O S C A R
V I A
J A A C
A R A
C A S
La gente del campo, dicen los citadinos, se
acostumbran tanto a ver sus montañas y prados que cuando se alejan de ellos o
la necesidad los obliga a vivir en pueblos o ciudades, pasan la vida añorando
sus lugares de origen. Sin embargo,
esto es un decir pues algo similar
sucede con los citadinos que se familiarizan tanto a vivir en una ciudad
que visitan ocasionalmente (o en vacaciones) las montañas, las playas o los
llanos. Es más, se acostumbran tanto a
vivir en su ciudad natal que cuando se ven obligados a residir en otra ciudad
del país o del extranjero, viven añorando las particularidades de su
ciudad. Este contrapunto de situaciones viene
a colación ahora que asoma a mi memoria las aventuras y desventuras de la
historia de Oscar Orozco.
Tanto Oscar como su hermano Camilo provienen de una
familia originaria de Amanita, un caserío del Estado Monagas. Camilo fue el primero que emigró de Amanita y
comenzó a laborar como trabajador doméstico
en Carúpano, el puerto más importante del Estado Sucre. Viajaba dos o tres veces al año a visitar a
su familia en Amanita y siempre mostraba nostalgia por este lugar. En una ocasión se quedó tres meses allí pero
la necesidad de trabajar lo hizo retornar a Carúpano. La causa fundamental del campesino para
emigrar es el bajo salario que recibe en
las haciendas. Por lo demás, predomina
el trabajo individual en su conuco o en
un “corte” de maíz, yuca, etc., un trabajo a destajo a un precio acordado con
el dueño de un conuco o de una parcela grande.
En sus propios cortes o en los contratados tiene que esperar la cosecha
para poder ver el resultado de su trabajo.
Como no tiene quien lo financie,
cuando trabaja en su conuco generalmente
se endeuda para poder sembrar y nadie lo protege contra el mal tiempo o la excesiva lluvia. Por eso emigra.
Pero el caso de Oscar es diferente. Siempre decía que cuando él saliera de
Amanita seria para residenciarse en Caracas y sólo regresaría a su pueblo a
visitar a su madre. Cuando tuvo la
oportunidad, Oscar se trasladó a Carúpano a laborar como doméstico en la casa
de una familia de clase media, pero siempre mantuvo el propósito de vivir en la
capital. En Carúpano, mientras
trabajaba, aprendió a manejar y pronto obtuvo su licencia de conducir. La familia con la cual trabajaba a los pocos
años comenzó a desmembrarse: los hijos empezaron a trasladarse a otras ciudades
para realizar estudios universitarios.
En esos días a Oscar se le presentó la oportunidad de trabajar en
Caracas. Fue mediante una familia que
vivía en la Urbanización La Trinidad y
se hallaba de vacaciones en ese puerto.
La razón de la contratación era que este matrimonio, por razones de trabajo,
debía viajar y laborar temporalmente en otras ciudades del país y necesitaba
una persona (hombre o mujer) que tuviera licencia de manejar y experiencia en
el trabajo doméstico para que cuidara y atendiera a sus dos hijos.
Oscar aceptó el cargo pero advirtió que tenía poca
experiencia en la cocina pero estaba dispuesto a aprender. Sus patronos,
la Sra. Rosa y el Sr. Carlos
Pineda, conscientes de que hasta ese día les había sido muy difícil encontrar
una persona eficiente en ambos oficios para que laborara en su hogar, pues, por razones económicas, ambos debían
trabajar para poder mantener el hogar, no tenían otra alternativa que aceptar a Oscar y estaban dispuestos a
enseñarle.
Oscar aprendió rápidamente a elaborar los platos que integraban
el menú básico requerido y que la señora Rosa le enseñó gustosa. Como los niños estudiaban en el Colegio Los
Arcos, cerca de La Trinidad, los
trasladaba en el auto en la mañana y luego los iba a buscar a las cuatro de la
tarde (Ellos almorzaban en el colegio).
Cuando sus padres se hallaban de viaje, luego de regresar del colegio en la mañana, Oscar procedía a
preparar la comida de la cena y para las dos de la tarde ya había terminado;
entre dos y tres y media de la tarde descansaba media hora y la hora restante
la dedicaba a aprender a leer y escribir.
(La Sra. Rosa lo estaba enseñando y cada vez que se ausentaba le dejaba
tareas escritas y de lectura para que practicara).
