UN PASEO: LA CARRETERA A LA GRAN SABANA
Disfrutar de vacaciones o días de asueto es algo fundamental en la
salud de todos. La cuestión es cómo la
gente lo interprete. Este tipo de
descanso no debe tomarse livianamente
como sería echarse a la cama a dormir durante el tiempo que dure el descanso,
es decir, prolongar parte de la rutina
que se lleva a diario. El verdadero
descanso estriba en un cambio de la rutina, en este caso, un cambio de
ambiente. Olvidarse, por ejemplo, del
tráfico infernal de Caracas y sustituirlo por la paz bucólica de la montaña,
por la actividad diferente que representa los baños en la playa… Y eso fue lo que hicimos en nuestro cambio de rutina: nos
fuimos a conocer la Gran Sabana.
El avión nos
llevó hasta Puerto Ordaz. Allí nos
unimos a una caravana de siete vehículos (27 personas) cuyo destino era el
Campamento de Woy-Merú, también conocido como Saopare o Saupare. Salimos de Ciudad Guayana a las 6:45 a.m. y
en unos veinte minutos, a través de una excelente autopista, recién construida,
llegamos a Upata.
De Upata a
Guasipati la carretera es estrecha; comienza con varias curvas peligrosas que
bordean un cerro; las curvas persisten
hasta transformarse en prolongadas rectas que atraviesan amplias sabanas donde
predomina la vegetación xerófila y abunda el chaparro (arbusto de ramas
torcidas y secas que no crecen más de tres metros); a veces bordeamos lomas de
relativa altitud mientras en el fondo se vislumbra la serranía: una línea
sinuosa y nublada; en ocasiones penetramos una vegetación alta (monte espeso
con árboles de diversos tamaños) que impiden observar el paisaje lejano. En todo caso predomina lo verde salvo en
trechos tostados por la sequía (fuente de futuros incendios). Los cerros que apreciamos a considerable
distancia lucen un verde intenso como si allí hubiese llovido en los últimos
días. No obstante, los chaparrales
predominan indiferentes ante la presencia o ausencia de lluvias. Aparece una casa sobre una pequeña loma
bordeada de sabanas: presumo que sea el lugar de control de un hato aunque no
vislumbro vacas por ningún sitio.
Primera parada del viaje. Nos detenemos frente a un establecimiento del
camino con la intención de desayunar.
Pero a esa hora de la mañana sólo hay disponible queso guayanés y
catalinas. Para paliar la posible ansiedad
de alimento, nuestro chofer adquiere un
paquete de esta merienda y un queso de dos kilos y medio (Bs. 900.oo, un precio aceptable). Seguimos.
Penetramos en una zona de curvas en lomas boscosas: a los lados, una infinidad de
varas largas se disputan en suelo y el espacio. Es una zona de “chinchorros”: prolongadas
rectas que bajan y suben las hondonadas entre las lomas en medio de una exuberante
vegetación. A veces la carretera
atraviesa un peculiar bosque de unos quince metros de ancho; cesa abruptamente
el bosque y la yerba de la sabana se apodera del paisaje. El hombre se muestra como un depredador
incorregible cuando encontramos casas construidas a lo largo de la vía en medio
de una ausencia de vegetación. Pero tal
vez no sea el hombre sino la naturaleza pues largas tiras rojizas acompañan la
carretera por largos trechos hasta que reaparece la vegetación rastrera. De vez en cuando, cerca de la carretera y en
medio del chaparral sobresale una solitaria palmera. Reaparecen las curvas y comienzan a mermar
los chinchorros. De repente, al salir de una curva penetramos en
Guasipati. Éste es un pueblo de casas bajas
con techos de zinc, oxidados en su mayoría.
No hay edificios. La sabana
guayanesa es tan intensa que penetra al pueblo y seis cuadras más allá continua
su camino indiferente. En plena mañana
en el pueblo encontramos una procesión dirigida por una monja. Hoy es Domingo de Ramos y abundan los
feligreses con sus palmas benditas. La monja entona cantos religiosos
los cuales son respondidos en coro por la muchedumbre.
