viernes, 1 de febrero de 2019

La tragedia del barrio




          Roberto no supo el momento en que se percató de la tragedia de su barrio.  Si fue un viernes en que observó la cara descompuesta de un joven que salió trastabillando del botiquín de la esquina y luego se enteró que al día siguiente amaneció muerto, sentado en uno e los bancos del parque cercano a su residencia. El comentario posterior que escuchó en el barrio fue que el joven había perecido como consecuencia de una "complicación etílica"; o la vez que él se asomó a la vidriera de una tienda del sector comercial cercano y observó movimientos extraños de personas que parecían estar desvalijanfo ese comercio cerrado.  Aunque lo impresionó el hecho de que estuvieran robando y eso lo preocupó, considero´que lo mejor para él era desaparecer del lugar para evitar que se viera complicado en el robo. Poco después de alejarse, escuchó la sirena de la policía, unos disparos y el momento en que los agentes del orden violentaron la puerta principal de la tienda, penetraron en ella y a los pocos minutos salieron con los cacos exposados. Este tipo de suceso es poco visto en este sector de la ciudad, caracterizado por ser la residencia de gente humilde, tranquila y trabajadora y donde escasamente se veían delitos parecidos. o fue cuando, meses más tarde, la policía una mañana llegó al sector donde Roberto vivía, abordo de dos radiopatrullas, tocando con ímpetu la puerta de una casa de esa cuadra, como nadie abría, reventaron a tiros la cerradura y penetraron violentamente a la vivienda. Cierto tiempo después salieron con los habitantes de esa casa --dos hombres, uno joven como de 20 años y otro bastante adulto, como de 50 años--, aseguados con exposas, mientras dos agentes salían con paquetes de cocaina, un alijo que pesaban varios kilogramos.
          Tal vez eran señales decepcionantes de que el barrio se había transformado, de que ya no era el mismo. Pero la verdadera demostración de esta tragedia la experimentó Roberto en carne propia, cuando se arriesgara a salir a la calle debido a la enfermedad de su madre.
          En el instante en que abrió la puerta de la calle, percibió el silencio reinante como la acción misteriosa de una inesperada celada. de allí su indecisión a dar los primeros pasos en la calzada.  Pero debía salir, ir a la farmacia más cercana a comprar un remedio para su madre, que había pasado una noche atroz, sin dormir y tosiendo constantemente.  Él se sentía muy cansado pues escasamente pudo conciliar el sueño, atendiendo a su madre en su ajetreo, sobándole el pecho pues pensaba que al hacerlo la ayudaba a superar la crisis; ella se aliviaba un poco pero luego retornaba a su agite, a toser incansablemente hasta casi desmayarse como consecuencia de su agotamiento. "Es algo que tengo en la garganta, hijo", le decía con una voz agónica, "algo que me pica y me hace toser".  Él comprendía lo que intentaba decirle pero lamentablemente nada podía hacer para aliviarla. "Iré a la farmacia cuando amanezca y hablaré con el encargado y le explicaré. Tal vez él pueda mandarte algo para que te alivies", fue su comentario consolador.  Ahora se hallaba allí, extendiendo la hoja de la puerta para salir y encaminarse hacia la farmacia que se ubicaba a dos cuadras de su casa.
          Como en muchas ocasiones nocturnas, mientras atendía la crisis de su madre, Roberto escuchó disparos provenientes de las calles del barrio, a veces consistentes casi interminables, otras esporádicas u ocasionales: provenían de los llamados "colectivos", bandas de malandros que luchaban entre sí para predominar en el barrio. En ocasiones los disparos continuaban en la mañana o se producían a cualquier hora del día.  De allí su desconfianza pues la incertidumbre lo embargaba al salir a la calle a esa temprana de la mañana (¿serían las 6 o las 7? No lo sabía pues no usaba reloj. También influía el silencio que envolvía a la calle y que hacía más tétrico su desplazamiento.
