L A S A N D A N Z A S D E
E L P I C U R E
José
Rojas, el reportero sobre “Sucesos de la Ciudad” del diario “El Nacional”, que
ya conocía sus andanzas, fue el primero que se enteró del poder que tenía en
los barrios de la Cota 905 y lo conocía por este apodo. Se había familiarizado con el malandro al
punto de que se habían hecho mutuos favores (El periodista al obtener
información valiosa –dónde se reunían, los lugares donde se escondían, los apodos
de los otros jefes de banda, etc.—sobre las otras bandas del lugar y El Picure
recibiendo información importante sobre el modus operandi de la policía en esa
zona. A Rojas se le ocurrió preguntarle
en una ocasión:
--¿Por qué te llaman El Picure? –El
otro se le quedó mirando como si deseara saber la razón de la pregunta. Como su indagación visual nada le trasmitió,
se limitó a contestarle:
--La verdad es que no lo sé. Pero si sé de dónde viene la palabra. Fíjate que en mi pueblo, cerca de Maturín, y
en general en los llanos de Monagas, cuando los hijos iban al monte, los padres
les decían “¡Cuídate del picure!”. Este
es un animalito, un poco más grande que una avispa, que cuando pica deja una
roncha y a uno le duele mucho. Decía mi
abuelo que en su época lo llamaban “Pica Duro”.
Según mi papá, este nombre degeneró en “Picure”.
El
Barrio 905, se le llama así por la “Cota 905” que pasa por esta zona de la ciudad. No es un nombre muy florido, especialmente
ahora cuando conviven allí ,diversas urbanizaciones de la ciudad. También hay bandas políticas que ,político
llegó a Miraflores. Viven básicamente del tráfico de drogas pero también hacen
trabajos políticos a la gente de Chávez.
Carlos
Díaz, alias El Picure, según el periodista antes citado, era un ladronzuelo que
se formó en los mercados de Coche, al oeste de Caracas. Sus primeros adláteres fueron José “El León”,
llamado así por el abundante pelo de su cabeza que crecía en todas direcciones
y él no se preocupaba en peinar.
Acompañó siempre al Picure hasta convertirse en su guardaespaldas. Admiraba a su jefe por su habilidad para
resolver situaciones y también por la maestría que exhibía para esconder
objetos o dinero producto de un robo, destreza de la que el Picure se
vanagloriaba y que luego, cuando su banda predominaba en el Barrio 905,
exitosamente destacó al esconder objetos o personas.
Otro
que lo acompañó desde un principio hasta convertirse, además de su
guardaespaldas, en su mano derecha, fue José Bembeteo. Fue el Picure quien le puso el apodo por
tener los labios demasiado gruesos. Era
un joven algo montuno, trigueño, cuya habilidad especial se relacionaba con los
juegos de azar. Además de estar
familiarizado con la mayoría de los juegos conocidos2 y era habilidoso en su
manejo, en especial los juegos de carta que predominaban en los garitos
clandestinos que existían en el Cerro.
El Picure lo llevaba consigo cada vez que visitaba los garitos del
barrio pues conocía las mañas de muchos de estos jugadores. Así mismo por su
habilidad telepática para saber el punto de otros jugadores con solo observar
los movimientos que hacía con las cartas.
(Bembeteo desarrolló con su jefe un sistema de comunicación con
movimientos de ojos, brazos y gestos que le indicaba a su jefe la conveniencia
de permanecer, doblar la apuesta o retirarse a tiempo de la partida. Su habilidad consistía en observar a los como er jugadores, las apuestas que hacían,
los riesgos que tomaban, la posición de brazos y cabeza al tomarlas, etc. hasta
formare un criterio de cada jugador y
ello le ayudaba a predecir los riesgos que tomaría Enel juego. ¿Cómo lo hacía? Para El Picure fue siempre un misterio y
siempre se sorprendía por los aciertos que realizaba. También acertaba al precisar la cercanía de
la policía o de alguna banda enemiga.
Cuando El Picure se hallaba en un garito y él presentía esta
posibilidad, caminaba por las cercanías y al sentir el peligro sacaba su jefe a
tiempo, mucho antes de producirse las balaceras. En estos casos, para favorecer la rapidez de
la huida, Bembeteo desarrolló un código que resultó muy efectivo: número diez,
para la policía; número veinte, para banda enemiga.
