E
L S E Ñ O R D E L A S T R E S
P
A T A S
Todos
los días cuando salgo a caminar y me dirijo al polideportivo de mi urbanización,
me lo encuentro, generalmente después de superar el paso el tráfico intenso de
la Avenida Malpica(¿), la que comunica la Urbanización La Trinidad (donde yo estoy
residenciado), con el pueblo de El Hatillo, por un lado, y por el otro, con la
Autopista de Prados del Este, nuestro conexión con la ciudad de Caracas. Es la persona a quien he denominado como el
Señor de las Tres Patas. Ya explicaré
por qué.
No
lo conozco personalmente y por lo tanto nunca he conversado con él. Pero da la casualidad de que cada mañana
laboral nos encontramos generalmente después que haya superado el tráfico de
dicha avenida. Entonces, cuando es
factible, el buen hombre se moviliza con dificultad por la acera y por eso
requiere de la ayuda de un bastón. Ello
se debe a que, por alguna causa, sus piernas se desplazan con mucha
complicación y de forma aparatosa y por eso requiera de la ayuda de un tercer
miembro (el bastón) para no caerse y poder así caminar, sea atravesando una
calle o simplemente por una acera.
Siempre llevamos destinos opuestos: cuando yo me dirijo al polideportivo
(a realizar mis caminatas y ejercicios), el sigue un camino contrario y penetra
en La Trinidad.
No
se por qué pero me preocupa su lento y accidentado desplazamiento. Usa la mano
izquierda para apoyarse con el bastón y coloca debajo del brazo derecho una
carpeta marrón, supongo con papeles de trabajo, por lo que llego a creer que es
contador y realiza trabajos de contabilidad a domicilio o en algunas de las
empresas que cohabitan en la cercana zona industrial.
He
tratado de comunicarme con él, tal vez por la aplicación de una sana curiosidad,
pero me detengo a tiempo. Ello se debe a
que soy tímido por naturaleza y por eso poco entablo conversaciones con
personas que no conozco y si las encuentro en la calle mucho menos. En este último caso pienso que la otra
persona, que tampoco me conoce, se acerca a mí con la intención de atracarme y
más si no me mira con extrañeza, como gallina que mira sal, como dice mi abuela
y, por lo tanto, muestro en mi cara un gesto de repeler a un atacante, especialmente
en estos días, cuando atracar a la gente (para robarle lo que llevan encima) es
común en la ciudad de Caracas y los
pueblos y urbanizaciones que la rodean. Por
ambas razones me abstengo de comunicarme en la calle con otras personas que no
conozco y sigo mi camino hacia el destino que me haya trazado en cada ocasión.
Como
no conozco al personaje del que estoy hablando, he decidido identificarlo de
esa manera, no con la intención de ofenderlo ni de mostrar un gesto de
desprecio hacia su persona, más bien me compadezco al verlo con su trabajoso andar: moviliza con
dificultad una pierna y luego, con la misma complicación, la otra, y luego con
la intención de mantener el equilibrio, con su mano izquierda aprieta el mango
del bastón y apoya la punta de éste en la calzada para no caer y proceder a dar
el siguiente paso. Su rostro serio
refleja una sombra de sufrimiento que él tiende a disipar al distraerse viendo
el camino que transita o los autos que pasan por la avenida o la calle o la
gente que encuentra a su paso. Insisto:
como no sé su nombre y me llama la atención nuestro encuentro diario, esta es
mi manera –aunque parezca arcaica o burda—de registrar esta relación. La manera como se desplaza al caminar me
insinuó ese nombre. También sugirieron
el uso de esta denominación la manera
algo angustiada en que se desplaza, la forma particular en que mueve sus
extremidades y el resto de su cuerpo (los ojos registran, al mirar la calle o
la acera, si hay algún impedimento a los futuros pasos que ha de dar y su
cerebro determina lo que debe hacer para evitar una posible colisión; su busto
se mueve como en zigzag para adaptarse a los bruscos movimientos de sus
extremidades y es evidente que el uso
del bastón es importante para mantener el equilibrio).
Supongo
que su estado físico actual pudo haber sido consecuencia de un accidente
automovilístico en que se vio envuelto años atrás. Pero también pudo ser
consecuencia de ataque de parálisis infantil en el pasado que este señor
sufriera u otro tipo de causa. Quién
sabe. Por cierto al mencionar la parálisis
vino a mi mente la imagen de Franklin Delano Roosevelt, presidente de los
Estados Unidos, que sufriera un ataque de esta enfermedad, tal vez en la década
de los años veinte del siglo XX, que lo inutilizó de por vida pero no le
impidió ser el grande hombre que fue en beneficio de su país. Pero no todos tenemos este tipo de fortaleza mental
y, de ser esta la causa de la desdicha de nuestro personaje, es evidente que
éste tampoco la tiene.
En
fin, la única manera de saber el origen de su desdicha es preguntándoselo y yo,
debido a lo que he narrado con anterioridad y al deseo de no cometer una
indiscreción o de no producirle un mal momento a este señor, que realmente
aprecio, tampoco lo intentaré.
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