viernes, 17 de octubre de 2014

UN PASEO: LA cARRETERA A LA GRAN sABANA





                             UN PASEO: LA CARRETERA A LA GRAN SABANA
Disfrutar de vacaciones o días de asueto es algo fundamental en la salud de todos.  La cuestión es cómo la gente lo interprete.  Este tipo de descanso no debe tomarse  livianamente como sería echarse a la cama a dormir durante el tiempo que dure el descanso, es decir,  prolongar parte de la rutina que se lleva a diario.  El verdadero descanso estriba en un cambio de la rutina, en este caso, un cambio de ambiente.  Olvidarse, por ejemplo, del tráfico infernal de Caracas y sustituirlo por la paz bucólica de la montaña, por la actividad diferente que representa los baños en la playa…  Y eso fue lo que  hicimos en nuestro cambio de rutina: nos fuimos a conocer la Gran Sabana.
            El avión nos llevó hasta Puerto Ordaz.  Allí nos unimos a una caravana de siete vehículos (27 personas) cuyo destino era el Campamento de Woy-Merú, también conocido como Saopare o Saupare.  Salimos de Ciudad Guayana a las 6:45 a.m. y en unos veinte minutos, a través de una excelente autopista, recién construida, llegamos a Upata.
            De Upata a Guasipati la carretera es estrecha; comienza con varias curvas peligrosas que bordean un cerro;  las curvas persisten hasta transformarse en prolongadas rectas que atraviesan amplias sabanas donde predomina la vegetación xerófila y abunda el chaparro (arbusto de ramas torcidas y secas que no crecen más de tres metros); a veces bordeamos lomas de relativa altitud mientras en el fondo se vislumbra la serranía: una línea sinuosa y nublada; en ocasiones penetramos una vegetación alta (monte espeso con árboles de diversos tamaños) que impiden observar el paisaje lejano.   En todo caso predomina lo verde salvo en trechos tostados por la sequía (fuente de futuros incendios).  Los cerros que apreciamos a considerable distancia lucen un verde intenso como si allí hubiese llovido en los últimos días.  No obstante, los chaparrales predominan indiferentes ante la presencia o ausencia de lluvias.  Aparece una casa sobre una pequeña loma bordeada de sabanas: presumo que sea el lugar de control de un hato aunque no vislumbro vacas por ningún sitio.

            Primera parada del viaje.  Nos detenemos frente a un establecimiento del camino con la intención   de   desayunar.  Pero a esa hora de la mañana sólo hay disponible queso guayanés y catalinas.  Para paliar la posible ansiedad de alimento, nuestro   chofer adquiere un paquete de esta merienda y un queso de dos kilos y  medio (Bs. 900.oo, un precio aceptable).  Seguimos.  Penetramos en una zona de curvas en  lomas boscosas: a los lados, una infinidad de varas largas se disputan en suelo y el espacio.  Es una zona de “chinchorros”: prolongadas rectas que bajan y suben las hondonadas entre las lomas en medio de una exuberante vegetación.  A veces la carretera atraviesa un peculiar bosque de unos quince metros de ancho; cesa abruptamente el bosque y la yerba de la sabana se apodera del paisaje.  El hombre se muestra como un depredador incorregible cuando encontramos casas construidas a lo largo de la vía en medio de una ausencia de vegetación.  Pero tal vez no sea el hombre sino la naturaleza pues largas tiras rojizas acompañan la carretera por largos trechos hasta que reaparece la vegetación rastrera.  De vez en cuando, cerca de la carretera y en medio del chaparral sobresale una solitaria palmera.  Reaparecen las curvas y comienzan a mermar los chinchorros. De repente, al salir de una curva penetramos en Guasipati.  Éste es un pueblo de casas bajas con techos de zinc, oxidados en su mayoría.  No hay edificios.  La sabana guayanesa es tan intensa que penetra al pueblo y seis cuadras más allá continua su camino indiferente.  En plena mañana en el pueblo encontramos una procesión dirigida por una monja.  Hoy es Domingo de Ramos y abundan  los  feligreses con sus palmas benditas. La monja entona cantos religiosos los cuales son respondidos en coro por la muchedumbre.