En una ocasión, Bembeteo dejó a su jefe en un
garito y, como era su costumbre, caminó por las veredas del Cerro y vio a dos
patrullas de la policía que se estacionaban en una vereda y comenzaban a
ascender entre los matorrales en dirección al garito. Bembeteo salió disparado luego de intuir que
alguien había avisado a las autoridades.
Entró corriendo al garito y gritó “Número Diez”. El Picure, sin pensarlo dos veces, tomó su
dinero y antes de correr gritó a los otros “La policía” y salió disparado. Los otros jugadores, ante el inminente
peligro, también corrieron como picados por tábano. Pocos momentos después, la policía, al ser
descubierta, comenzó a disparar. Cuando
los agentes llegaron al rancho, lo encontraron desierto pero comprobaron que
era un garito al ver los naipes y las fichas disgregadas en las mesas… Esa vez Bembeteo y El Picure pudieron llegar
sanos y salvos a la vía principal de la Cota 905 y se montaron en un autobús
que se dirigía al centro de la ciudad y vieron a las patrullas estacionadas en
una vereda del Cerro. Pero no siempre
fue así de fácil su escape ante el peligro.
A veces les tocó huir en medio de una balacera que sostenían con una banda
enemiga. Entonces, al recibir el aviso
de Bembeteo, se vio obligado a arriesgar su vida al atravesar un sector donde
las balas silbaban en varias direcciones y él, para evitar caer en manos de la
policía, que también había llegado al lugar, prefirió ser víctima de una
bala. Pero la suerte entonces lo
favoreció… En esa ocasión la otra banda
fue sorprendida por la llegada de las autoridades y los que no murieron cayeron
heridos en el intercambio de disparos fueron tomados prisioneros.
Así
era la vida en el Cerro, agitada y corriendo riesgos de caer sin vida sobre las
piedras o entre los matorrales del lugar o en manos de la policía. Por eso
El Picure, como previsión tomó varias acciones. Entre ellas, tener un rancho en el Cerro que
usaba como escondite aunque nunca estuvo más de una hora pese a que tenía todas
las comodidades para pernoctar. Tomó la
previsión de cavar un túnel debajo de su cama, que le permitía escurrirse y
salir a diez metros del rancho, lo que le facilitaba la huida en momentos de
peligro. También utilizó el rancho para
reunirse con su banda para planear tanto sus asaltos como sus ataques a bandas
enemigas. Cuando esto sucedía colocaba
vigilantes en sitios estratégicos para que avisaran con tiempo la presencia de
la policía como de cualquier otro peligro.
En
una ocasión El Picure escuchó el largo silbido de León que le indicaba peligro
y debía abandonar el lugar. Luego
Bembeteo entró como una tromba al rancho y gritó:
--¡Hay que correr!! ¡Los Guaros vienen armados y no hay tiempo
para defenderse! ¡Son muchos y están bien armados!! ¡A correr!!
Salieron
por puertas y ventanas del rancho y corrieron en diversas direcciones. Bembeteo y su jefe tomaron la vía del túnel;
luego, al huir del lugar tomaron un
camino poco usado, a través de la montaña por sitios pantanosos y poco
transitados y llegaron a un lugar cercano a San Martín y la Plaza Artigas. Cada vez que El Picure intentaba detenerse
Bembeteo se lo impedía. En una ocasión
se sometió dócilmente a la acción del guardaespaldas, que lo tomó por las
axilas, lo levantó en vilo y lo obligó a seguir caminando. Luego de descender un trecho, cuando ya
empezaban a parecerlos ranchos, Bembeteo permitió que su jefe tomara un
descanso.
--Pero sólo por pocos minutos, jefe,
no tenemos tiempo para más –le dijo—Contare mentalmente hasta cien y luego
seguimos.
Bembeteo
calló y comenzó su conteo. Al terminar
dijo:
--Ya, jefe, suficiente. Seguimos.
