U N P A S E O
A M O C H I M A
La costa quebrada del Estado Sucre es
muy singular por su naturaleza indómita y aún en nuestros días se niega a
entregarse por completo a sus habitantes y mucho menos, por supuesto, a los
turistas que la invaden en cualquier época del año. Si la travesía es en automóvil, encontramos,
luego de dejar el bullicioso y siempre convulsionado Puerto La Cruz, una carretera que sube por las laderas
de la Cordillera de la Costa observando siempre la majestad y belleza del mar
que se extiende sereno y poderoso en la lejanía que se proyecta delante de
nosotros. La costa quebrada muestra la
imagen de ensenadas protegidas por inmensos farallones que se precipitan al
agua serena y a la vez temida –uno piensa en la abundancia de una vida marina
que se esconde tras esa imagen quieta
del agua, vida que puede ser pasiva como los corales o temida como los
tiburones--, prevalece una sinuosidad
costeña que se repite junto a las islas de variadas formas, en un paisaje de
inusitada belleza que forma la bahía de Mochima. Es un paisaje sorprendente, lo
único que queda de un pasado evidentemente tormentoso que formó al continente. En otras palabras, la actual estampa pacífica
de un pasado aluvional.
La
carretera se empina, culebrea por los costados de las colinas verdosas que,
pese a la relativa soledad del paraje, muestra las huellas del hacer humano: una casita casi escondida en la
muralla del cerro, otra encaramada cerca de carretera, un negocio de venta de
comida al borde de la vía: todo como una muestra de la vida en el trópico donde
el hombre poco le teme a la naturaleza: cuatro palos que sostienen con firmeza
un techo de zinc y debajo un caldero hirviente donde se cuecen las empanadas hasta
quedar doraditas y listas para comer.
Una precaria mesa con un mantel de hule donde se encuentra la masa lista
para preparar el alimento. La mujer toma
un pedazo de masa y le proporciona con las manos una forma circular; luego la esparce sobre
un paño húmedo sobre la mesa y le agrega el ingrediente de turno: carne, queso
rallado, cazón, etc.; dobla la mitad del círculo y le da forma a la empanada quitándole la masa que sobra
antes de echarla al caldero. Con un
instrumento (al cual todavía no se le ha
inventado un nombre) de alambre sólido, enrollado en un extremo como mango, que
se protege con un trapo para no quemarse, y en el otro, en forma de gancho con
el que sacan las empanadas del hirviente caldero y se depositan en otro envase a
refrescarse hasta que estén lista para ser engullidas por el cliente.
Uno hace un
alto en el camino para disfrutar la deliciosa empanada y luego continúa el
ascenso de la montaña por la sinuosa carretera.. Es cuando surge, curiosa, la pregunta: ¿por
qué construyeron esta vía trepando la montaña si los sitios a donde la gente se
dirige se hallan cercanos a la orilla del mar?
¿por qué no la hicieron a ese
nivel? Lo cierto que en esta costa los
poblados se encuentran al nivel del mar y no en el tope de la montaña. Es una interrogante que se deja para ser
investigada posteriormente aun cuando poco se vislumbra una acertada respuesta.
La costa de
Sucre, como toda costa montañosa, tienen muchas ensenadas que, cuando se
alargan se convierten en hermosas playas.
Muchas de ellas ya tienen nombres famosos y se han convertido en
escenarios de reuniones familiares: Arapo, Arapito, Playa Colorada, Mochima y
muchas otras menos famosas pero siempre agradables para pasar un rato inmerso
en el mar. Lo malo es que muchos
usuarios no se contentan con disfrutar de estas playas sino, por la carencia de
hábitos saludables, contribuyen a su deterioro.
Por ejemplo, Playa Colorada, que es tranquila, llana y agradable para
estar, quizás una de las mejores playas del oriente del país, pudo haber sido
un buen centro turístico pero ahora está poblada de ranchos que le proporcionan
un poco atractivo aspecto que aleja a
los turistas. Yo cono í a Playa Colorada
hace más de cuarenta años y entonces, por su belleza, comodidad y otras atracciones, vaticiné que se convertiría con los años en
un centro turístico moderno con servicios eficientes para los visitantes y turistas.
Vana ilusión.
Más adelante,
al llegar casi al tope de la montaña, antes de comenzar el descenso de la vía
hacia Cumaná, la capital de Sucre, se encuentra la entrada hacia el pueblo de
Mochima. En dicha entrada existe una
aglomeración de kioskos, limpios, bien atendidos, donde la empanada predomina
como el más atractivo y favorecido convite.
Como funciona como una encrucijada para los viajeros del oriente y sur
del país, así como para los turistas en general, se halla casi siempre asediado por gente
deseosa de un refrigerio, de comer o de
un respiro. El sitio, pese a los años de
ser fundado, todavía se mantiene limpio y eficiente en el servicio lo que
incita a volver a visitarlo.
La bajada
hacia Mochima se realiza por una carretera algo estrecha pero
Suficientemente holgada para permitir un descenso
seguro, Además, se halla bien mantenida.. A medida que el auto baja se muestra la
inmensa y bella bahía de Mochima, un trozo de mar amplio y tranquilo, con
muchas islas a los lados que fungen como escudo protector de vientos fuertes y
huracanados. Todas las islas tienen
riberas que se transforman en playas,
las más amplias de las cuales se han convertido en balnearios públicos:
Playa Blanca, Las Meritas, La Gabarra y Manare. La más popular es Playa Blanca, la cual posee
servicios de comidas y bebidas bastante aceptables durante toda la semana. En
los otros sitios el servicio ofrecido no es tan eficiente por lo que muchos
usuarios llevan provisiones desde tierra firme.
Mochima es
un lugar bellísimo, con un mar tranquilo, con playas llanas y transparentes que
se pueden visitar en cualquier época del año, así llueva en la bahía. Es un centro turístico por excelencia, sólo
comparable con las playas de Morrocoy en el Estado Falcón y con el archipiélago
Los Roques al norte del país. A este
balneario se llega por mar (son muchas las lanchas de diversos tamaños ancladas
cerca de sus playas) y por tierra, la vía más utilizada por los turistas. (La
vía aérea aún no ha sido instaurada pero por la relativa tranquilidad de la
bahía podría ser desarrollada en el futuro).
Los nativos
de Mochima han cobrado consciencia del rango de centro turístico del lugar pues
de una ranchería de pescadores que fue en sus inicios se ha convertido en un
pueblo de servicios al turismo que crece cada año. Sus habitantes están tan conscientes de su
rol y se han organizado para prestar un servicio aceptable en el lugar. Además, han establecido un sistema de
contribución para los que llegan al pueblo que no es obligatorio y el monto
aportado es fijado por la conciencia del visitante, que casi siempre se estimula
favorablemente por las mejoras en los
servicios que observan en el pueblo.
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