A la salida de Guasipati los
vehículos se reabastecen de gasolina y nosotros aprovechamos para desayunar en
un restaurant tipo caney. Al reanudarse
el viaje continúan los chinchorros pero
ahora un poco más alargados. La tierra
roja sigue apareciendo como manchas frecuentes a ambos lados de la vía. Los postes de la luz también nos acompañan en
un largo trecho. A pocos kilómetros de
Guasipati se encuentra El Callao. Para
penetrar en este pueblo existe un puente
sobre el río Yuruari. Es relativamente
pequeño y apenas se vislumbra dentro de la vegetación. Pasamos de largo. La carretera abunda en curvas que atraviesan
una pequeña serranía. La tierra sigue
siendo roja, evidencia de que aquí abundan los minerales en especial el oro. Los chaparrales son más escasos pues tienden
a desaparecer ante la presencia de la vegetación selvática. Predominan largos trechos de una recta que se
pierde en el horizonte. La yerba alta y
tupida sustituye a los chaparrales.
Viene a mi mente lo costoso y laborioso que habría sido la construcción
de toda esta larga carretera en un paisaje tan solitario. Son las diez de la mañana cuando notamos que el sol, con su intensidad, domina el
panorama. El calor es inevitable. Los chaparrales ahora se alternan con la tupida
vegetación selvática a lo largo de la vía.
En ocasiones penetramos un bosque espeso y profundo –una franja de por
lo menos veinte metros de ancho-- que
nos esconde temporalmente la sabana y la lejana serranía. La vegetación boscosa se esfuma para que
afloren las suaves lomas con chaparrales
y la yerba sabanera. Desaparecen los
chinchorros temporalmente. A veces la
vía sube una loma pero casi no hay descenso sino una extensa recta hasta que
aparece una pequeña loma que es superada brevemente y continúa en otra
recta. Ha llovido por aquí, dice el
chofer, y observamos a ambos lados de la carretera amplios paños verdes. El ganado se ve como puntos negros diseminados en el paisaje sabanero. Pronto llegamos a Tumeremo.
Este es un pueblo construido sobre
varias lomas y la calle principal parece la unión de varios pequeños
chinchorros. Abundan los grandes
árboles. Tumeremo es un pueblo grande y alegre.
Es la impresión que se lleva el viajero.
Cuando salimos de él la vegetación comienza a cambiar: la palmera del
corozo aparece con más frecuencia y pequeñas matas llaneras (bosques de variada
vegetación en medio de la sabana) se vislumbran diseminadas a ambos lados de la
vía. A lo lejos se ve un morichal
(pequeña laguna o río rodeado de vegetación).
Los chaparrales vuelven a apoderarse del paisaje. La carretera se convierte en una larga recta
cuya variedad columbra pequeñas lomas.
Del lado izquierdo se observa un río pese a lo boscoso de la zona y las
hileras de corozos y moriches. Por los
momentos los chaparrales vuelven a predominar y abunda la tierra roja. Las palmeras se trazan en desigual batalla
con los chaparrales que de nuevo
vencen. Llegamos a la alcabala de
Casablanca de donde arranca una carretera que conduce a la isla de Anacono, en
la frontera con Guyana. La otra vía, la
nuestra, lleva a El Dorado. Las palmeras
y los chaparrales comienzan a ser más abundantes pero esta vez triunfan las
palmera. La vegetación selvática está formada
por árboles delgados que se disputan el terreno y el espacio. Los chaparrales reaparecen en su lucha contra
las palmeras y la vegetación selvática pero es una lucha que conduce al
fracaso. La carretera es una línea recta
que se pierde en el horizonte. Las
palmeras abundan pero diseminadas en el paisaje sabanero. En ocasiones aparecen nuevos chinchorros pero son más cortos. La vegetación es tan abundante y tupida que
penetra en la vía. Han desaparecido los
chaparrales y abunda la yerba alta (hasta tres metros) y la vegetación
selvática. La vía se ha hecho más recta
y más plana, no atraviesa las lomas, las sube y baja vertiginosamente no
importa lo empinado que ellas puedan ser.