            A la salida de Guasipati los vehículos se reabastecen de gasolina y nosotros aprovechamos para desayunar en un restaurant tipo caney.  Al reanudarse el viaje continúan los chinchorros  pero ahora un poco más alargados.  La tierra roja sigue apareciendo como manchas frecuentes a ambos lados de la vía.  Los postes de la luz también nos acompañan en un largo trecho.  A pocos kilómetros de Guasipati se encuentra El Callao.  Para penetrar en este pueblo  existe un puente sobre el río Yuruari.  Es relativamente pequeño y apenas se vislumbra dentro de la vegetación.  Pasamos de largo.  La carretera abunda en curvas que atraviesan una pequeña serranía.  La tierra sigue siendo roja, evidencia de que aquí abundan los minerales en especial el oro.  Los chaparrales son más escasos pues tienden a desaparecer ante la presencia de la vegetación selvática.  Predominan largos trechos de una recta que se pierde en el horizonte.  La yerba alta y tupida sustituye a los chaparrales.  Viene a mi mente lo costoso y laborioso que habría sido la construcción de toda esta larga carretera en un paisaje tan solitario.  Son las diez de la mañana cuando notamos  que el sol, con su intensidad, domina el panorama.  El calor es inevitable.  Los chaparrales ahora se alternan con la tupida vegetación selvática a lo largo de la vía.  En ocasiones penetramos un bosque espeso y profundo –una franja de por lo menos veinte metros de ancho--  que nos esconde temporalmente la sabana y la lejana serranía.  La vegetación boscosa se esfuma para que afloren las suaves lomas  con chaparrales y la yerba sabanera.  Desaparecen los chinchorros temporalmente.  A veces la vía sube una loma pero casi no hay descenso sino una extensa recta hasta que aparece una pequeña loma que es superada brevemente y continúa en otra recta.  Ha llovido por aquí, dice el chofer, y observamos a ambos lados de la carretera amplios paños verdes.  El ganado se ve como  puntos negros diseminados en el paisaje sabanero.  Pronto llegamos a Tumeremo.
            Este es un pueblo construido sobre varias lomas y la calle principal parece la unión de varios pequeños chinchorros.  Abundan los grandes árboles. Tumeremo es un pueblo grande y alegre.  Es la impresión que se lleva el viajero.  Cuando salimos de él la vegetación comienza a cambiar: la palmera del corozo aparece con más frecuencia y pequeñas matas llaneras (bosques de variada vegetación en medio de la sabana) se vislumbran diseminadas a ambos lados de la vía.  A lo lejos se ve un morichal (pequeña laguna o río rodeado de vegetación).  Los chaparrales vuelven a apoderarse del paisaje.  La carretera se convierte en una larga recta cuya variedad columbra pequeñas lomas.  Del lado izquierdo se observa un río pese a lo boscoso de la zona y las hileras de corozos y moriches.  Por los momentos los chaparrales vuelven a predominar y abunda la tierra roja.  Las palmeras se trazan en desigual batalla con los chaparrales  que de nuevo vencen.  Llegamos a la alcabala de Casablanca de donde arranca una carretera que conduce a la isla de Anacono, en la frontera con Guyana.  La otra vía, la nuestra, lleva a El Dorado.   Las palmeras y los chaparrales comienzan a ser más abundantes pero esta vez triunfan las palmera.  La vegetación selvática está formada por árboles delgados que se disputan el terreno y el espacio.  Los chaparrales reaparecen en su lucha contra las palmeras y la vegetación selvática pero es una lucha que conduce al fracaso.  La carretera es una línea recta que se pierde en el horizonte.  Las palmeras abundan pero diseminadas en el paisaje sabanero.  En ocasiones aparecen  nuevos chinchorros pero son más cortos.  La vegetación es tan abundante y tupida que penetra en la vía.  Han desaparecido los chaparrales y abunda la yerba alta (hasta tres metros) y la vegetación selvática.  La vía se ha hecho más recta y más plana, no atraviesa las lomas, las sube y baja vertiginosamente no importa lo empinado que ellas puedan ser.  Las casas de esta zona se adaptan al  excesivo calor de los llanos: poseen techos a dos aguas, de zinc,  circundadas por corredores  con pretiles altos (de más de un metro).  Llegamos a una nueva encrucijada: la vía recta conduce a El Dorado y la de la izquierda a Santa Elena.