         Al llegar a la esquina e intentar el cruce de la calle, se produjo un tiroteo. El se desesperó al cruzar la calle al sentir el silbido de las balas que parecían acercarse a su cuerpo mientras más aprisa andaba. Afortunadamente llegó ileso a la otra acera. Subió rápidamente y buscó una protección inexistente al apretujarse a la pared carrasposa de la edificación y mientras el tiroteo se intensificaba él se deslizaba angustiosamente por la áspera superficie. Pronto tocó el filo de la pared que significaba la esquina y el inicio de la siguiente cuadra. Una bala estalló a escasos centímetros de su cabeza. Se asustó tanto que el pánico estuvo a punto de producirse y originar una reacción incoherente: no sabe como se contuvo y no corrió. Continuó arrastrando su cuerpo sobre la áspera pared, avanzando lentamente hacia la farmacia que se hallaba en la próxima esquina. Sorpresivamente era un deslizamiento que le trasmitía cierta confianza, cierta seguridad mientras avanzaba.
          Fue cuando lo vio. Desesperado como él por los disparos, un chico (no tendría más de 12 años), en la acera opuesta (¿acaso lo vería y trató de llegar adonde él estaba en busca de protección?), decidió correr y se echó a la calle intentando llegar a la otra acera (¿o tal vez buscaba compañía?) pero al llegar al medio de la calle se produjo un cruce de disparos entre las dos bandas de facinerosos que lo detuvo: su cuerpo se bamboleó al ritmo de los impactos recibidos pero él insistió en seguir su camino cuando un nuevo disparo lo detuvo por completo y su cuerpo se desplomó en plena calle, temblando. Después cesó el temblor y su cuerpo quedo quieto (inerte, pensó Roberto) sobre el pavimento.
          Roberto detuvo su deslizamiento completamente angustiado ante la escena. Su primer impulso fue correr y auxiliar al chico. un acto irracional dadas las circunstancias, pero instintivo. Se detuvo a tiempo o realmente lo detuvo el arrecimiento de disparos que entonces se produjo. Roberto contempló con sincero dolor el cuerpo que yacía en el centro de la vía. Luego decidió su camino hacia la farmacia deslizándose sobre las carrasposas paredes de las casas. Momentos después, cuando se hallaba a diez metro de la esquina y de la farmacia, cesaron los disparos. Al llegar encontró la farmacia cerrada pero vio luz en su interior a través de postigo abierto pero enrejado, supuestamente para atender emergencias.
          Al asomarse al postigo, Roberto explicó al farmaceuta o encargado los síntomas de la enfermedad de su madre. Cuando terminó el otro le hizo señal de haber entendido y de que esperara pues el joven le pedía que le vendiera una medicina para la tos de su mamá. Fue cuando el farmaceuta fue bastante claro y preciso con el hijo: el remedio que le entregaba sólo serviría para calmar la tos a su mamá pero, al reponerse, ella debía consultar a un médico. Roberto asintió, pagó y le dio las gracias. Luego, con su rápido andar aunque mirando a todos los lados, regresó a su hogar.
         Al pasar por el sitio donde cayó el chico, no obstante, hizo una pausa al observar la aglomeracón de gente en el medio de la calle  y la llegada de la ambulancia le sugirió que el chico aún estaba vivo. Miró con tristeza e impotencia cuando el chico era introducido a la ambulancia. Roberto pensó que la rapidez de la movilización era innecesaria pues estaba convencido que el chico estaba muerto cuando se desplomó en plena calle. Pero tal vez no fue así... Pero otra solución pareció deslizarse por el dilema: los paramédicos habían recogido el cadáver que luego trasladarían a la morgue... Poco después el veh{iculo salió disparado del lugar. Entretanto, mientras escuchaban el ulular de la ambulancia, sin dejar de comentar, la gente comenzó a disgregarse hasta que la calle sola y callada fue alterada por el ocasional tránsito de uno u otro vehículo...

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