Las casas de esta zona se adaptan al excesivo calor de los llanos: poseen techos a
dos aguas, de zinc, circundadas por
corredores con pretiles altos (de más de
un metro). Llegamos a una nueva
encrucijada: la vía recta conduce a El Dorado y la de la izquierda a Santa
Elena.
Llegamos a Sierra Lema. Sobre el Yuruari hay una alcabala y un
puente. Es un puente angosto,
solo para un vehículo. Parece una
réplica del puente colgante que el general Gómez hiciera construir cerca de El
Sombrero, Estado Guárico. En Sierra Lema
la vegetación es predominantemente alta y boscosa. No hay vestigios del chaparral. Abundan las mariposas, indicio de que ha
llovido o de que pronto lloverá. Las lomas
son más pronunciadas y frecuentes, señal de que ya comenzamos a subir hacia la
Gran Sabana (una planicie extensa que se halla a una altura de más de dos mil
metros sobre el nivel del mar). Aquí
comenzamos a notar con más frecuencia las caravanas de autos y camionetas
atestadas de pasajeros y equipajes y colchonetas en su rumbo hacia la Gran
Sabana. En el descanso de Semana Santa abundan estos viajes. La conversación en
nuestro vehículo gira alrededor de las Colonias Móviles de El Dorado. Alguien comenta: “Es la única cárcel abierta
del país. Loa presos cultivan la
tierra. Andan con cierta libertad. No suelen escapar. Si se tiran al Yuruari, uno de los linderos
de la cárcel, los devoran los caribes o pirañas que abundan en este río. Si penetran en la montaña, son pasto fácil de
las fieras.” Los demás nos quedamos
pensativos.
Son las 11:35 de la mañana y no se
siente el calor. La vegetación continua
siendo alta, tupida, húmeda. Estamos en
zona maderera. No se nota el tráfico de
camiones atestados de madera aserrada
porque hoy es domingo y comienzo de la Semana Santa. Sin embargo, de vez en cuando nos tropezamos
en el camino con camiones cargados de madera, detenidos en la vía, tal vez
esperando la llegada del lunes. En la
zona abundan los árboles altos y gruesos (caobas, ceibas, etc.) y en los
espacios abiertos siembras de maíz, yuca, ocumo, etc. Son sembradíos de los mineros a quienes les
permiten talar el bosque para sembrar
aunque en general pocos se dedican a esta actividad. Viven en cabañas de madera con techos de zinc. Son construcciones parecidas a los palafitos
para protegerse de las culebras. La
vegetación es tan abundante y boscosa que rara vez se percibe lo que hay
detrás. La tierra sigue siendo
predominantemente roja. La capa de humus
es limitada pero la altura y la excesiva
lluvia, además de ser bosques antiquísimos que se han venido renovando
sin mayores tropiezos, ha permitido que este tipo de vegetación se
mantenga. Las palmeras son escasas pero
cuando aparecen destacan por su altura y singularidad. La carretera es casi siempre recta pero
también tiene sus semi-curvas que le restan monotonía al viaje. Se observa con frecuencia a gente caminando
en o al borde de la carretera. Son
indios: las facciones y la piel cobriza los delatan. Pasamos un campamento minero. Nos los dice el chofer: sólo vimos casas
pequeñas con techos de zinc.
A
pleno mediodía la temperatura sigue siendo fresca. Llegamos al pueblo minero Las Claritas. Hay aquí un centro turístico, El Anaconda, churuatas
y casas de diversos tamaños y categorías esparcidos a lo largo de la calle
principal que también es la carretera.
Al fondo vemos por primera vez las serranías de la Gran Sabana.
Nos espera días de descanso, de
grandes ríos y balnearios naturales, saltos de agua y cascadas. La carretera nos permitirá atravesar la Gran
Sabana hasta llegar a Santa Elena y el
límite con Brazil. Pero eso es otra
descripción, otra historia.
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