Caracas, 20]05]30
Al señor de la chaqueta azul:
No
sabe la importancia que le doy a este viaje.
Veo al tren deslizarse por los Valles de Aragua sembrado de frutales
pero particularmente de caña. Nunca he
estado allí pero pero imagino que así ha de ser. No sabe lo que me ha costado organizarme para
esta ventura, en especial si piensa que lo he hecho dentro del más absoluto
secreto. Reuní todos mis ahorros (que no
son muchos pero que de algo servirán), el brazalete de oro que papá me regaló
poco antes de morir y las pocas joyas que le quité a mamá. Todo esto está escondido en el forro del lomo
de la maleta con la finalidad de utilizarlo cuando sea absolutamente necesario (esto
va con usted también) o hasta que se acabe el dinero que llevo encima. Mamá me perdonará este hurto porque las
madres perdonan a sus hijos. No quiero
que ella piense que me llevo sus joyas como un acto de venganza por haberse
comportado tan mal con mi padre. Ella es
tan celosa que le hizo la vida imposible a mi querido viejo. El día que falleció habían tenido una
discusión motivada a sus injustificados celos –mi padre era uno de los hombres
más hogareños que he conocido y salía sólo con ella. Pero no podía saludar una mujer que ella no
conociera pues ya pensaba que era su amante, ¡figúrase usted!--. Mi madre lo amenazó como de costumbre y esta
vez lo amenazó con que se tiraría del puente El Guanábano, el cual queda cerca
de nuestra casa. Este puente,
recientemente, lo habían restituido a la época de su inauguración pues habían
tumbado las casas y edificios que bordeaban el embaucamiento de las aguas
sucias de esa parte de la ciudad, otrora lecho del río Caraota, según me dijo
mi padre. Éste, creyendo que la amenaza de mi madre era verdadera, de la
impresión le dio un infarto y murió como un pajarito.
Al
rato, mamá extrañada de que papá no saliera a buscarla, regresó a la casa y me
encontró llorando junto a su cadáver. En
ese momento, a través de mis lágrimas, observé su perplejidad o asombro ante lo
sucedido y la odié por primera vez. Al
principio ella no sabía cómo reaccionar y después comenzó a dar gritos pero yo no creí en su pena. Contemplé el rostro de mi padre que, sin
ningún rictus de desespero, era el espejo del desespero y la inocencia. Parecía un angelito. Y me dije que todavía hay gente sencilla que
vibra de candor en esta +época de avances tecnológicos como el viaje a Marte. En ese momento deseé fervientemente irme de
la casa y quizás comenzó a cobrar fuerza la idea de la fuga. Pero no fue un acto de venganza contra
ella. No. Tal vez fue el convencimiento de que la
heredera de la inocencia y de la actitud
contemporizadora de mi padre no podía vivir bajo el mismo techo con una persona
llena de egoísmo.
Decidí
vender a mis amigas las cosas de valor que tenía, entre ellas mis vestidos de
moda. Por supuesto que para mí es
fascinante la moda femenina. Me gustan
mucho los llamados vestidos con ventilación, el último grito. Se lo describo por si no lo conoce (lo que es
bastante común en los hombres que le dan poca importancia a estas cosas): son
los vestidos que llevan abiertos 15ª 20 centímetros del borde hacia arriba en
los costados de la falda y a nivel central y lateral de la cota.
Estas rendijas permiten ver la figura insinuada del seno y el comienzo
del muslo, en el punto en que comienza a engrosar, y permite que la imaginación
de los hombres inventen lo demás. Una moda que es siempre lujuriosa, en
especial cuando una comienza a mostrar el portento de sus senos y el pedazo de
pierna que sube y baja. Supongo que
entonces les empieza a subir la adrenalina, a incendiárseles la piel y, por las
miradas que una recibe, quién sabe cuántas cocas morbosas se imaginan… En esta ocasión, pese a que a mí me encantan
esta moda, decidí ser recatada y me aprovisioné sólo de jeans largos y cortos,
cotas y ropa interior y medias suficientes.
Después, en mi nueva vida y tomando en consideración la opinión de
usted, retornaré a ella. También es
parte de mi equipaje este diario y un libro de historias juveniles, ambos
recuerdos de mi padre. No incluyo nada
que mi madre me regalara, los dejo para que ella me recuerde. Por eso es que la maleta es relativamente
pequeña y liviana.
El
seleccionarlo a usted para que me acompañe en mi saga fue obra de la casualidad.
