martes, 4 de agosto de 2015

Oscar viaja a Caracas

O  S  C  A  R     V  I  A  J  A     A    C  A  R  A  C  A  S

La gente del campo, dicen los citadinos, se acostumbran tanto a ver sus montañas y prados que cuando se alejan de ellos o la necesidad los obliga a vivir en pueblos o ciudades, pasan la vida añorando sus lugares de origen.   Sin embargo, esto es un decir pues algo similar  sucede con los citadinos que se familiarizan tanto a vivir en una ciudad que visitan ocasionalmente (o en vacaciones) las montañas, las playas o los llanos.   Es más, se acostumbran tanto a vivir en su ciudad natal que cuando se ven obligados a residir en otra ciudad del país o del extranjero, viven añorando las particularidades de su ciudad.  Este contrapunto de situaciones viene a colación ahora que asoma a mi memoria las aventuras y desventuras de la historia de Oscar Orozco.
Tanto Oscar como su hermano Camilo provienen de una familia originaria de Amanita, un caserío del Estado Monagas.  Camilo fue el primero que emigró de Amanita y comenzó a laborar como  trabajador doméstico en Carúpano, el puerto más importante del Estado Sucre.  Viajaba dos o tres veces al año a visitar a su familia en Amanita y siempre mostraba nostalgia por este lugar.  En una ocasión se quedó tres meses allí pero la necesidad de trabajar lo hizo retornar a Carúpano.   La causa fundamental del campesino para emigrar es el bajo salario que recibe  en las haciendas.  Por lo demás, predomina el trabajo individual en su conuco o  en un “corte” de maíz, yuca, etc., un trabajo a destajo a un precio acordado con el dueño de un conuco o de una parcela grande.  En sus propios cortes o en los contratados tiene que esperar la cosecha para poder ver el resultado de su trabajo.  Como no tiene quien  lo financie, cuando trabaja en su conuco  generalmente se endeuda para poder sembrar y nadie lo protege contra el mal tiempo  o la excesiva lluvia.  Por eso emigra.
Pero el caso de Oscar es diferente.  Siempre decía que cuando él saliera de Amanita seria para residenciarse en Caracas y sólo regresaría a su pueblo a visitar a su madre.  Cuando tuvo la oportunidad, Oscar se trasladó a Carúpano a laborar como doméstico en la casa de una familia de clase media, pero siempre mantuvo el propósito de vivir en la capital.  En Carúpano, mientras trabajaba, aprendió a manejar y pronto obtuvo su licencia de conducir.  La familia con la cual trabajaba a los pocos años comenzó a desmembrarse: los hijos empezaron a trasladarse a otras ciudades para realizar estudios universitarios.  En esos días a Oscar se le presentó la oportunidad de trabajar en Caracas.  Fue mediante una familia que vivía en la Urbanización La Trinidad  y se hallaba de vacaciones en ese puerto.  La razón de la contratación era que este matrimonio, por razones de trabajo, debía viajar y laborar temporalmente en otras ciudades del país y necesitaba una persona (hombre o mujer) que tuviera licencia de manejar y experiencia en el trabajo doméstico para que cuidara y atendiera a sus dos hijos. 
Oscar aceptó el cargo pero advirtió que tenía poca experiencia en la cocina pero estaba dispuesto a aprender.  Sus patronos,  la Sra.  Rosa y el Sr. Carlos Pineda, conscientes de que hasta ese día les había sido muy difícil encontrar una persona eficiente en ambos oficios para que laborara en su hogar,  pues, por razones económicas, ambos debían trabajar para poder mantener el hogar, no tenían otra alternativa  que aceptar a Oscar y estaban dispuestos a enseñarle. 
Oscar aprendió rápidamente a elaborar los platos que integraban el menú básico requerido y que la señora Rosa le enseñó gustosa.  Como los niños estudiaban en el Colegio Los Arcos, cerca de La Trinidad,  los trasladaba en el auto en la mañana y luego los iba a buscar a las cuatro de la tarde (Ellos almorzaban en el colegio).  Cuando sus padres se hallaban de viaje, luego de regresar  del colegio en la mañana, Oscar procedía a preparar la comida de la cena y para las dos de la tarde ya había terminado; entre dos y tres y media de la tarde descansaba media hora y la hora restante la dedicaba a aprender a leer y escribir.  (La Sra. Rosa lo estaba enseñando y cada vez que se ausentaba le dejaba tareas escritas y de lectura para que practicara).
