miércoles, 10 de septiembre de 2014

                                      UN RECUERDO DE JULIO CORTAZAR

          Estamos en el año de la celebración del centenario del nacimiento de Julio Cortázar.  No puedo contarme entre los escritores amigos de este extraordinario narrador argentino pero si uno de los miles lectores de sus fantásticos y admirados cuentos.  Porque la fama como creador se la debe Cortázar no tanto a sus novelas como a sus cuentos.  Su fama se fue construyendo a medida que fueron apareciendo sus originales relatos y llegó el momento que sus lectores  americanos estábamos a la espera de la aparición de su nuevo libro de cuentos para buscarlo afanosamente en las librerías para luego maravillarnos con las nuevas e inesperadas fantasías que ellos brindaban.          
         Me pasa con Julio Cortázar algo que no me sucede  con otros creadores: no  he leído toda su literatura (aunque dudo que uno llegue a leer todo lo escrito por un autor), pero si todos sus cuentos. Pertenezco a ese grupo de lectores que han leído muchos de sus relatos más de una vez, algunos como La noche boca arriba o Cuello de gatito negro, por lo menos cinco veces.  Me sucede algo fascinante con estos cuentos y en general con la literatura de este narrador: cada vez que los leo casi siempre encuentro algo nuevo, algo que no había precisado en anteriores lecturas y además siempre me envuelve la aureola fascinante y atractiva que había experimentado en la primera lectura.
            Con sus novelas no puedo decir lo mismo.  Es cierto que las he leído todas pero una sola vez.  Rayuela fue la última que leí hace ya más de 30 años y es la única que me incita a una nueva lectura.  Cortázar invita en el comienzo de esta obra que se lea de diversas maneras, lo que realmente significa que al leerla de la manera sugerida,  se convierte en la lectura de varias novelas a la vez y creo que esa fue la intención del escritor.
            Otra de las cosas que admiro en Cortázar es su incesante creatividad.  La creación de personajes como los "cronopios" es fascinante para decir lo menos.  Su estilo como narrador incita al lector a familiarizarse con el mismo de tal manera que uno, por lo menos en mi caso, rápidamente admira sus giros idiomáticos, la original manera como desarrolla sus historias, lo que hace que uno se mantenga motivado en la lectura admirando sus  inesperadas novedades que, al aparecer, lo hace con tanta naturalidad que uno se maravilla  y se interesa más por seguir en la lectura hasta que llega al climax del cuento.  Entonces, sin dejar de sorprenderse, uno desearía que la narración continuara con nuevos aportes y nuevas maravillas.  Como no puede ser, se consuela leyendo una y otra vez ese final.
             Cortázar no fue un escritor que se contentó con solazarse en su creación.  Al contrario, consideró que tenía la obligación de realizar una actividad política en el hemisferio americano, al que pertenecía con orgullo, para combatir tanto el atraso como las taras que observara en nuestros países.  Así mismo tuvo el tino de respetar  la idiosincrasia de nuestras naciones así como las diversas tendencias políticas que observaba en sus visitas, sin dejar de insistir en el respeto a la libertad de expresión de las ideas en nuestros pueblos.  Sin embargo, como buen izquierdista,  pregonaba su pensamiento renovador pero no actuaba para imponerlo aunque si para defenderlo.  En  este orden de ideas, Cortázar apoyó desde un principio la  Revolución Cubana y fue un gran amigo de Fidel Castro.  Sin embargo, no tuvo la intuición de otros escritores latinoamericanos, como Mario Vargas Llosa, que también apoyó esta revolución en sus inicios, pero cuando vio la tendencia al estancamiento que la misma traería a Cuba, dejó de apoyar a Castro y a combatir el sistema comunista que empezó a imperar en  esta isla, el cual se ha traducido en atraso y estancamiento para los cubanos.  Lamentablemente Cortázar  no tuvo esta visión ni vivió lo suficiente para corroborar la lamentable situación económica y política de la Cuba de nuestros días.
            Sòlo ví a Julio Cortázar una vez, cuando visitó a Caracas (¿Sería la primera visita?), en el complejo residencial-comercial Parque Central del centro de la ciudad donde yo trabajaba.  El escritor (alto, delgado, con barba y bigote, ojos cuestionadores) enseñaba a su compañera (¿esposa, amante? Nunca lo supe) las particulares atracciones del lugar.  Me provocó entonces interrumpirlos y enseñarle uno de mis mejores cuentos pero mi timidez me lo impidió.  Luego me recriminé el no haberlo hecho  cuando me enteré de la receptividad del escritor argentino hacia los noveles escritores.

            Por último, quiero resaltar algo que es fundamental en la literatura de este célebre argentino.  Cortázar nunca hizo lo que podría llamarse una “literatura política”, lo cual agradecemos todos sus lectores.  Siempre tuvo el tino de separar su literatura del ámbito político.  Quien lee sus cuentos verá que son verdaderas joyas literarias y en ellas poco se asoma el rasgo político de su autor.  Lo mismo podría decirse de sus novelas y de sus otras creaciones literarias.  Incluso cuando alguno de sus relatos se desarrolla en un lugar de centro-america, en plena ebullición política, como sucede con la narración Alguien que anda por ahí, el contenido del cuento es presentado con tanta sutileza que el aspecto político que subyace en el mismo es  tocado tan tangencialmente que el lector casi no lo nota. Algo similar se asoma en la lectura de algunos pasajes de Rayuela.  Esto, por supuesto, también engrandece la figura de este notable escritor. 

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