El
otro, sorpresivamente obediente, se levantó de la piedra donde estaba sentado y
siguió al malandro. Descendieron por
varias veredas con ranchos variopintas –algunos bien construidos otros
levantados a la buena de Dios-- y al
llegar a la primera calle de tierra observaron el tráfico de vehículos y de
gente pero otro peligro los asechaban. Eran
las ocho de la noche y en esos momentos se produjo un apagón en ese sector de
la ciudad y, de repente, los invadió la oscuridad. Era la ocasión que esperaban los rateros del
lugar para asaltar a los transeúntes desprevenidos que encontraban a su paso. Fue cuando El Picure sintió la punta de un
puñal en su cuello y las palabras amenazadoras:
--¡Dame toda la muna ya!
El
Picure no tuvo otra alternativa que sacar unos billetes de cien bolívares que
tenía en el bolsillo del pantalón e intentó entregárselos al asaltante.
--¡Bueno, pues, esto es lo último!
¡El Picure asaltado por un ratero!
¡Quieto! –Le ordenó Bembeteo al ratero mientras le colocaba la boca del revólver en la cabeza-- ¿Tú como
que no sabes con quién te estas metiendo, rata inmunda?
El
ratero amedrentado por la fría boca del arma y la voz de mando de Bembeteo, con
una velocidad impresionante, salió disparado del lugar. Los dos malandros, al observar la estampida,
se echaron a reír.
Minutos
después, luego de restablecida la fuerza eléctrica, llegaron a una parada de autobús cercana a la Plaza Artigas,
donde esperaron y tomaron el bus que los llevaría a El Silencio. Dos horas después se hallaban en el
apartamento que El Picure tenía en un edificio de la Cota 905, que pocos de la
banda conocían a excepción de El León y Bembeteo, donde descansaron un poco.
En
esa ocasión El Picure decidió tener una reunión con su banda (diez malandros
del Cerro) esa tarde a las 4. Comisionó
a sus guardaespaldas para que notificaran a su gente. El Picure estuvo en el rancho a las tres de
la tarde y procedió a organizar lo que comunicaría. Como todos fueron puntuales, les dijo que
“Los Guaros” tenían programado esa día a las seis de la tarde por lo que debían
ubicarse en sitios estratégicos para sorprenderlos y derrotarlos. Le indicó a cada uno el sitio que debían
ocupar para tal fin. En su momento un
largo silbido de El León les indicaría el inicio del ataque. Sin embargo, este aviso no se produjo. Por alguna razón desconocida “Los Guaros” no
se presentaron a las seis de la tarde.
El Picure iba a dar la orden de desbandada cuando se escucharon los
disparos que indicaba la presencia del enemigo.
Fue entonces cuando El León emitió su silbido y el cerro se convirtió en
un persistente tiroteo con balas silbantes en diversas direcciones. Minutos después, ante la sorpresa de todos,
“Los Guaros” comenzaron a retirarse. Pero su reacción no era motivada a la
resistencia encontrada sino consecuencia de un aviso que alguien hizo a la
policía pues ésta, con tres patrullas, hizo acto de presencia en el
combate. Los agentes comenzaron a
ascender amparados en la protección que los ranchos existentes le brindaban y
pronto “Los Guaros” quedaron atrapados entre dos fuegos. Bembeteo alertó a tiempo a su jefe y éste dio
la orden de retirada pero ya era muy tarde para “Los Guaros” que, sorprendidos,
tuvieron muertos, heridos y otros se entregaron a la policía. Esa noche las autoridades detuvieron al
cabecilla de “Los Guaros” y otros tres malandros; hubo 4 muertos y 7 malandros
heridos que, luego de asistidos en el hospital cercano, también fueron
encarcelados. Fue un golpe de suerte
para El Picure pues la acción eliminó la banda enemiga que cuestionaba su poder
e influencia en el Cerro. El Picure pasó
la noche en el rancho e hizo que su gente hiciera vigilancia de 3 hombres
relevados cada dos horas en los alrededores y hasta la mañana siguiente pero
nada sucedió pues la policía no regresó al Cerro hasta la tarde siguiente poco
después que los miembros de su banda se habían retirados a sus hogares.
La
banda de El Picure tenía una lista de negocios de El Paraíso a los que
brindaban “protección” y las cuales les pagaban mensualmente. El Picure tenía en su poder los nombres de
las personas que debían pagar y los días que Bembeteo o El León pasaban por el
establecimiento. Este dinero, aunado al
obtenido en los asaltos programados y ejecutados en supermercados y otros
negocios del sector, tenía activos y contentos a los miembros de su banda. Cada dos semanas realizaban asaltos a un determinado comercio local; cada uno de
estos era planeado por El Picure, quien asignaba a cada quien lo que debía
hacer y cuidaba de su cumplimiento.