Oscar se adaptó rápidamente a este hogar y a sus nuevas obligaciones. Por ser un joven honesto y efectivo en su trabajo, era apreciado por todos los miembros de la familia.  En una ocasión el  Sr. Pineda viajó por dos semanas a San Cristóbal y la Sra. Rosa, que no sabía manejar, había decidido tomarse unos días de descanso por lo que, junto con sus hijos y Oscar programó un viaje a la Colonia Tovar.
El viaje era una nueva experiencia para Oscar pues desconocía la carretera y el lugar que visitarían.  También el clima era distinto pues en esa época del año (diciembre) la temperatura en las mañana bajaba hasta cinco grados Celsius.   La Sra. Rosa, que estaba enterada de este problema, tomó sus previsiones del caso, tanto para ella y sus hijos como para Oscar, quien, al no tener la vestimenta apropiada para el lugar que visitarían, le prestó un suéter grueso de su esposo que  a Oscar le quedó a la perfección. Éste decidió no ponérselo en Caracas sino cuando, en el ascenso a la montaña, se viera obligado a utilizarlo.
  Salieron a las siete de la mañana de La Trinidad y como era un sábado no encontraron mucho  tráfico en la ciudad.  Ya a las ocho estaban subiendo hacia El Junquito.  A Oscar le preocupaba la niebla en la carretera que, en ocasiones, era tan espesa que tenía, por precaución, que conducir con mucha lentitud y los faros del auto mantenerlos con las luces altas.  Al llegar a El Junquito, la Sra. Rosa decidió que era mejor detenerse allí para desayunar y luego seguir hacia la Colonia Tovar.  Desayunaron con cachapa con queso y café con leche caliente.  La temperatura estaba a diez grados y Oscar, acostumbrado a la calefacción del auto, rápidamente se puso el suéter para poder soportar el frio existente.
Descansaron un rato y salieron hacia las diez de la mañana hacia la Colonia. Los chicos aprovecharon el descanso para montar un rato a caballo, un servicio que existía en el pueblo para los turistas.  Cuando comenzaron el ascenso, ya el sol tenía tiempo calentando la región y en la carretera se veía ocasionalmente la neblina, aunque ellos se hallaban empezando a subir la montaña.  Era toda una experiencia para el joven chofer: el excesivo frio, el tráfico de vehículos que empezaba a incrementarse en ambas direcciones en una vía estrecha y de constantes curvas.  Ello lo obligaba a ser muy cuidadoso e ir a una velocidad bastante moderada.  Pese a todo, el viaje resultó bastante agradable y para él  muy novedoso.   Al rato vieron un arco sobre la carretera indicando la entrada a la Colonia Tovar.  Oscar respiró, aliviado, creyendo que había llegado.  Sin embargo, todavía faltaba  buen trecho de carretera con excesivas curvas y tráfico en la vía.  Al fin llegaron.
  Al observar el lugar donde se hallaban (una hilera de casas de madera, algunas de dos pisos, todas pintadas con colores sobrios y algo serios y ubicadas ordenadamente a ambos lados de la vía), Oscar tuvo la impresión de que la Colonia Tovar era un pueblo pequeño.  No obstante, lo que él estaba mirando era el centro de un poblado muy peculiar. Esa era la parte del pueblo donde se encontraba el comercio, la iglesia, restaurantes, tiendas y quioscos de frutas, dulces y refrescos. Era el lugar donde llegaban la mayoría de los turistas.  Todo pintoresco y agradable a la vista.  La Colonia Tovar se hallaba en el centro de una naturaleza demasiado quebrada, con innumerables colinas sembradas de hortalizas  y frutas, especialmente fresas.  Para conocer verdaderamente al pueblo tenía que traficar por las innumerables carreteras y caminos rústicos que cruzaban dichas colinas, donde se hallaban los colonos con sus familias y sus sembradíos.  La mayoría de los visitantes se contentaban con llegar a esa parte del pueblo –donde ellos se hallaban en ese momento--  y disfrutar de la agradable temperatura, de los servicios y del comercio así como de lo pintoresco  y tranquilo del lugar.