            Llegamos a Sierra Lema.  Sobre el Yuruari hay una alcabala y un puente.  Es un puente angosto, solo para un vehículo.  Parece una réplica del puente colgante que el general Gómez hiciera construir cerca de El Sombrero, Estado Guárico.  En Sierra Lema la vegetación es predominantemente alta y boscosa.  No hay vestigios del chaparral.  Abundan las mariposas, indicio de que ha llovido o de que pronto lloverá.  Las lomas son más pronunciadas y frecuentes, señal de que ya comenzamos a subir hacia la Gran Sabana (una planicie extensa que se halla a una altura de más de dos mil metros sobre el nivel del mar).  Aquí comenzamos a notar con más frecuencia las caravanas de autos y camionetas atestadas de pasajeros y equipajes y colchonetas en su rumbo hacia la Gran Sabana. En el descanso de Semana Santa abundan estos viajes. La conversación en nuestro vehículo gira alrededor de las Colonias Móviles de El Dorado.  Alguien comenta: “Es la única cárcel abierta del país.  Loa presos cultivan la tierra.  Andan con cierta libertad.  No suelen escapar.  Si se tiran al Yuruari, uno de los linderos de la cárcel, los devoran los caribes o pirañas que abundan en este río.  Si penetran en la montaña, son pasto fácil de las fieras.”  Los demás nos quedamos pensativos.
            Son las 11:35 de la mañana y no se siente el calor.  La vegetación continua siendo alta, tupida, húmeda.  Estamos en zona maderera.  No se nota el tráfico de camiones atestados de madera aserrada  porque hoy es domingo y comienzo de la Semana Santa.  Sin embargo, de vez en cuando nos tropezamos en el camino con camiones cargados de madera, detenidos en la vía, tal vez esperando la llegada del lunes.  En la zona abundan los árboles altos y gruesos (caobas, ceibas, etc.) y en los espacios abiertos siembras de maíz, yuca, ocumo, etc.  Son sembradíos de los mineros a quienes les permiten talar el bosque  para sembrar aunque en general pocos se dedican a esta actividad.  Viven en cabañas de madera con techos de zinc.  Son construcciones parecidas a los palafitos para protegerse de las culebras.  La vegetación es tan abundante y boscosa que rara vez se percibe lo que hay detrás.  La tierra sigue siendo predominantemente roja.  La capa de humus es limitada pero la altura y la excesiva  lluvia, además de ser bosques antiquísimos que se han venido renovando sin mayores tropiezos, ha permitido que este tipo de vegetación se mantenga.  Las palmeras son escasas pero cuando aparecen destacan por su altura y singularidad.  La carretera es casi siempre recta pero también tiene sus semi-curvas que le restan monotonía al viaje.  Se observa con frecuencia a gente caminando en o al borde de la carretera.  Son indios: las facciones y la piel cobriza los delatan.  Pasamos un campamento minero.  Nos los dice el chofer: sólo vimos casas pequeñas con techos de zinc.
            A   pleno mediodía la temperatura sigue siendo fresca.  Llegamos al pueblo minero Las Claritas.  Hay aquí un centro turístico, El Anaconda, churuatas y casas de diversos tamaños y categorías esparcidos a lo largo de la calle principal que también es la carretera.  Al fondo vemos por primera vez las serranías de la Gran Sabana.
                Nos espera días de descanso, de grandes ríos y balnearios naturales, saltos de agua y cascadas.  La carretera nos permitirá atravesar la Gran Sabana hasta llegar a Santa Elena  y el límite con Brazil.  Pero eso es otra descripción, otra historia.

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