Después del asalto se reunían con su jefe en el rancho y entregaba lo
que cada quien había robado. Esa noche
El Picure entregaba a cada malandro la parte que le correspondía del
botín. Luego el jefe les indicaba el
local del siguiente asalto. También les
indicaba el restaurant de la ciudad donde la banda tendría un brindis y comida
para celebrar (generalmente había una reunión mensual de este tipo). El restaurant era diferente cada vez y el jefe (quien también pagaba lo consumido)
avisaba días antes el nombre del negocio para evitar visitas sorpresivas de la
policía.
El
Picure tenía una mente fotográfica pues no anotaba nada y nunca fallaba en
recordar un dato relativo a un miembro de la banda, al comercio afectado y
cualquier otro de similar trascendencia.
Ello contribuía a la lealtad de los miembros de la banda. De allí su éxito tanto del control de su
grupo como de la actividad de la banda.
Por eso cuando “Los Guaros” comenzaron a actuar en el Cerro El Picure
comenzó a preocuparse. Era problemático
mantenerse alejado de la policía pero la presencia de otra banda ponía en
peligro su actividad en la Cota 905. Por
eso decidió acabar con la amenaza de “Los Guaros” pues tenían frecuentes
encuentros en el Cerro por regularmente ambos se retiraba del lugar sin que
existiera un claro vencedor pue siempre aparecía la policía. Hasta que El Picure decidió buscar el apoyo
de las autoridades y pudo informar a tiempo al oficial Luis Uzcátegui para que
atacara la retaguardia de “Los Guaros” y pusiera esta banda entre dos fuegos.
Es decir, lo ocurrido fue un acto inteligente
de El Picure. Pero luego éste se percató
que, a su vez, resultó ser una espada de Damocles pues ello significaba el
primer paso para su futura desaparición.
En consecuencia, El Picure temió que la policía trataría de establecer
una celada similar. (La celada a “Los Guaros” fue tan bien planificada que
contó con la participación, además del oficial Uzcátegui, del periodista Díaz,
lo que contribuyó al éxito de la misma.
El Picure lo notó cuando observó la perfección de la operación pero ya
era muy tarde para retroceder. De allí su
preocupación por una futura celada a su banda).
Pero
El Picure también había tomado sus precauciones y al comprender temprano el
futuro de su banda lo hizo apresurar su retiro.
Siempre había soñado con retirarse a tiempo a vivir en un pueblo de Monagas. Con tiempo fue acumulando dinero en una
cuenta de un banco de Maturín. Como el
banco no tenía sucursal en Caracas sino en Puerto La Cruz, se las ingenió para
visitar una vez al mes a esta ciudad para hacer depósitos de dinero a su
cuenta. En alguno de estos viajes lo
acompañó Bembeteo, el único de la banda enterado del plan. Pero nada sabía del número de la cuenta ni el
total de los montos depositados.
Bembeteo pensaba que depositaba dinero en un banco de la capital y que
los viajes a Puerto La Cruz eran para despistar.
La
llegada de Hugo Chávez al poder fue bien recibida por muchos malandros, pero
luego de varios años y en especial la aparición en el Cerro de un nuevo tipo de
banda que realizaba actividades políticas –los luego llamados “colectivos”--,
que también se dedicaron a comerciar con drogas, fue creando cierta
desconfianza en las bandas comunes de malandros, que por lo general vivían de
asaltos a comercio de la capital, los secuestros express y de las “visitas” a
quintas de las urbanizaciones: el típico malandro urbano. Por eso nunca se mezclaron ni estaban
relacionados con el nuevo tipo de banda.
Previendo
lo que haría en el futuro cuando su banda desaparecía –que en su mente era algo
que inevitablemente sucedería—Carlos Díaz, El Picure, en una de las reuniones
que tuvo con su grupo, les informó que periódicamente se ausentaría de la
capital unos días o una semana, pues tenía que visitar a su madre enferma que
vivía en un pueblo del oriente del país.