Oscar se adaptó rápidamente a este hogar y a sus
nuevas obligaciones. Por ser un joven honesto y efectivo en su trabajo, era
apreciado por todos los miembros de la familia.
En una ocasión el Sr. Pineda
viajó por dos semanas a San Cristóbal y la Sra. Rosa, que no sabía manejar,
había decidido tomarse unos días de descanso por lo que, junto con sus hijos y
Oscar programó un viaje a la Colonia Tovar.
El viaje era una nueva experiencia para Oscar pues
desconocía la carretera y el lugar que visitarían. También el clima era distinto pues en esa
época del año (diciembre) la temperatura en las mañana bajaba hasta cinco
grados Celsius. La Sra. Rosa, que
estaba enterada de este problema, tomó sus previsiones del caso, tanto para
ella y sus hijos como para Oscar, quien, al no tener la vestimenta apropiada
para el lugar que visitarían, le prestó un suéter grueso de su esposo que a Oscar le quedó a la perfección. Éste
decidió no ponérselo en Caracas sino cuando, en el ascenso a la montaña, se
viera obligado a utilizarlo.
Salieron a las
siete de la mañana de La Trinidad y como era un sábado no encontraron
mucho tráfico en la ciudad. Ya a las ocho estaban subiendo hacia El
Junquito. A Oscar le preocupaba la
niebla en la carretera que, en ocasiones, era tan espesa que tenía, por
precaución, que conducir con mucha lentitud y los faros del auto mantenerlos con
las luces altas. Al llegar a El Junquito,
la Sra. Rosa decidió que era mejor detenerse allí para desayunar y luego seguir
hacia la Colonia Tovar. Desayunaron con
cachapa con queso y café con leche caliente.
La temperatura estaba a diez grados y Oscar, acostumbrado a la
calefacción del auto, rápidamente se puso el suéter para poder soportar el frio
existente.
Descansaron un rato y salieron hacia las diez de la
mañana hacia la Colonia. Los chicos aprovecharon el descanso para montar un
rato a caballo, un servicio que existía en el pueblo para los turistas. Cuando comenzaron el ascenso, ya el sol tenía
tiempo calentando la región y en la carretera se veía ocasionalmente la
neblina, aunque ellos se hallaban empezando a subir la montaña. Era toda una experiencia para el joven
chofer: el excesivo frio, el tráfico de vehículos que empezaba a incrementarse
en ambas direcciones en una vía estrecha y de constantes curvas. Ello lo obligaba a ser muy cuidadoso e ir a
una velocidad bastante moderada. Pese a
todo, el viaje resultó bastante agradable y para él muy novedoso. Al rato vieron un arco sobre la carretera
indicando la entrada a la Colonia Tovar.
Oscar respiró, aliviado, creyendo que había llegado. Sin embargo, todavía faltaba buen trecho de carretera con excesivas curvas
y tráfico en la vía. Al fin llegaron.
Al observar el
lugar donde se hallaban (una hilera de casas de madera, algunas de dos pisos,
todas pintadas con colores sobrios y algo serios y ubicadas ordenadamente a
ambos lados de la vía), Oscar tuvo la impresión de que la Colonia Tovar era un
pueblo pequeño. No obstante, lo que él
estaba mirando era el centro de un poblado muy peculiar. Esa era la parte del
pueblo donde se encontraba el comercio, la iglesia, restaurantes, tiendas y
quioscos de frutas, dulces y refrescos. Era el lugar donde llegaban la mayoría
de los turistas. Todo pintoresco y agradable
a la vista. La Colonia Tovar se hallaba
en el centro de una naturaleza demasiado quebrada, con innumerables colinas
sembradas de hortalizas y frutas,
especialmente fresas. Para conocer
verdaderamente al pueblo tenía que traficar por las innumerables carreteras y
caminos rústicos que cruzaban dichas colinas, donde se hallaban los colonos con
sus familias y sus sembradíos. La
mayoría de los visitantes se contentaban con llegar a esa parte del pueblo
–donde ellos se hallaban en ese momento--
y disfrutar de la agradable temperatura, de los servicios y del comercio
así como de lo pintoresco y tranquilo
del lugar.
