lunes, 2 de marzo de 2015

E L S A L T O A N G E L



                                                               E  L     S  A  L  T  O     A  N  G  E  L

                La historia de Jimmy Crawford Angel, conocido como Jimmy Angel, es la historia de un descubrimiento.  Que se sepa éste fue un aviador americano, residenciado en Panamá, que vivía haciendo viajes de pasajeros y encomiendas entre Ciudad Bolívar y los diversos pueblos interioranos de  Guayana, en especial  los que no tenían otra vía de comunicación, como inicialmente fue Santa Elena de  Uairén.  En uno de esos viajes se perdió y fue a parar, sin quererlo, al salto de agua más alto del mundo, que luego se llamó Salto Ángel, en honor a su descubridor: un hilo de agua que se desprendía del  tope del Auyantepui, a 979 metros de altura, produciendo en su caída una lluvia permanente de millones de gotas y un ruido atronador que se escucha a varios kilómetros a la redonda.
            Jimmy Ángel regresó a Ciudad Bolívar y luego a Panamá a pregonar su descubrimiento, pues “un salto de agua de mil metros”, como él lo pregonara, era poco creíble, pues parecía increíble  que un hilo de agua se desprendiera de tal altura de  un cerro así fuera un tepui.  Decidido, se dispuso a aterrizar en el tepui.  Desde el aire el tope de éste se veía  como una zona verde, plana, donde se podía aterrizar.  Y lo intentó.  Ni siquiera  pensó que a esa altura, por el permanente rocío, las lluvias, el estancamiento de las aguas, la existencia de un rio, etc., el sitio debía ser  pantanoso o, en el mejor  de los casos, de tierra floja, casi arenosa, donde se hundiría fácilmente las ruedas de un avión al intentar deslizarse sobre su superficie.
            Y fue lo que exactamente sucedió.  El aviador buscó la zona más plana y para  el aterrizaje y, aunque la encontró,  Las ruedas del avión, luego de deslizarse un trecho, se fue hundiendo poco a poco hasta que se detuvo por completo en medio de aquel mar verde.  Sorprendido, Jimmy Ángel, miró a su alrededor y se percató de que estaba prácticamente aislado con su aparato a más de mil metros de altura y completamente separado del mundo.  Se bajó de su avión, inamovible, con sus ruedas enterradas por completo en aquella tierra arenosa y, al pisarlo, sintió la fragilidad del suelo, aunque pudo caminar, sin embargo.
            El aviador deambuló por la superficie del tepui buscando una salida a la situación en que se encontraba.  El paisaje que se observaba desde esa altura era bellísimo: un mar  verde de diversas tonalidades bajo un sol esplendoroso, con marcas blancas alargadas y fijas, que, por la altura, era como se veían los ríos de los alrededores.  Además, se oía un ruido infernal que era producido por la caída de agua desde aquella altura de casi mil metros.
             Se presume que el aviador estuvo examinando los lugares del borde del tepui, donde pudo, buscando un lugar, un camino que permitiera el descenso.  Pero el borde de caprichosa forma, con rocas puntiagudas o largas lajas que se dirigían al abismo, no se  lo ofreció.  En otras palabras no había nada que ofreciera la posibilidad de un descenso seguro desde el tope de la montaña.
            Fue cuando recordó que tenía un paracaídas en el avión.  Lo precisó en el  viaje presuroso de regreso a su aparato.  Luego comenzó a buscar un sitio desde donde pudiera lanzarse al abismo que le permitiera descender de la montaña con la posibilidad de llegar sano y salvo al suelo de la selva que lo rodeaba.   No encontró algo que satisficiese todas sus exigencias.  Debía arriesgarse y encomendarse a todos los santos aunque no fuese religioso.  Pero debía intentarlo porque era su única posibilidad de regresar a la civilización.  Ya empezaba a oscurecer por lo que lo probaría al día siguiente.  Fue la noche más larga y friolenta de su vida.  Usó toda la escasa ropa que tenía en el avión para  protegerse del frío.  De noche pegaba una brisa fría y constante en el Auyantepui.  Sin embargo, logró resistir y amanecer vivo.
            Al día siguiente, soñoliento y cansado, pero dispuesto a luchar por su vida, se puso su paracaídas y se dirigió a un sitio del tepui donde había una roca que  sobresalía de la montaña y la usó como trampolín.  Decidido, verificó una vez más que las correderas y las cuerdas  del paracaídas estaban en buen estado, hizo una carrera que le pareció muy larga sobre la roca y se precipitó al abismo.  Calculó que había descendido como 400 metros cuando liberó al paracaídas y respiró fuerte cuando sintió y vio que el aparato abría y descendía sin inconvenientes, propiciando un deslizamiento suave y agradable e incluso le permitía observar el hermoso paisaje que lo rodeaba.  El viento lo llevó a caer sobre la copa de un árbol que sobresalía en aquel inmenso bosque pero sin ningún tropiezo.  Se desprendió del paracaídas y luego, con calma, fue descendiendo de rama en rama hasta llegar al suelo alfombrado por miles de hojas de la selva.
            Ahora, se dijo, debía superar dos problemas: orientarse en aquel mar verde y encontrar alguna tribu de gente amiga que lo ayudara a llegar a la civilización.  Tuvo la suerte de superar ambos escollos.  A los pocos días llegó a un pueblo de la selva que le facilitó el viaje a Ciudad Bolívar.
            En esta ciudad contó su breve pero maravillosa historia pero pocos le creyeron, por lo menos la parte relativa a “un salto de agua de mil metros de altura”. También visitó la ciudad de Panamá con el mismo resultado.  De regreso a Ciudad Bolívar y logró convencer a un grupo de amigos para organizar y realizar un viaje aéreo al sitio del tepui donde se hallaba el salto.  Se llevarían un fotógrafo profesional para que tomara las primeras fotos del salto.  Días después realizaron el famoso viaje.  Jimmy Ángel recordaría las coordenadas donde se había extraviado, cerca del tepui donde había aterrizado.
            Él y sus  amigos vieron desde el aire el aparato del aviador atascado en medio del Auyantepui y luego, exasperados  por un inmenso y atronador ruido, observaron por primera vez aquel hilo de agua que se desprendía del tope del tepui y en el descenso se convertía en millones de gotas que producía aquel estrepito al chocar con el suelo rocoso.

            Finalmente se le dio al salto el nombre del aviador que se libró de morirse de hambre en el tope de un tepui  al utilizar un maravilloso paracaídas…

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