El día que lo conocí, usted rondaba por la casa y pensé, a pesar de mis
16 años, pensaba que usted buscaba la amistad de mi madre y no la mía. El día que conversamos en la plaza de La
Candelaria, me di cuenta, para mi desmayo, que iba por mí. Luego, en la soledad de mi cuarto, me
percaté de que ese interés por mi persona podía ser beneficioso para mí y
comencé a urdir el plan de mi fuga con usted y desde entonces lo ví con más frecuencia
(siempre a escondidas de mi madre). Por
eso acepté sus invitaciones al cine (aquí me las ingenié para permitir a medias
sus lisuras: un beso a hurtadillas al inicio y al final de la función, el dejar
que me agarrara la mano, me acariciare la nuca y nada más. Cada vez que usted intentaba acariciarme la
pierna o los senos lo rechacé con delicadeza y con una que otra
justificación. Todo esto, creo yo,
contribuyó a aumentar su interés por mí en las caminatas por Los Próceres
(agarrados delas manos y conversando trivialidades) y sentí placer en viajar
con un solo pasaje y con usted por la Línea Uno del Metro y hacer la
transferencia a la Dos, la Tres y la Cuatro, siempre conversando, aceptando sus
bromas y manejando con inteligencia sus avances. El día que le mencioné, en uno de estos
viajes, lo de mi fuga, lo hice con premeditación pero también con una gran
dosis de ansiedad pues esperaba que usted rechazara mi ofrecimiento por
inmaduro y riesgoso (tal vez porque usted sabe que la ley lo castigaría severamente
si lo atrapan fugándose con una menor).
Su aceptación del viaje por tren a la frontera bajó la presión y
permitió que yo acelerara los preparativos.
29]06]30
Anoche
tuve un sueño delicioso. Me vi a su lado
cuando el tren salía de la Estación Las
Adjuntas rumbo a lo (para mí) desconocido pero también hacia la ansiada
libertad. Disfruté de la belleza de los
valles de Aragua y lo pintoresco de las paradas en las estaciones intermedias,
animadas por gente que subía a nuestro tren (un servicio que ha resultado
excelente desde su inauguración hace cinco años) y se dirigía a diversos
lugares entre otros a los llanos de Guárico y Apure o hacia las montañas de
Mérida, en viajes de placer o negocios.
Usted, entusiasmado, me comunicaba mientras yo contestaba con
monosílabos o con un asentimiento de cabeza.
Mi interés era viajar, conocer nuevos lugares (después de una vida, algo
increíble para esta época, encerrada en Caracas y sus alrededores), disfrutar
de la vida. Usted pensaba en otras cosas
derivadas de esta aventura, entre ellas, el disfrute de mi cuerpo joven y,
según me dijo, en hacer una vida nueva en San Antonio del Táchira, donde tenía
una casa que le dejaron sus padres.
Nuestra primera parada fue en Puerto Cabello. Almorzamos en la estación y luego nos
trasladamos al Balneario Quizandal.
Disfrutamos del baño y luego usted insistió en pernoctar en este puerto. Yo me opuse y
traté de convencerlo de que era mejor abordar el tren de la tarde. Pasaríamos por Barquisimeto y amaneceríamos
en Mérida… pero usted no aceptó.
Finalmente convinimos que pernoctaríamos en Barquisimeto. Disfruté a plenitud el resto del viaje. Salimos a las cinco de la tarde de la
estación porteña. El tren atravesó
amplios cañaverales. Terrenos con innumerables cortes de hortalizas,
naranjales, extensas haciendas de plátanos, y bananas, lugares donde el verdor
de la naturaleza me proporcionó una felicidad infinita a pesar de que la luz
era cada vez más escasa. Cuando el tren
entró en la estación de Barquisimeto cesó la dicha y comenzaron los
temblores. Sabía lo que me esperaba y no
atinaba (pese a mis muchas lecturas sobre el sexo y el acto sexual) a delinear
un comportamiento apropiado en el momento en que nos encontráramos solos en el
cuarto, por la ausencia de experiencia en estos menesteres. Como algo raro en la época en que vivimos, a
esta edad todavía soy virgen. Mis amistades me habían informado que los hombres
les huían a las vírgenes pues, por lo general, tenían un comportamiento
desastroso y poco placentero en la cama.
Pensaba que dicho comportamiento era vital pues de él dependía mi futuro
con usted. Así, veía con horror que,
luego de ser violada, usted aprovecharía mi sueño para abandonarme en el hotel,
en una ciudad completamente extraña para mí.
Cuando abandonamos la estación de la capital larense en un taxi rumbo al
hotel y atravesamos una ciudad con un tráfico increíblemente congestionado, mi
ansiedad fue tal que desperté. Me
encontré sola en mi casa, en mi cama de soltera.
Ahora
me quedo pensando mucho en este asunto porque mañana es el día fijado para la
fuga.
30]06]30
Como
convinimos, preparé mi maleta y aprovechando que mi mamá había salido de
compras en la mañana, abandoné la casa y me dirigí al Metro. Ahora estoy escribiendo mis +ultimas
anotaciones en este diario, antes de encontrarme con usted. Me estoy dirigiendo a la estación Las
Adjuntas, el lugar acordado por insinuación de usted, lugar donde debe
iniciarse mi felicidad. Usted tomaría el
tren en la estación La Paz. Ya estamos
llegando a ésta. ¿Pero cómo puede ser
posible? ¿Qué es lo que estoy
mirando? ¡Mi madre también está
allí! ¡Se dispone entrar al vagón! Tendré que justificarle mi presencia
aquí. Detrás de ella viene usted y no
sabe que esa mujer cuarentona y aún con cierto atractivo es mi madre. ¿Qué hago?...
Bien, iré al encuentro de ella.
Le haré una señal a usted para que tome mi maleta. Lea esto.
Nuestro plan sigue igual. Nos
veremos en Las Adjuntas. Espéreme allí. Que haya suerte para los dos.
Berta.
La
Trinidad, Caracas, agosto de 1996.
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