viernes, 19 de junio de 2015

L A H I S T O R I A D E U N A H I S T O R I A





                      L  A    H  I  S  T  O  R  I  A    D  E   U  N  A    H  I  S  T  O  R  I  A

            Esta tarde me quedé esperando por una hora la  llegada de Josefina Venturini. Vendría a visitarme  con el propósito de obtener un escrito mío sobre Nivaldo que yo le había prometido (y que yo todavía no había redactado) para publicarlo en su revista.  Era una publicación de literatura e información general donde ella hacía sus primeros pininos como administradora y muy importante para ella, pues el pago de la publicidad y  lo obtenido de la venta de la revista, le produciría las entradas suficientes para cubrir sus gastos de estudiante universitaria, además del aporte de alguna experiencia en el mundo editorial, la cual le serviría de mucha utilidad en el futuro, si finalmente se dedica a esta actividad.
            La Velutini, luego de mi larga espera, finalmente llegó a mi apartamento.
            Imaginé que aquello (lo de su empeño en venir a visitarme) era un pretexto (por lo menos de mi parte) para iniciar una relación que debía depender de su comportamiento en la cama.  ¿Cómo explicarlo de otra manera si a esta mujer  la había asediado constantemente en las últimas semanas?  Era evidente que conociendo ella estas intenciones no encontrara otra explicación a mi conducta (a menos que ella fuese de las que comercializaba con su cuerpo por aquello de que el fin justifica los medios) y se arriesgara visitar mi apartamento de soltero con el pretexto de obtener un artículo para su revista.
                En un acto lujurioso evoqué las perfecciones del cuerpo de Josefina, su boca sensual y atrayente y de pronto apareció ante mí la imagen de otra Josefina, mi prima, cuando me quedé observando su portentoso cuerpo de mujer, mientras ella se desplazaba por el corredor de nuestra casa, allá en Nivaldo, realizando quehaceres del hogar en tanto mantenía una animada conversación conmigo. Al observarla imaginaba mi futuro y el de ella en nuestro pueblo y, más lejos aún, en la capital de la república donde  me veía escribiendo sobre Nivaldo o ella.  Sin embargo, mi proyección de esa ocasión no fue lo suficiente profunda, tampoco lo suficiente clarividente para suponer la extraordinaria vida erótica que mi prima tendría, especial la que tuvo con el hacendado Gilberto Luciani, el también propietario de la lancha Victoria, nave cuyo desplazamiento por ensenadas y mares  de Paria tenía impactados a los nivaldinos de la época.  Por supuesto que era imposible que imaginara los detalles de tal vida  pues no era un adivino ni cosa que se pareciera.  Conversábamos sobre su deseo de trasladarse a Güiria a conocer a su padre.   Entonces, a los 18 años, lo suponía como un hombre de cierto poder en la sociedad güireña, lo que le permitiría relacionarse con ese otro mundo oriental y, ¿por qué no?, ello también le permitiría alzar el vuelo que tanto ambicionaba.
            Por mi p arte, me veía proyectado en la soledad de una casa (no en un apartamento donde en realidad sucedió), hilvanando mis ideas y experiencias sobre el pueblo,  reconstruyendo sus historias menudas o importantes, tratando de estructurar un conjunto de relatos sobre la vida de Nivaldo, de sus momentos estelares y, particularmente, insistiendo en los motivos y consecuencias de la diáspora que poco a poco se fue apoderando de sus habitantes, que luego se convertirían en parias,  que en otros lugares del país soñarían con el pueblo y con el posible retorno a sus lares, mientras sus acciones  de todos los días los afianzaban cada vez más en la nueva tierra que los cobijaba… 
En referencia a este tema viene a mi mente lo que diría el poeta cumanés José Antonio Ramos Sucre, condenado a vivir aislado en sí mismo y confinado a sus propios fantasmas, en uno de sus muchos poemas en prosa:
                        Los habitantes de mi ciudad, capital de un reino abolido,
                        empezaron a hablar de espantajos y maravillas.  Notaban
                        la fuga de formas equivocadas al despertar del sueño matinal
Ahora contemplo la caída de la tarde, la inevitable proximidad de la noche mientras me deleito oservando el extraordinario cuerpo  de Josefina Venturini, la que esta noche demostrará su mejor habilidad y sagacidad al lograr, por encima de mi asedio, el objetivo que la llevó a entrar a mi apartamento.  En efecto esta noche no se convertirá en mi amante, como yo lo esperaba,  sino que, con sus halagos e insinuaciones, pese a que la manifiesta atracción de su cuerpo prometía ardientes entregas, eludió con éxito mis avances y de hecho obtuvo que escribiera el artículo prometido.  Tal vez la promesa (no dicha, más bien insinuada) de la anhelada entrega, influyó a que escribiera desaforadamente esa noche de los pueblos  abandonados a su suerte, la diáspora que se incuba y luego florece en los pueblos de incierto futuro, los parias en que luego se convierten muchos de sus habitantes, aspectos que formaban la esencia de la  y historia de Nivaldo.  Me auxilia de nuevo Ramos Sucre con sus conceptos bastante cercanos a este tema:
     La selva había crecido sobre las ruinas de una ciudad
     innominada… Más de una sociedad adelantada había
     sucumbido, de modo imprevisto, en el paraje malsano…
     Desde entonces juegan en silencio sus olas descolmadas,
     la prosperidad de la comarca desapareció  en medio  de
     un fragor.  Arbustos y herbajos nacen de los pantanos y
     cubren los escombros…
          En menos de una hora quedó listo el manuscrito de seis páginas… Mientras escribía ella se desplazaba por mi estudio, observando las fotografías colgadas de la pared, colocadas sobre la repisa o en el escritorio donde yo persistentemente escribía.  Después caminó hacia la pequeña cocina, hizo café y me trajo una taza del hirviente líquido que luego yo iba sorbiendo lenta y pausadamente, sin cesar la concentración, sin dejar de transcribir mis impresiones.  Siempre en silencio, observando cómo se desplazaba el  bolígrafo sobre el papel, tal vez temiendo que su voz me desconcentrara y motivara la aparición en mi mente de otras ideas o intenciones diferentes de las que yo requería para plasmar mi mensaje sobre el papel.
        Aunque es verdad que, como me lo dejó ver esa noche, no se quedaría conmigo, pues debía proceder de  inmediato a insertar mi ensayo en el texto de la revista y  así poderlo entregar a la imprenta al día siguiente (toda una excusa que yo acepté a medias y sólo por la promesa que entonces insinuara sobre un próximo y delicioso encuentro que si se cumpliría con notable exceso, no es menos cierto que ella nunca imaginó que su actitud sembraría en mi la idea de que mi traslado al pasado para recrear mi presente con una imaginación de un futuro que otro  ser (el mismo que existiera en Nivaldo 30 años atrás, pero ya transformado) se regodeara en su conversación con la otra Josefina  y al mismo tiempo pensara  en la acción futura de escribir  sobre el  pueblo y sus personajes, entre ellos ella misma.  Esta Josefina del presente, pues, con su persistencia en no complacerme en esta ocasión, en dejarme con el sabor frustrado de poseerla, con su actitud, sin saberlo, expolió con suficiencia mi imaginación para que esa noche escribiera la primera historia, que se uniría a otras que escribiría posteriormente, las cuales fluyeron con naturalidad hasta completar el conjunto de relatos que proporcionarían mi visión idílica del pueblo, visión que reafirmó la lectura de los versos en prosa de José Antonio Ramos Sucre.

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