Oscar  se maravilló con todo lo que veía y  oía sobre los productos y el trabajo de la tierra  e inevitablemente, le entró nostalgia por Amanita.  Claro, no podía compararse este sitio con el suyo, sus pequeños valles, sus lomas, sus ríos y su cálido clima. Pero era el campo, un campo muy peculiar, con gente callada y trabajadora.  Como en Amanita.  Solo que estos   agricultores tenían la posibilidad de sembrar, cosechar y vender su cosecha y con lo obtenido vivir bien y regresar de nuevo a la tierra.  Era un ciclo que pocos cumplían en Amanita por la ausencia de recursos y de organización para vivir de la tierra y no tener que emigrar y buscar la vida en  otros mundos.  Oscar se quedó pensando en la laboriosidad de esta gente  --se hallaban sentados frente a un quiosco disfrutando del paisaje y libando refrescos de frutas--  que vivía de la tierra pero también del aporte de los turistas.  Por supuesto, había muchas cosas que el ignoraba  de la historia de  la Colonia Tovar pero indudablemente era un pueblo digno de admiración.
La Sra. Rosa había hecho reservaciones en el hotel Selva Negra por lo que, después del corto descanso, se dirigieron al hotel a registrarse y posesionarse de sus habitaciones.  Algo que también impresionó a Oscar fue el trato que estaba recibiendo de los Pineda.  Al sentarse a almorzar,   Oscar sintió una mezcla de alivio y admiración al comprobar de nuevo el trato igualitario que recibía de esta familia, especialmente de la Sra. Rosa, quien lo veía como un miembro importante de su grupo familiar y por lo tanto recibía, según él, aquel trato preferencial.
En el hotel, la Sra. Rosa contrató un baquiano que los llevaría a conocer los sembradíos de frutas y otros productos de la tierra además de los diversos asentamientos de los colonos.  Oscar respiró aliviado porque el baquiano tenía una camioneta (donde cupieron todos) y la condujo con maestría por las estrechas carreteras y caminos rústicos que tuvieron que transitar para llegar a los asentamientos.  La excursión, especialmente para los niños y para el mismo Oscar resultó muy interesante e instructiva.  Llegaron anocheciendo al hotel, cansados pero también satisfechos por el paseo.  Esa noche cayeron como plomos en sus respectivas camas y no supieron del mundo hasta bien entrada la mañana del siguiente día.  En la tarde conocieron otros sitios cercanos, entre ellos El Jarillo, donde se maravillaron al observar el desplazamiento de los parapentes entre las colinas que bordeaban al pueblo.
El lunes en la mañana regresaron a Caracas.  El viaje fue bastante  agradable para Oscar aunque siempre manejó con mucho cuidado debido al constante tráfico de vehículos que encontró en el descenso.  Oscar siempre recordaría este viaje que le posibilitó conocer mejor a la familia que servía y le permitía ver con más tranquilidad su futuro en la capital.  Meses después, el joven no sólo logró dominar la escritura y la lectura sino que, animado por la Sra. Rosa, completó sus estudios de Educación Primaria.  Con los años pudo conocer mejor a Caracas y las ciudades cercanas.  También tuvo la maravillosa experiencia de conocer el Litoral Varguense  y transitar por la Autopista Caracas-La Guaira y bajar hasta Maiquetía en solo 17 minutos desde casi mil metros de altura (Caracas se encuentra a 912 metros sobre el nivel del mar).  Esa vez disfrutaron de la playa de Macuto pero en viajes sucesivos se bañaron en Caraballeda, Naiguatá y Los Caracas.
Esa tarde, mientras limpiaba y lustraba el auto de la familia, Oscar se quedó pensando en su futuro.  Llevaba diez años viviendo con una familia estupenda.  Los hijos, Carlos y Dolores, pronto serian bachilleres e ingresarían a la universidad.  El Sr. Pineda estaba pensando en retirarse o por lo menos cambiar los viajes  por un trabajo permanente en la ciudad.  La Sra. Rosa había decidido no trabajar más y se retiraría el año siguiente.  Y él, ¿seguiría allí?  Oscar había pensado largamente en este asunto.  Había viajado varias veces a Amanita y llevado regalos a su madre y sus hermanos.  Le giraba frecuentemente dinero a su mamá y había decidido que en el diciembre de ese año pasaría una semana en Amanita.  Había logrado la licencia para manejar camiones y tenía la intención de manejar estos vehículos en el comercio de mercancías entre Caracas y el interior del país.

Esa noche habló con los Pinedas para plantearles la necesidad de ver cumplido su sueño.

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