Oscar se
maravilló con todo lo que veía y oía
sobre los productos y el trabajo de la tierra
e inevitablemente, le entró nostalgia por Amanita. Claro, no podía compararse este sitio con el
suyo, sus pequeños valles, sus lomas, sus ríos y su cálido clima. Pero era el
campo, un campo muy peculiar, con gente callada y trabajadora. Como en Amanita. Solo que estos agricultores tenían la posibilidad de
sembrar, cosechar y vender su cosecha y con lo obtenido vivir bien y regresar
de nuevo a la tierra. Era un ciclo que
pocos cumplían en Amanita por la ausencia de recursos y de organización para
vivir de la tierra y no tener que emigrar y buscar la vida en otros mundos.
Oscar se quedó pensando en la laboriosidad de esta gente --se hallaban sentados frente a un quiosco
disfrutando del paisaje y libando refrescos de frutas-- que vivía de la tierra pero también del
aporte de los turistas. Por supuesto,
había muchas cosas que el ignoraba de la
historia de la Colonia Tovar pero
indudablemente era un pueblo digno de admiración.
La Sra. Rosa había hecho reservaciones en el hotel
Selva Negra por lo que, después del corto descanso, se dirigieron al hotel a
registrarse y posesionarse de sus habitaciones.
Algo que también impresionó a Oscar fue el trato que estaba recibiendo
de los Pineda. Al sentarse a
almorzar, Oscar sintió una mezcla de
alivio y admiración al comprobar de nuevo el trato igualitario que recibía de
esta familia, especialmente de la Sra. Rosa, quien lo veía como un miembro
importante de su grupo familiar y por lo tanto recibía, según él, aquel trato
preferencial.
En el hotel, la Sra. Rosa contrató un baquiano que los
llevaría a conocer los sembradíos de frutas y otros productos de la tierra
además de los diversos asentamientos de los colonos. Oscar respiró aliviado porque el baquiano
tenía una camioneta (donde cupieron todos) y la condujo con maestría por las
estrechas carreteras y caminos rústicos que tuvieron que transitar para llegar
a los asentamientos. La excursión,
especialmente para los niños y para el mismo Oscar resultó muy interesante e
instructiva. Llegaron anocheciendo al
hotel, cansados pero también satisfechos por el paseo. Esa noche cayeron como plomos en sus
respectivas camas y no supieron del mundo hasta bien entrada la mañana del
siguiente día. En la tarde conocieron
otros sitios cercanos, entre ellos El Jarillo, donde se maravillaron al
observar el desplazamiento de los parapentes entre las colinas que bordeaban al
pueblo.
El lunes en la mañana regresaron a Caracas. El viaje fue bastante agradable para Oscar aunque siempre manejó
con mucho cuidado debido al constante tráfico de vehículos que encontró en el
descenso. Oscar siempre recordaría este
viaje que le posibilitó conocer mejor a la familia que servía y le permitía ver
con más tranquilidad su futuro en la capital.
Meses después, el joven no sólo logró dominar la escritura y la lectura
sino que, animado por la Sra. Rosa, completó sus estudios de Educación
Primaria. Con los años pudo conocer
mejor a Caracas y las ciudades cercanas.
También tuvo la maravillosa experiencia de conocer el Litoral
Varguense y transitar por la Autopista
Caracas-La Guaira y bajar hasta Maiquetía en solo 17 minutos desde casi mil
metros de altura (Caracas se encuentra a 912 metros sobre el nivel del mar). Esa vez disfrutaron de la playa de Macuto
pero en viajes sucesivos se bañaron en Caraballeda, Naiguatá y Los Caracas.
Esa tarde, mientras limpiaba y lustraba el auto de la
familia, Oscar se quedó pensando en su futuro.
Llevaba diez años viviendo con una familia estupenda. Los hijos, Carlos y Dolores, pronto serian
bachilleres e ingresarían a la universidad.
El Sr. Pineda estaba pensando en retirarse o por lo menos cambiar los
viajes por un trabajo permanente en la
ciudad. La Sra. Rosa había decidido no
trabajar más y se retiraría el año siguiente.
Y él, ¿seguiría allí? Oscar había
pensado largamente en este asunto. Había
viajado varias veces a Amanita y llevado regalos a su madre y sus
hermanos. Le giraba frecuentemente
dinero a su mamá y había decidido que en el diciembre de ese año pasaría una
semana en Amanita. Había logrado la
licencia para manejar camiones y tenía la intención de manejar estos vehículos
en el comercio de mercancías entre Caracas y el interior del país.
Esa noche habló con los Pinedas para plantearles la
necesidad de ver cumplido su sueño.
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