Bembeteo y El León estarían encargados de mantener el contacto con los
otros miembros de la banda. Esa primera
vez, Díaz viajó en avión hasta Cumaná y allí alquiló un taxi que lo llevó hasta
Maturín. Se alojó en una pensión del
centro de esta ciudad y al día siguiente visitó la oficina del banco donde
tenía su cuenta. Se enteró de los
trámites que debía hacer para la adquisición de un acto de mediano tamaño y de
su precio. Acordó con el jefe de la
oficina del banco que se encargaba de estos menesteres para que le enviaran a
su apartado de correos de Caracas la información sobre las ofertas de venta de
hatos de este tipo con detalles sobre las condiciones de la venta y las facilidades
de pago.
Cuando
recibió las primeras ofertas, conversó sobre ellas con Bembeteo, quien también
había nacido en Monagas y le gustaba la vida de campo en especial cerca de
Maturín. UN día del mes El Picure y
Bembeteo se encerraban en el apartamento y discutían las ofertas de venta de
hatos que habían recibido. En una
ocasión recibieron una oferta que les interesó: un hato de aproximadamente
2,000 cabezas de ganado que se hallaba a 350 Kilómetros de Maturín. Las condiciones de pago también eran alentadoras:
se vendía por 8 millones de bolívares,
la mitad o la cuarta parte a la firma del documento de venta y el resto
en 20 cuotas a ser pagados en los próximos diez años o antes a conveniencia de
las partes. El Picure comentó que tenía
cerca de 7 millones de bolívares en el banco; ponía abonar cerca de 3,5
millones como cuota inicial. Como el
hato lo vendían en 8 mllones, él hablaría con el representante del banco para
ver si se podía transar la venta en 7 millones.
En ese viaje habló con el representante del banco sobre el
particular. Éste le comunicó que
hablaría con el dueño y le avisaría.
Al
regresar a Caracas de su último viaje a Puerto La Cruz (en donde hacía ahora
escala en su gira a Maturín), Bembeteo le informó de la banda del Italiano que
estaba creciendo en la Cota 905 y se perfilaba como la futura competencia para
ellos. El Picure habló con su contacto
en la policía sobre dicha banda. El
oficial Uzcátegui le mandó a decir que nada sabía pero El Picure intuyó, por la
tardanza y la manera como el oficial manejó la consulta que esa podría ser la
banda de la celada.
--De ahora en adelante hay que estar
“mosca” y recopilar toda la información posible sobre los movimientos del
Italiano. Trata también de tener un espía en su banda. Si tienes que pagarle para que te pase datos
yo te doy el dinero ¿O.K.?
--Si, jefe, lo que usted diga.
De
allí en adelante, cada vez que se presentaba una “guerra” con la banda del
Italiano, El Picure tomaba sus precauciones.
En uno de estas guerras, dejó a Bembeteo al frente mientras él se
alejaba del lugar utilizando el túnel.
Esa vez instruyó a Bembeteo que a los 15 minutos se fuera él también y
dejara encargado a El León con la indicación de que el resto de la banda
abandonara poco a poco el lugar. Pronto
la banda del Italiano se quedó sola en el cerro y la policía no se presentó. El Italiano pensó que El Picure le tenía
miedo y se proclamó dueño de la Cota 905.
Al saberlo, El Picure se molestó y con su gente planificó un asalto a
los predios de el Italiano. Fue tal la
intensidad del ataque y la persistencia en destruirlo que el Italiano y los
suyos huyeron del lugar.
En
esos días la policía decidió preparar la celada contra la banda de El
Picure. El oficial Uzcátegui le envió
agentes para que hablaron sobre el particular.
Éste, al salir escaldado en el reciente encuentro con El Picure, vio la
acción con buenos ojos pero actuó con demasiada cautela. Le exigió a Uzcátegui garantías de que ese
plan no tuviera como retruque la destrucción de su propia banda. El oficial
decidió y tuvo una larga conversación con el malandro y le aseguró que el
interés de la policía era la destrucción de El Picure y su banda pues ya se
había tornado muy peligrosa para la ciudad. Uzcátegui tuvo que tener otras conversaciones
con el Italiano hasta que se sintió seguro de su colaboración. Sin embargo, Uzcátegui tomó sus
previsiones pero siguió el plan original pues estaba seguro de que el Italiano
le tenía tanto miedo a El Picure que deseaba su destrucción.
