lunes, 5 de septiembre de 2016

EL SEÑOR DE LAS TRES PATAS

                                   E L   S E Ñ O  R    D  E    L A S   T R E S    P A T A S
            Todos los días cuando salgo a caminar y me dirijo al polideportivo de mi urbanización, me lo encuentro, generalmente después de superar el paso el tráfico intenso de la Avenida Malpica(¿), la que comunica la Urbanización La Trinidad (donde yo estoy residenciado), con el pueblo de El Hatillo, por un lado, y por el otro, con la Autopista de Prados del Este, nuestro conexión con la ciudad de Caracas.  Es la persona a quien he denominado como el Señor de las Tres Patas.  Ya explicaré por qué.
            No lo conozco personalmente y por lo tanto nunca he conversado con él.  Pero da la casualidad de que cada mañana laboral nos encontramos generalmente después que haya superado el tráfico de dicha avenida.  Entonces, cuando es factible, el buen hombre se moviliza con dificultad por la acera y por eso requiere de la ayuda de un bastón.  Ello se debe a que, por alguna causa, sus piernas se desplazan con mucha complicación y de forma aparatosa y por eso requiera de la ayuda de un tercer miembro (el bastón) para no caerse y poder así caminar, sea atravesando una calle o simplemente por una acera.  Siempre llevamos destinos opuestos: cuando yo me dirijo al polideportivo (a realizar mis caminatas y ejercicios), el sigue un camino contrario y penetra en La Trinidad.
            No se por qué pero me preocupa su lento y accidentado desplazamiento. Usa la mano izquierda para apoyarse con el bastón y coloca debajo del brazo derecho una carpeta marrón, supongo con papeles de trabajo, por lo que llego a creer que es contador y realiza trabajos de contabilidad a domicilio o en algunas de las empresas que cohabitan en la cercana zona industrial.
            He tratado de comunicarme con él, tal vez por la aplicación de una sana curiosidad, pero me detengo a tiempo.  Ello se debe a que soy tímido por naturaleza y por eso poco entablo conversaciones con personas que no conozco y si las encuentro en la calle mucho menos.  En este último caso pienso que la otra persona, que tampoco me conoce, se acerca a mí con la intención de atracarme y más si no me mira con extrañeza, como gallina que mira sal, como dice mi abuela y, por lo tanto, muestro en mi cara un gesto de repeler a un atacante, especialmente en estos días, cuando atracar a la gente (para robarle lo que llevan encima) es  común en la ciudad de Caracas y los pueblos y urbanizaciones que la rodean.  Por ambas razones me abstengo de comunicarme en la calle con otras personas que no conozco y sigo mi camino hacia el destino que me haya trazado en cada ocasión.
            Como no conozco al personaje del que estoy hablando, he decidido identificarlo de esa manera, no con la intención de ofenderlo ni de mostrar un gesto de desprecio hacia su persona, más bien me compadezco al verlo  con su trabajoso andar: moviliza con dificultad una pierna y luego, con la misma complicación, la otra, y luego con la intención de mantener el equilibrio, con su mano izquierda aprieta el mango del bastón y apoya la punta de éste en la calzada para no caer y proceder a dar el siguiente paso.  Su rostro serio refleja una sombra de sufrimiento que él tiende a disipar al distraerse viendo el camino que transita o los autos que pasan por la avenida o la calle o la gente que encuentra a su paso.  Insisto: como no sé su nombre y me llama la atención nuestro encuentro diario, esta es mi manera –aunque parezca arcaica o burda—de registrar esta relación.  La manera como se desplaza al caminar me insinuó ese nombre.  También sugirieron el uso de esta denominación la manera  algo angustiada en que se desplaza, la forma particular en que mueve sus extremidades y el resto de su cuerpo (los ojos registran, al mirar la calle o la acera, si hay algún impedimento a los futuros pasos que ha de dar y su cerebro determina lo que debe hacer para evitar una posible colisión; su busto se mueve como en zigzag para adaptarse a los bruscos movimientos de sus extremidades y es evidente que  el uso del bastón es importante para mantener el equilibrio).
            Supongo que su estado físico actual pudo haber sido consecuencia de un accidente automovilístico en que se vio envuelto años atrás. Pero también pudo ser consecuencia de ataque de parálisis infantil en el pasado que este señor sufriera u otro tipo de causa.  Quién sabe.  Por cierto al mencionar la parálisis vino a mi mente la imagen de Franklin Delano Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, que sufriera un ataque de esta enfermedad, tal vez en la década de los años veinte del siglo XX, que lo inutilizó de por vida pero no le impidió ser el grande hombre que fue en beneficio de su país.  Pero no todos tenemos este tipo de fortaleza mental y, de ser esta la causa de la desdicha de nuestro personaje, es evidente que éste tampoco la tiene.

            En fin, la única manera de saber el origen de su desdicha es preguntándoselo y yo, debido a lo que he narrado con anterioridad y al deseo de no cometer una indiscreción o de no producirle un mal momento a este señor, que realmente aprecio, tampoco lo intentaré.

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