Á U
N D I
A D E
P L A
Y A
Hoy es un día esplendoroso con mucha
brisa y el sol brillando a todo dar y con escasa nubosidad. Un día ideal para una visita a la playa. Como toda la familia va a ir a la playa yo,
como en los viejos tiempos, también me
preparo: tomo mi traje de baño, mi cachucha para protegerme del sol y mi paño
de mota para secarme al salir del mar.
Mientras espero la partida, observo como mi hijo coloca en el baúl de su
auto los refrescos que consumiremos, la hielera a la cual proveerá de hielo en
el supermercado y será cuando le meterá los refrescos para que se enfríen antes
de consumirlos en la playa. También
meterá la botella de wiskey y los vasos de plástico. Si es posible o lo encontramos en nuestro
viaje a la playa, comprara una o dos botellas de agua de coco pues el wiskey
sabe mejor con el que entoncesla.
Sandra, la esposa, se preocupará porque mis nietos lleven su indumentaria apropiada para el disfrute del
día cerca del mar, además de los
sándwiches y la comida adicional que la familia comerá durante o después del baño.
Es
todo un proceso y cada quien vela por cumplir la parte de la responsabilidad
que le corresponde para que todo salga a
pedir de boca y todos disfruten lo mejor del día: la estadía en la
playa. Como yo realicé esos mismos pasos
cuando mis hijos eran pequeños, lo que me queda es observar que otros trabajen
pues ya ejecuté trances similares y
ahora lo que me toca es disfrutar el momento. Mi esposa también hizo entonces
lo suyo y por eso, como yo, observa el
trajín que le hace recordar tiempos pasados.
Esto
me hace evocar la época de mi niñez.
Como nací en un pueblo costeño del oriente de mi país, allí el disfrute
de los baños de mar que entonces eran
casi la única distracción. Por supuesto,
fuera de las navidades y las celebraciones del patrono del pueblo. Por eso, mientras estábamos en la escuela,
ansiábamos la llegada del domingo para disfrutar de la playa. Sin embargo,
practicábamos varios tipos de juegos. Algunos de mis amigos tenían su tacarigua, es
decir, una especie de tabla bastante gruesa, con su punta adelante, tipo proa,
y su corte claro atrás, como la popa de una lancha, hecho de una madera fofa,
bastante liviana, que los indios de la región, en su época, denominaron
“tacarigua” y de allí salió el nombre de esa especie de tabla burda, preparada
a puro esfuerzo con una navaja o machete tocón, de uno a dos metros de largo,
que los chicos de entonces usaban para nadar y divertirse en el mar. Los que no teníamos tacariguas, que éramos
los más, jugábamos a la pelota, al escondite o a cualquier juego que
inventábamos para pasar el rato en la playa. O hacíamos competencia de natación
para ver quién llegaba primero a la balandra que estaba anclada en el puerto. O pasábamos el rato conversando con las
muchachas que también se animaban a disfrutar del mar….
Ahora
es otro tiempo, con costumbres muy distintas, en especial en un país
diferente. Mi hijo vive en Miami desde
hace varios años. Mi señora y yo con
frecuencia visitamos a él y su familia.
Hoy nos toca ir a la playa. Pero
el comportamiento en la playa ha cambiado. Aquí la gente va a la playa no a
bañarse como lo hacíamos nosotros años atrás y a todavía se estila en las
principales playas de mi país: a bañarse. Cada vez que voy a la playa en este lugar observo la misma conducta: en esta región (y
supongo en el resto del país donde haya
playas), la gente utiliza la playa para todo menos para bañarse. La mayoría se
ubican en sillas de playa, bajo una sombrilla y se dedican a conversar mientras
se embadurnan el cuerpo con aceites o cremas para protegerse del sol o impedir
que no se doren mucho. En eso se pasan
un buen rato o hasta todo el día en la
playa: comiendo, bebiendo y hablando.
¡Pero son muy pocos los se meten en el mar a disfrutar del agua!!
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