Así
era la situación cuando El Picure le informó a Bembeteo que había decidido
comprar el hato en Monagas pues había recibido la información del banco que el
dueño del hato decidió venderlo por 7 millones con las siguientes condiciones:
3,5 millones de bolívares como cuota inicial y el resto pagadero en 10 cuotas
en un lapso de 10 años. Por ello le
informó a la banda que iría la próxima semana al oriente del país a ver a su
madre enferma. Hizo lo mismo que la vez
anterior. Viajó en avión hasta Cumaná y
en taxi de esta ciudad a Maturín.
En
el banco firmó el documento del traspaso del hato de cuerdo a dichas condicione
y el documento sería protocolizado al día siguiente (miércoles) en la notaría
de la ciudad. En ella acordó con el
vendedor que el caporal y los peones se quedarían en el hato manejando el
ganado como lo habían hecho con el anterior propietario. Luego de la firma en la notaría recibió la
constancia de la propiedad (el título de la misma quedaría en el banco como
garantía hasta el último pago de la propiedad se efectuara, como se
acostumbraba en estos casos) junto con el documento donde constaba la
cancelación de la cuota inicial, luego que él entregara el cheque por los 3.5
millones de bolívares. Luego El Picure se trasladó al hato donde fue
presentado al caporal y los peones.
Luego de recorrer con el vendedor y el caporal el hato hasta los
linderos, El Picure regresó al banco. Pero su gran sorpresa fue encontrarse en
esa institución a Bembeteo que lo estaba esperando. ¿Qué había sucedido?
Antes
de iniciar este viaje, pues tomó esta precaución al ver peligrar la situación
de la banda en la Cota 905, le había confiado a Bembeteo el resto de los
secretos: el nombre del banco en Maturín donde había realizado la operación de
compra-venta del hato y la fecha del día de la venta.
Días
antes, luego de su salida de Caracas, se produjo en la noche un ataque sorpresa
en el Cerro de la banda del Italiano a la que incorporaron malandros de “Los
Guaros” sedientos de venganza pues deseaban también la destrucción de la banda
de El Picure. Atacaron por el sur, por
la parte de la montaña que se conecta con San Martin, mientras la policía
atacaba por el norte, es decir, por el lado de El Paraíso. La banda de El Picure, ubicado en sitios
estratégicos alrededor del rancho, impedían el avance de los ataques de los
malandros pero no esperaban el ataque de la policía por la retaguardia que
incrementó el ataque cuando le tenían la pelea ganada al Italiano y su
gente. Pero no se pudo: la policía los
acribilló y diez miembros de la banda murieron alrededor del rancho hacia donde
se retiraban como último recurso de salvación.
Bembeteo se metió en el rancho y El León lo imitó pero una descarga acabó con él antes de
entrar a la vivienda. Bembeteo, el único
que conocía la existencia del túnel, penetró en él y escuchó cuando la policía
entro al mismo en busca de El Picure que, por supuesto, no estaba allí. La policía destruyó todo lo que encontró en
su búsqueda. También revisó los
alrededores del rancho durante un buen rato sin éxito alguno… A medianoche,
cuando todo estaba en silencio, la combra de Bembeteo salió del túnel y con
mucha cautela comenzó a bajar del cerro. Ya habían recogido los muertos y
heridos y sólo el silencio predominaba en el lugar. Finalmente, luego de varios rodeos, bembeteo
llegó al edificio donde se hallaba el apartamento de El Picure. No tuvo problema en entrar al mismo pues él
tenía el duplicado de la llave. Allí
descansó un raro; luego se bañó, cambió de ropa, se proveyó de dinero y se
trasladó en un taxi al Terminal de Oriente.
Durmió en uno e los bancos del terminal y al amanecer compró un
boleto en el primer autobús que se
dirigía a Maturín.
Ahora
estaba allí, en un restaurant cercano, orejudo, cansado pero vivo, contándole a
su jefe todo lo sucedido.
El
Picure y Bembeteo se trasladaron a Maturín en busca de protección. Si los llanos de Monagas dieron refugio a
políticos adecos en plena decadencia, ¿qué importaba que también se lo dieran a
malandros caraqueños que buscaban en esos llanos el amparo que anhelaban para
rehacer sus propias vidas?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Los comentarios son bienvenidos...