variación de esta situación era cuando el
músico servía a la Iglesia, ya sea como organista, encargado de un coro u otro grupo musical de una
iglesia. En sendos casos había
cierta seguridad económica por los
servicios prestados, pero esto no cubría un reconocimiento o remuneración por
la capacidad creadora ni por la producción artística del músico. Otra forma laboral era el pertenecer a una
orquesta o conjunto musical y dependiendo del sitio donde tocara (un salón de
fiestas, la orquesta sinfónica o de la
ópera, para mencionar los más conocidos) percibiría una dieta o pago más o
menos aceptable. Si se obvia los pequeños emolumentos que percibía por la impresión de su música (a
cargo de empresas editoras respetables en las principales capitales europeas),
el compositor recibía muy poco por su creación musical.
Desde
entonces se hizo costumbre reconocer los méritos de un compositor después de su
muerte. Fue el caso de Wolfgang Amadeus
Mozart. En los últimos años que este
compositor pasó en Viena atravesó una situación económica muy difícil y tuvo
que mudarse del apartamento en que vivía con su familia pues no tenía con que
pagarle al casero. Pasó a vivir en una
casa en las afueras de la ciudad donde compuso sus tres últimas sinfonías. Décadas después de su muerte, la ciudad de
Viena lamentaría esta conducta reconociendo la grandeza de este músico cuando
él ya no podía disfrutarla. Además de
Mozart, también Ludwig Van Beethoven fue víctima del desconocimiento de sus
contemporáneos. Unos años después de su
muerte nació en la Alemania de entonces la idea de rendirle tributo erigiendo
una estatua en la Dom Platz de Bonn,
ciudad donde naciera el compositor. Y aún entonces estuvo presente la mezquindad humana:
el desinterés y la mala organización prevaleció en la comisión que se formó
poco antes de 1838 para recolectar los fondos requeridos para cubrir los gastos
que ocasionara la estatua y los actos de su inauguración. Luego de mucha dilación se decidió develar la
estatua en 1845 cuando se cumplirían 75 años de su nacimiento. El pianista y compositor húngaro Frank Liszt,
quien se encontraba en el apogeo de su carrera como concertista, fue un
entusiasta de esta idea y contribuyó generosamente con los fondos que se requerían.
Pero Liszt, pocos meses antes de la celebración, se percataría de la
desidia de la comisión y tuvo que meterse de lleno en ella para que se develara
la estatua en la fecha aniversaria indicada.
(Por cierto, fue Liszt quien propuso a la comisión la erección de un
Festhalle para la realización de los actos protocolares y del concierto de la
inauguración. Y tuvo que cubrir los
gastos y contratar al constructor para que el mismo se erigiera). De más está decir que este reconocimiento al músico alemán se debió
a la incesante labor y aporte del músico húngaro, quien no sólo encontró poca
colaboración en la mencionada comisión sino que también contó con la
indiferencia de los habitantes de la ciudad de Bonn.
En
nuestra época, ante tanto avance
tecnológico y social, es dable esperar que los músicos vivan de su producción
artística, pero es sólo cierto en determinados casos. Por los menos entre nosotros el compositor
debe auxiliarse con otras entradas para poder subsistir con su familia. Entre 1958 y 1960 Luis Alfonzo Larrain
decidió dejar su orquesta, olvidarse de la composición y concretarse a su
Estudio Larrain, donde administraba la elaboración de cuñas comerciales y asistía a otros músicos
en las grabaciones de sus orquestas. Es
posible que ya había desaparecido su numen creativo pero lo más probable es que
ya estaba cansado de los avatares y de lo poco rentable que significaba estar
al frente de una orquesta de bailes
existiendo otras actividades, también creativas, que le proporcionarían una
buena entrada económica y una vida más sosegada. Es por ello que este músico se dedica desde
entonces a su Estudio Larrain y a la administración de la Sociedad de Autores y
Compositores de Venezuela (SACVEN). En otras
palabras, la imposibilidad de seguir viviendo de su música lo frustró tanto
como compositor que después de 1960 hasta su muerte (1996) no compuso más.
Aldemaro
Romero, a partir de 1980, no ha podido vivir de sus composiciones de música
popular y mucho menos de su producción académica. Afortunadamente ello no ha
impedido que continúe laborando en este campo –desde entonces con mayor
dedicación a la música académica--, pero para auxiliarse económicamente ha
tenido que convertirse en agente de artistas, organizador de espectáculos y, en
los últimos años, a participar en una empresa asesora de proyectos industriales
y en la organización y/o administración de actividades culturales.
También se observa que algunos
compositores se han dedicado al mercado de las cuñas comerciales y trabajos similares, convencidos
de que la mayor parte de los beneficios que generan su música no les llega pues
pasan a engrosar las arcas de otros miembros de la respectiva cadena:
publicistas, productores de radio y de televisión y las mismas empresas de
radio y televisión. Por eso no exponen
lo mejor de su creación musical al conocimiento de los demás pues saben el
destino que les espera. Se ignora si
resguardan esta música para lograr o completar obras más complejas (tanto en el
campo popular o en el académico), lo que si es cierto es que no se llega a
conocer lo mejor de su creatividad. En
este orden de ideas, el suscrito le planteaba al maestro Aldemaro Romero que en
virtud de su talento musical, por qué él no se abocaba a componer un conjunto
de melodías representativas de las diversas regiones del país. El maestro me contestó más o menos estas
palabras: “Si tú o cualquier otro me contrata con este propósito yo me
dedicaría por completo a ese
proyecto. Caso contrario, no podría
hacerlo pues yo no vivo de la música.”
Otro aspecto
del problema es el reconocimiento que merece un compositor. En este sentido el músico francés Arthur
Honegger escribió a fines de la década de los 40 el libro Yo soy compositor, donde afirma, con suficientes argumentos históricos, que el compositor
debe morir para que se le reconozcan sus
méritos. Es tal vez injusto constatar
que la mayoría de las personas sólo se acuerdan de un músico cuando éste muere
porque pasa a ser noticia. Por lo
general, la sociedad poco se preocupa por rendirle tributo al músico compositor
durante el lapso de su vida. Por
ejemplo, a Aldemaro Romero nunca le otorgaron el Premio Nacional de Música que
si recibieron otros con mucho menos méritos que él. Tampoco Luis Alfonzo Larrain ni Jesús “Chuco”
Sanoja recibieron en vida el reconocimiento debido a su labor artística, pues éste,
por un prurito incomprensible, en nuestro país sólo lo reciben los músicos
académicos. La excepción que confirma esta
regla la representó Luis María “Billo” Frómeta, quien en vida recibió
innumerables reconocimientos, premios y medallas tanto por su actividad frente
a su orquesta como por su obra como compositor, tanto en Venezuela como en el
extranjero. ¿Llegará el día en que este
tipo de injusticia no se repita entre nosotros?
Te felicito por tu blog
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